| 22 abril, 2013
Juan Manuel Burgos es un catedrático de filosofía, personalista, difusor y defensor de Jacobo Maritain. En un artículo dedicado a exponer comprensivamente el pensamiento del filósofo galo, Burgos trata la cuestión de la relación entre Maritain y la Acción Francesa. El trabajo contiene algunos párrafos que nos parece interesante transcribir y comentar en esta entrada.
Se pregunta Burgos sobre los motivos que impulsaron a Maritain a colaborar con la Acción Francesa sin llegar a comprometerse formalmente con el movimiento. La respuesta es compleja y está ligada a múltiples circunstancias históricas y personales. En primer lugar el movimiento recogía en esa época abundantes simpatías del mundo católico (de los 17 Cardenales y Arzobispos con que contaba Francia en esos momentos, 11 eran favorables a Acción Francesa); el propio director espiritual de Maritain, el Padre Clérissac, era ferviente admirador de Maurras y lo orientaba y animaba en esa dirección. A estos aspectos hay que sumar: la indudable atracción ideológica que el movimiento ejercía sobre Maritain, quien se encontraba en ese momento en la etapa “dura” antimoderna; su propia ingenuidad política que no le permitía valorar con claridad las repercusiones políticas de sus acciones, lo que estaba causado a su vez porque ni él ni Raïssa en esa época tenían conocimiento ni estaban particularmente interesados en la política; el legado de un joven, Pierre Villard, que cedió su dinero a partes iguales a Maurras y a Maritain y trajo como consecuencia un proyecto cultural común, la “Revue universelle”; etc. Lo cierto es que Maritain tenía fuertes simpatías hacia el movimiento maurrasiano y esto no por razones meramente circunstanciales, sino porque coincidía con su propia visión en un contexto cultural, social y político en el que se encontraba.
“Este movimiento [la Acción Francesa] no tenía raíces católicas, era fuertemente nacionalista, monárquico y antimoderno, defensor del orden y la estabilidad social, y estaba dirigido por un no-creyente, Charles Maurras. A pesar de este planteamiento global Maurras fomentaba el diálogo y la apertura hacia los católicos para aumentar su fuerza y porque consideraba positiva la religión como elemento de orden y estabilidad social.”
Llama la atención esta caracterización del techo ideológico de la Acción Francesa. Porque el Concilio Vaticano II –¡tan alabado por los seguidores de Maritain!- recuerda que la Iglesia contribuye al bien común cuando en “el ejercicio de su misión en el mundo (…) consolida la paz en la humanidad para gloria de Dios” (GS, 76); y extiende el argumento al decir que todas las confesiones religiosas debieran tener inmunidad de coacción para “manifestar libremente el valor peculiar de su doctrina para la ordenación de la sociedad” (DH, 4). Vale decir que para el último Concilio las religiones en general, y la católica en particular, tienen un valor político en tanto contribuyen al bien de la sociedad temporal de muchas formas, lo que además, en el caso del catolicismo, es un hecho histórico (v. Belloc, Europa y la fe). Además, esta consideración de la religión como elemento de orden y de estabilidad social es seña de identidad de los movimientos políticos que han prestado refugio político a los seguidores de Maritain hasta el presente. Y en un sentido que nos merece reservas, es elemento típico del conservadurismo político (desde Burke) y también del liberal-catolicismo en sus múltiples variaciones.
Al comentar la condena de la Santa Sede a la Action Française, dice Burgos:
“En el fondo, Maurras ni era cristiano, ni valoraba los principios cristianos por su contenido específico; lo que pretendía era instrumentalizar las fuerza católicas en su favor. La Iglesia hablaba precisamente para evitar ese peligro, que los católicos fueran instrumentalizados por un partido esencialmente neo-pagano y que, con el paso del tiempo, perdieran su identidad.”
Ante este párrafo hay que preguntarse si esta descripción de los peligros de la Action Française no es plenamente aplicable a la casi totalidad de los partidos políticos de «centro» y de «derecha» desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días (Partido Republicano de los Estados Unidos, Partido Popular español, Justicialista de la Argentina, PAN de México, democristianos de Italia, Alemania y Chile, etc.). ¿O acaso los partidos políticos en los que hoy se anima a que los laicos participen tienen raíces católicas (genuinas y no meramente declamadas), no son conservadores de un orden social (democracia y economía de mercado) y están dirigidos por creyentes católicos? La Democracia Cristiana italiana ha sido un caso paradigmático: un partido católico-liberal instalado en el gobierno durante largo tiempo que ha causado graves daños al cristianismo en forma encubierta y gradual, al principio, y de modo ostensible y acelerado durante los años posteriores al Vaticano II. Un partido que se ha mostrado incapaz de afirmar en su gobierno exigencias mínimas de orden natural. Experiencia que se ha replicado con partidos semejantes.
El segundo interrogante es saber si estas notas críticas de Burgos no son predicables de la denominada aconfesionalidad del Estado como régimen jurídico y de la «laicidad positiva» como actitud estatal que se trata de diferenciar de la actitud hostil o laicista. Porque parece claro que los actuales estados aconfesionales no son cristianos, ni valoran los principios cristianos por su contenido específico, sino que pretenden instrumentalizar a las fuerzas católicas en su favor, de modo que también representan un peligro de que los católicos sean usados por un Estado esencialmente neo-pagano y con el paso del tiempo pierdan su identidad.
En fin, si Burgos fuera coherente, debería reconocer que los motivos principales para la condena de la Acción Francesa se aplican plenamente a los partidos políticos actuales. Claro que hay una diferencia entre estos y el movimiento maurrasiano: no disuenan de la corrección política y se ajustan a los parámetros de la ideología democrática. ¿Tenemos que suponer que para Burgos el democratismo es motivo suficiente para suprimir o compensar los peligros que él mismo ha señalado? Cualquiera sea la respuesta, resulta cada día más evidente que la «fe democrática», tan arraigada en el pensamiento de Maritain, hace que en el binomio «democracia cristiana» lo democrático se fagocite a lo cristiano.