Iraburre

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Transcribimos las reflexiones que nos llegan de parte de Pedro Hispano sobre el último -Deo volente- articulete de Iraburu. El carácter soporífero del mismo se deriva de lo de siempre: lo que Iraburu dice del P. Gleize, en su respuesta a Ocáriz, lo podría también decir de monseñor Gherardini. Sin embargo no lo ha dicho. Es a dicha «forma mentis» a la que nuestro lector parece hincar el diente.
 “El rayo que no cesa”
Vuelve Don José Mª Iraburu al ataque contra los lefebvrianos. Es curioso que lo haga precisamente el dia de los Inocentes. Pero hay que comenzar reconociendo que en este tiempo no ha dejado de hacer algún progreso. Por ejemplo: se ha enterado de que existe Mons. Brunero Gherardini y su libro de análisis crítico del Vaticano II. Y hasta habla del libro con cierto respeto exonerándole de los errores que afirma pululan en los escritos de los seguidores de Mons. Marcel Lefebvre.
El caso es que, curiosamente, el libro del canónigo vaticano se difunde en los centros lefebvrianos, como puede comprobar cualquiera que se acerque a uno de ellos.
Hace aguas por más sitios el articulo en cuestión así como las respuestas que da a los comentarios supervivientes a la censura infocatólica. Pero dejo su análisis a otros para centrarme en su reiterada y calumniosa acusación de cisma.
¿Existe un cisma lefebriano?
En realidad la pregunta podría ser si en la actuales circunstancias de Iglesia puede existir cualquier tipo de cisma. Porque no puede haber estrictamente cisma si no hay un reducto o perímetro bien definido en lo doctrinal y lo disciplinar y los que lo abandonan serían cismáticos frente a los auténticos católicos que serían tales porque permanecen dentro del perímetro y en comunión con él. Se puede estar fuera o dentro de un recinto cuando éste tiene unos límites precisos. Pero, cuando el recinto no tiene de tal más que el nombre porque no tiene tales límites sino que se confunde con los demás territorios y los penetra y es penetrado por ellos, decir que alguien está fuera o dentro de él es por lo menos arriesgado. Y cuando afecta a personas, en muchos casos beneméritas –como aquellas a las que Iraburu ataca- es también injusto y calumnioso.
Hoy –nunca lo lamentaremos bastante- ¿donde están los límites precisos y en la práctica (1) de lo que es correcto o no en doctrina, liturgia y disciplina en el seno de la Iglesia Católica? Porque si de hecho Walter Kasper puede ser cardenal, el papa que besa el Corán beatificado y las monja que defiende y hace propaganda del aborto seguir –aparentemente, al menos- tan tranquila, ¿dónde está el recinto religioso con unos límites concretos de modo que se pueda decir que alguien está dentro o fuera de él? ¿Hay un perímetro eclesial bien definido cuando la más alta autoridad eclesiástica alaba públicamente “la experiencia religiosa de Lutero”, cuando el actual arzobispo de Sevilla se hace acolitar por monaguillas o cuando la Universidad Notre Dame (USA) conserva el título de “católica” después de conceder el doctorado Honoris causa al abortista Obama?
Este es uno de los fallos fundamentales de Don José María Iraburu: que pretende afrontar esta crisis de vértigo a base de definiciones atemporales con las que elabora textos tan rotundos como alejados de la realidad. Y la realidad –la tristísima realidad- es que hoy la Iglesia no se presenta al mundo como un reducto con límites precisos sino como un magma ecuménico.
En conclusión: Una rémora.
Por eso la obra de Iraburu en cuanto se sale de ciertos límites se convierte en una rémora porque ante las mentes de los que le dan crédito, que en estos temas no merece, debilita la posición de quienes luchan por recuperar la Tradición católica. Le guste o no hace el juego Iraburu a los demoledores de la Iglesia enseñando ese obedientismo ciego que ha hecho que llevemos más de 40 años celebrando Misa con la fórmula de la Consagración mal traducida y contemplando sin reaccionar desastres tales como la destrucción del catolicismo romano. ¡Allá él con su conciencia! Pero al menos que no falten –no faltemos- quienes muestren a todos estos errores y los daños que han producido y pueden producir.



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(1) insisto: en la práctica que es lo que la gente vive y lo que configura o más bien desfigura la mentalidad católica.
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