Experiri in re: el cura Pousa, una excepción

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Nuestros hermanos neocones ( y tócate…) esporádicamente piden que se intervenga para censurar a pintorescos eclesiásticos de variado pelaje a través de la autoridad eclesiástica. Y no está mal. Pero de ahí para arriba, ya no. Y eso se enmarca en una determinada retórica “juanpablista” de la Iglesia actual: no podemos estar mejor de lo que estamos, ni con las mejores estructuras, ni con los mejores medios; simplemente hay que corregir unos pocos abusos que no constituyen la norma habitual. Simplemente hay que aplicar las instrucciones –maravillosas- que existen al respecto y ya está. La arcadia.
  No es que todo funcione bastante bien. No. Es que todo está funcionando muy mal. Y esos casos esporádicos, no son la excepción, sino sólo la punta del iceberg de algo mucho más incrustado y con causas más profundas. Siguiendo el sistema de estímulos y respuestas del neocon medio, se esperaría que el que esto escribe comenzase a despotricar contra el último concilio, o a decir que el Papa es liberal, o cosas así. Como que no me interesa esa vía, sino más bien la del análisis práctico de la hermenéutica de la continuidad. Muy bien traída al respecto por su Santidad BXVI, pero que desconfío que todos entiendan. Hermenéutica es una palabra que significa interpretación, y esa llamada del Papa es a pensar la Iglesia presente no en situación de ruptura sino de continuidad armónica. Pero el hecho de que así se deba interprete no quiere decir que de hecho así sea. Porque no lo es. Si lo fuera, tampoco haría falta la llamada de atención del Papa.
  Aquí se nos plantea un difícil problema de entendimiento con los neocons, que por lo habitual se manejan en el ámbito de las abstracciones, de la conciliación entre principios, de la yuxtaposición –como una nueva catena aurea- de citas de documentos magisteriales de diversa índole. Pero siempre en el orden ideal. Y no es raro, porque habitualmente no pisan tierra. El día a día de la vida real de la Iglesia lo suelen desconocer. Cuando se trata de laicos, suelen estar incardinados en sus movimientos neoprimaverales. En ese remanso de comunión fraterna, todo es perfecto. Todos se quieren, se tratan bien, se corrigen, se ayudan, se sablean; se recuerdan constantemente lo estupendos que son, cuánto el Papa les estima, y la fidelidad que le deben, ya que son la “aristocracia de la Iglesia”. En relación al “resto” de la Iglesia, lo habitual son frases hechas y estereotipadas, “cada cual tiene su camino”, “hay muchos carismas”, aún en el fondo pensando la vulgaridad de una vida cristiana normal, y lo escaso de su exigencia. Con respecto a los clérigos, si están incardinados en algún movimiento neoprimaveral, es como si estuviesen en la luna de Valencia. Si son diocesanos, seguramente aúpados por algunos de sus cofrades habrán estudiado en Salamanca o en Roma, y en su vida pisarán una parroquia. A lo sumo, un “cargo pastoral” de fin de semana, y poco más.
 Pero la vida real de la Iglesia es muy compleja; no hace falta ir a Pousa. Vayamos a los grupos de cáritas, ¿qué cosas se escuchan allí? A las escuelas de catequistas ¿Qué tipo de catolicismo es el que se enseña?  A los consejos de pastoral (menudo caos), sin entrar a mencionar las escuelas de teología. Se puede empezar por el celibato de los curas, la misa participada, el preservativo y acabar con que la Iglesia es retrógrada, machista y reaccionaria. Me contó en una ocasión un profesor de teología bastante progresista que en una convivencia de una de esas escuelas de teología, le rayaron tanto la cabeza contra el Papa que hasta experimentó por vez primera un rauto de adhesión y defensa del Romano Pontífice. Los fieles que no participan en estas cosas han acogido toda la dialéctica de ruptura, o con resignación o con indiferencia. La idea es que estamos en una revolución permanente al estilo trotskista. Y los mismos fieles podrían responder que, en su relación a la vida cristiana, la ruptura ha sido total, en las formas y en el fondo. Tanto es así, que suelen ser los fieles los primeros que resisten formas de restauración por pequeñas y nimias que sean: asumieron demasiado bien la ruptura postconciliar.  La frase es habitual, como un ritornello “la Iglesia se modernizó bastante, pero debería hacerlo todavía más”. Y esto lo repiten gentes que no han estudiado una línea de teología. Sólo les ha hecho falta observar.
 ¿Y los seminarios? Se dijo que en Iberoamérica gracias a Juan Pablo II se cortó la teología de la liberación. Pues allí teología de la liberación es lo que se enseña, en distinto grado. ¿En España? El nivel ha caído tan bajo que ver fotos de familia de seminaristas con sus formadores es lo más semejante que uno puede encontrar en la vida real a la familia monster. Y no es casual. ¿Cómo se puede permitir ingresar a un seminario a quien no ha completado los estudios secundarios o de bachillerato? En ocasiones los cargos de “superior” (ahorita le dicen “formador”) de seminario no son sino un trampolín para otros puestos. Y ya se sabe, “si en la Iglesia quieres trepar, oír, ver y callar”. Y es un cargo que exige decisiones drásticas y desagradables, si no quiere hacer un perjuicio tanto a la Iglesia como a los que sienten la vocación sacerdotal. Pues nada, aquí paz y después gloria. Le oí a un profesor que no era clérigo, que daba filosofía en un seminario de España, que tras un examen de cultura general, algún seminarista había respondido que América se había descubierto en 1789. De la formación espiritual ni hablar. Puras fórmulas voluntaristas, cuando no meramente psicologistas al estilo de Nouwmen, que tanto daño han ocasionado. Y todo ello unido a una visión dulzona de la existencia y del mundo moderno. Y claro, cuando se percibe la hostilidad a la Iglesia tantos neopresbíteros se ven inermes y rompen, por un sitio o por el otro.  Dice Chautard (¿y ese quien eees?) en el “alma de todo apostolado”, que el apóstol cuando no vibra por la caridad de las almas cae en el más sucio de los fangos (no tangos). O algo así. Y es lo que vemos día tras día. Sobre esto no se escucha ninguna crítica ni ninguna llamada de alarma. No se puede pretender tener fieles católicos y sacerdotes que sepan lo que son, si absolutamente nadie pone remedio a la situación que se padece. ¿Y los documentos de la Santa Sede? Preciosos, muy bien escritos. Nunca se escribieron tantos documentos como ahora, en perjuicio de tantos árboles inocentes. Pero claro, hay que dar una imagen, y estas cosas no se pueden decir, ni siquiera “ad intra”. También es verdad que hay que saber de lo que se habla y no limitarse a denunciar los casos cuando ya han salido a la luz pública.O No será así. No.No.Es que todo está bien. El problema es que nos falta oración ¿seguro?
     
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