| 12 marzo, 2011
En los últimos días asistimos asombrados a una vorágine de acusaciones y descalificaciones –unidireccionales, apunto- a un nuevo concepto elaborado por el sector neocon filoañastrista: el filo-lefebvriano. ¿Qué es un filolefebvriano para estos neocons? Pues esencialmente aquél ente (de razón o real) adornado con todos los atributos que hasta hace unos pocos años se aplicaban a los “lefebvrianos” con la salvedad de que estos filo-lefebvrianos no son lefebvrianos: son igual que los protestantes, saben más que el Papa, hacen uso del magisterio a beneficio de inventario, manejan un concepto de tradición ajeno a la Tradición viva de la Iglesia, son soberbios, malhumorados, enfadados, blanquecinos, locos, ignorantes, semianalfabetos, rudos, ultramontanos, gordos y con boina. Hasta hace unos pocos años el calificativo de quien se encontraba atónito y perplejo respecto a la vida diaria de la Iglesia, el loquerío ecumenista práctico, el progrerío clerical, la desinformación eclesiástica y el rupturismo de la Iglesia actual respecto a la Iglesia histórica era directamente calificado como “preconciliar” o directamente “lefebvrista”. A no ser que se fuera del Opus de Dei (en adelante “cofradía del marquesado de Peralta y del Banco Popular”, o más sucintamente “cofradía”) aunque su fundador recomendase a sus fieles el uso del “catecismo para párrocos” (de San Pío V) y el catecismo mayor de San Pío X. Si no se era de la Opus y se leían estas cosas, uno era un lefebvrista de tomo y lomo. Quizás el problema era otro, el miedo de las autoridades a que la combinación entre una situación pastoral práctica de ruptura y las elocubraciones teóricas de identidad teórica entre el pre y el postconcilio llegasen a situaciones críticas. La Opus para narcotizar ese problema hizo grandes aportaciones. Pero no nos desviemos. ¿Por qué filo-lefebvristas y no lefebvristas? Primero, porque los neocons ven con horror cómo la acusación de “lefebvrismo” en el sentido de excomunión, cisma, herejía, ya no puede aplicarse a gentes que no manifiestan una actitud hostil ni al Papa ni al magisterio. Ya no les funciona el argumento, y sólo vale reelaborarlo: son exactamente lo mismo que ese lefebvrismo, pero instalados dentro de la Iglesia. Tales neocons no se atreven a concluir su propia argumentación, porque ello les llevaría a desautorizar algunos actos del Papa, con los que, al menos en la práctica están muy incómodos. Y segundo, porque la acusación de lefebvrismo ya no funciona tan bien como hace unos años, desde el levantamiento de las excomuniones a la FSSPX y la promulgación del motu proprio summorum pontificum. Estos neocons, que llevaban años despotricando teóricamente cualquier cosa que estuviese relacionada con la Misa tradicional, con el pontificado de Benedicto XVI, han tenido que tragar sapos y culebras, eso sí, sin desdecirse de la actitud mantenida al respecto hasta entonces. Evidentemente, si el Papa considera que la liturgia tradicional es una riqueza para la Iglesia, y tiene interés en solucionar el problema canónico planteado por las ordenaciones de 1988, estos neocons tienen que redefinir este tipo de ataques. ¿Hacia dónde? Pues hacia los «filo-lefebvristas». Esto es, aquellos que no son lefebvristas, no se dedican a descalificar al Papa ni al magisterio de la Iglesia, pero les parece que están a su “derecha”. Y estos neocons ya no pueden permitir esto, pues creen constituir la representación exacta de lo que es un católico ortodoxo-fiel-a-la-Iglesia-eclesial. Les llaman “tradicionalistas”, cuando nadie se ha definido con ese adjetivo, sino que es una denominación empleada por los neocons para parcializar ya no grupos, sino tendencias existentes en la Iglesia. Y desde aquí podemos mirar el problema de fondo: los neocons suelen moverse en la esfera teórica de la abstracción, interpretando y reinterpretando declaraciones conciliares con el magisterio pre y pos conciliar o haciendo midrashes variadas de los dos últimos pontificados. Sin embargo, ese “tradicionalismo” del que hablan no procede de sesudas indagaciones hermenéuticas, sino de la percepción práctica de la ruptura que existe, ya no entre la vida real de la Iglesia- del día a día- y la Iglesia histórica, sino entre ese misma vida real y lo que la Iglesia a día de hoy dice de si misma. Esa incongruencia es la que motiva que haya quienes se dan cuenta de que hay algo que no va bien, y que es un problema no accidental, sino de fondo. Y es ese problema de fondo el que esos “filo-lefebvristas” plantean remover. Problema que en definitiva afecta a la liturgia, a la doctrina, a la pastoral. Demasiado incómodo para quienes se han fosilizado en él, aunque viesen a la Iglesia caer a pedazos. Extra Añastrum, nulla salus.