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Jack Tollers: El espíritu sectario (I)

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Pensaba quien esto escribe que el trabajo de Tollers era muy largo para publicarse como entrada en la bitácora. Pero modificando el formato original, queda un escrito de dos carillas completas que caben bien en un par de entradas del blog. Si no lo publicáramos se correría el riesgo de que muchos lectores lo descartasen a priori por su aparente cantidad de páginas. 

El espíritu sectario
Por Jack Tollers
1) El Espíritu: Es una realidad espiritual, por lo tanto, en cierto modo inasible al entendimiento y difícil de poner en evidencia con palabras. Sin embargo, tiene más densidad ontológica, mayor calidad substancial, y mayor concreción que las realidades de orden físico, psicológico o afectivo.
Como se asienta en el alma, afecta primero a lo que es de su mismo orden. Es por esto que la primera cualidad notable de este espíritu es la de ofuscar a los que inficiona. Y es así porque o hay en el sujeto algún desprecio a la razón o algún defecto en ella por hábito.
En consecuencia, este espíritu sojuzga con cierta facilidad a quienes participan de él, volviéndolos refractarios a toda inteligencia, razonamiento o argumento que requiera de las luces de la razón. Por esto, debe comprenderse –y debe comprenderse bien– que no es un espíritu que se pueda exorcizar con razonamientos allí donde hizo asiento.
En esa inteligencia, este escrito no está dirigido a quienes le han dado asa.
2) Espíritu sectario: El espíritu al que nos referimos tiene por nota distintiva crear, allí donde inficiona, una tendencia a confundir una determinada institución de la Iglesia Católica con la Iglesia Católica toda. La parte se constituye en el todo.
Por lo mismo, quien se ha entregado a él tiende a creer que en su grupo, clan, cofradía, asociación, movimiento, pía unión, comunidad, congregación, instituto u orden religiosa se contienen todas las riquezas necesarias para la salvación. Convencido de ello, el sectario se obliga a despreciar lo que no considera «propio» de su agrupación.
3) Espíritu farisaico: Para justificar  esto, el espíritu sectario comienza por compararse con los demás, dando por supuesto que su secta es inmaculada; que carece de defectos; que es impermeable al mal o que el mal necesariamente la mejora y nunca la perturba; que sus miembros tienen por especial providencia una particular protección del pecado y que están menos expuesto a las debilidades comunes a los demás mortales.
A partir de este malsano reflejo de comparación este espíritu sutil trabaja a los sectarios en su interioridad convenciéndolos de que son mejores (la nota plural del «nosotros» disfraza la intolerable altanería que connota esta convicción).
La prueba de que son mejores reside en que forman parte de la secta.
4) Espíritu divisonista: Por lógica consecuencia, todo aquel inficionado de este espíritu tiene señalada inclinación a dividir al resto de los hombres en estos precisos términos: por o contra su secta. Este espíritu divisionista y excluyente usurpa los títulos universales de la Iglesia Católica («extra Ecclesiam nulla salus») atribuyéndoselo a su propio agrupamiento.
Por esta razón, en nombre de la «salud», el sectario no tiene inconveniente en introducir divisiones allí donde reine cualquier unión que no se integre precisamente en los modos y confines que la misma secta precisa: toda otra unidad de hombres, sea institucional, amical, familiar o vecinal, debe ceder ante la convicción de los sectarios de que su agrupación representa una unión de hombres trascendente, superior y más fuerte que cualquier otra.
5) Espíritu usurpador:  Por otra parte, el espíritu sectario y excluyente se atribuye todos los carismas de la Iglesia Católica reemplazándolos con institutos propios: así, la secta tendrá su propio régimen de gobierno con un «Santo Padre» a la cabeza; tendrá una casta sacerdotal que formará parte de su jerarquía conductora y magisterial; incluirá un sistema propio de canonizaciones, de devociones y estilos homologados por la autoridad; invocará sus propios usos y reglamentos para asegurar su excentricidad y conciliará posiciones dentro de la secta sin consultar pareceres ajenos. Todo lo que diga ser bueno lo será, y todo lo que sea bueno será suyo.
A resultas de estos «concilios» y «decretos» de su máxima autoridad -que no siempre coincidirá con la estructura jerárquica «oficial» de la secta-, surgirán afirmaciones, tomas de posición e instrucciones de carácter marcadamente dogmático en materia prudencial.
Los sectarios repetirán con incansable autoridad que quienes no pertenecen a su secta no la entienden, precisamente porque están fuera de la secta.
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