por Infocaotico | 13 abril, 2013
El cardenal Bertone ha enviado en nombre del Santo Padre un telegrama al Primer Ministro de Reino Unido, David Cameron, con motivo del fallecimiento de Margaret Thatcher. El telegrama de pésame “…recuerda con aprecio los valores cristianos que sostuvieron su empeño en el servicio público y en la promoción de la libertad entre el concierto de las naciones”.
¿Cuáles son esos valores cristianos que sostuvieron a la difunta Thatcher? Tal vez sean los de la comunión anglicana o los de alguna “masonería cristiana”. No olvidemos que la baronesa puso en marcha la ampliación de la ley del aborto de 1967 y desarrolló una política económica de capitalismo salvaje.
La redacción del telegrama merece crítica. Pudo ser más sobria y no hacer elogios discutibles e innecesarios. Hubiera bastado con usar fórmulas protocolares y encomendar su alma a la misericordia de Dios.
Un telegrama diplomático en sí mismo no tiene gran relevancia. No obstante, en el universo mental neocon, todo acto del Papa o de la Curia debe defenderse como si fuera magisterial. Por afán apologético algunos llegan a decir sobre este punto que “si el Papa dice A y yo B, es el Papa quien tiene razón”. Otros, por vía indirecta, se concentran en una defensa política de la dama de hierro.
Reproducimos un artículo que contribuye a desmitificar la figura de Margaret Thatcher.
El fraude de Margaret Thatcher
Pese a su «patriotismo», fracasó en contrarrestar las consecuencias disolventes de la revolución moral y social de los 70. Para ella, obsesionada por la economía, esos problemas ni existían.
Con la muerte de Margaret Thatcher cada analista ha retornado a donde solía: la izquierda a sus tópicos más o menos fundados y la derecha a los suyos. Nadie ha reparado sin embargo en el fraude que ha supuesto su figura dependiendo de la perspectiva con la que se miren sus años de gobierno. ¿Qué queremos decir? Pues que, aunque suene extraño, nosotros creemos que la figura de Margaret Thatcher puede ser reivindicada por igual desde posiciones liberales e izquierdistas. Y que nadie se asombre por ello porque esta afirmación cobra todo su sentido cuando se supera la disyuntiva, en parte aparente, de «izquierdas» y «derechas«.
En las filas liberales, la leyenda dice que, tras el desastre anterior laborista, Thatcher convirtió a Gran Bretaña en una potencia influyente animada –todo eso del «vínculo transatlántico», etc- por una economía próspera. El pasado día 8 el ex presidente del Gobierno José María Aznar subrayó la «energía reformadora» y la «pasión por la libertad» de la ex primera ministra británica, a la que considera una «protagonista indiscutible de la gran política del siglo XX». Para Aznar, Thatcher «fue un ejemplo de convicciones, de coraje y de capacidad de desafío, y una de las más valientes y enérgicas defensoras de la libertad del pasado siglo» y, además, siempre según Aznar, Thatcher consiguió establecer su «propio paradigma de crecimiento y prosperidad basado en la libertad y las reformas», lo cual «no sólo acabó con la hegemonía socialista en su país, sino también con el ambiente de resignación y el fracaso económico y social».
Pese a que esta retórica sobre la «libertad» carece absolutamente de contenido, cabe subrayar el hincapié que se hace en torno a la economía, como no podía ser de otro modo. Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre también se han explayado en términos similares acerca de las «reformas», la «libertad», etc. Nada nuevo bajo el sol, como se ve. El caso es que, con una hábil maniobra, la estadista británica ha sido propuesta como figura referencial a los electores conservadores españoles desde los medios de la «derecha».
En la trinchera de enfrente, desde la izquierda, ya Rubalcaba recriminó en su momento a Esperanza Aguirre el identificarse con una especie de «thatcherismo castizo y cañí». Medios como Público o El País –y también, por ejemplo, el canal de noticias basura de Yahoo- se gozan también en titulares y contenidos que difunden los clásicos tópicos de la izquierda: Thatcher fue responsable de durísimas medidas contra las clases trabajadoras. Es cierto. Pero aquí también los últimos gobiernos de la UCD y los socialistas de Felipe González adoptaron medidas similares durante la célebre «reconversión industrial», a fin de hacernos más «competitivos» y de «reajustar la oferta a la demanda».
Eso conllevó cierres, despidos y desmantelamientos de buena parte de nuestro tejido industrial. Otros gobiernos de izquierda, como el SPD de Gerhard Schröder en Alemania, hicieron luego cosas similares. Y es que, como se ve, no es que los ataques a los trabajadores sean patrimonio exclusivo de los gobiernos liberales, sino que, más bien, es la propaganda de la izquierda quién se encarga de ocultar los hechos cuando estos se refieren a gobiernos a los que sirve. Cabe afirmar, por tanto, que Thatcher no llevó a cabo nada esencialmente diferente a lo que hicieron otros gobiernos «progresistas» en su mismo país y en otros lugares de Europa.
Lo que muchos no parecen preguntarse es qué es lo que queda a fecha de hoy de su legado o, dicho de otro modo, en qué se ha convertido la Gran Bretaña de la señora Thatcher. Porque de un correcto análisis sobre estas cuestiones podrá deducirse si lo que hoy es Gran Bretaña puede cargarse en el «debe» de la primera ministra. Aquí hay que decir que Margaret Thatcher, pese a su «patriotismo», fracasó en contrarrestar las consecuencias disolventes de la revolución moral y social de los años sesenta. Para ella, obsesionada por la economía –la liberal, se entiende- esos problemas ni existían y ella más bien fue parte activa de los mismos. No en vano votó a favor de la iniciativa de Leo Base para despenalizar la homosexualidad, a favor de la iniciativa de David Steel para despenalizar el aborto y a favor de leyes que favoreciesen el divorcio.
Se piense lo que se piense de la homosexualidad, el aborto y el divorcio, el caso es que resulta difícil encajar a Thatcher en el estereotipo de conservador que abunda en la propaganda de la izquierda. Por eso hoy, Gran Bretaña, es un lugar donde existe una activa y numerosa «policía del pensamiento» que denuncia y delata a «homófobos» y «racistas», al tiempo que su población indígena envejecida va siendo progresivamente sustituida por mil etnias inasimilables y sin ningún sustrato común con el pueblo británico. La islamización de Gran Bretaña se está produciendo a pasos agigantados y muchos se preguntan cómo ha podido ese país perder de tal modo el control de sus fronteras.
Peter Hitchens, hermano del fallecido Christopher Hitchens, en su artículo The Myth of Margaret Thatcher, explica todos estos asuntos tras haber vivido de cerca el «thatcherismo». Refiriéndose a la Gran Bretaña de hoy, Hitchens dice cosas como que, «en las regiones donde se aseaban los mineros y los obreros del metal, bandas de jóvenes que nunca han trabajado y nunca lo harán, fuman marihuana y se inyectan heroína sin que los moleste una policía castrada y sus hermanas tienen hijos fuera del matrimonio que se suman el enorme número de familias monoparentales… La Gran Bretaña de hoy tiene todavía un amplio sector público consistente en hospitales, gobiernos locales y centros educativos (N. Del A.: es decir, entidades de servicios que no producen porque la industria fue desmantelada y deslocalizada en Asia por Thatcher y demás). Existe una legión de monitores de la homofobia y dispensadores de anticonceptivos pagados todos con fondos públicos… «. Además Hitchens añade: «La corrección política está escrita en la ley bajo a forma de ´leyes de igualdad´ que fijan criterios en el sector público y en todos los que contratan con él… El sistema educativo británico, que cree que la igualdad social es más importante que el conocimiento, produce todos los años decenas de miles de los más ignorantes jóvenes del mundo industrializado…».
¿Qué significa todo este panorama? Pues que Gran Bretaña no escapa a los moldes de decadencia, y decrepitud de otros países occidentales. Sus patologías son las nuestras, aunque de vez en cuando se azuce el estereotipo del británico que defiende su imperio –Gibraltar, por ejemplo- y se oculte que se hace más por preservar los intereses de oscuras élites que por un genuino patriotismo, proscrito en Gran Bretaña, al igual que en otros países europeos, como si tratara de una forma más de «fascismo».
Por si fuera poco, Thatcher nunca entendió la enorme amenaza para la soberanía británica que suponía la construcción de la Unión Europea y, más en concreto, la globalización. Así, hoy, los sindicatos con los que en su época ella se enfrentaba han perdido su función más que por las políticas thatcheristas, porque las manufacturas británicas han sido deslocalizadas y, sencillamente, han desaparecido.
Es decir, Thatcher, como se ve, defendió su empleo a conciencia y mandó una «task forcé» a las Malvinas pero fracasó estrepitosamente en frenar la decadencia y la descomposición del país. Más aún: contribuyó activamente a este proceso igual que los gobiernos que la han sucedido. No es por tanto nada raro que gentes como Aguirre, Rajoy o Aznar alaben una trayectoria política análoga a la suya y con las mismas carencias letales para el país. Tampoco es raro que la izquierda tenga la cara dura de recriminarle lo que ella misma haría y silencie aquellas cosas en las que Thatcher y ellos estaban de acuerdo. Unos y otros forman parte de lo mismo: que todo cambie para que todo siga igual. Pero de momento, baste decir que la mitificación de Thatcher no es si no otro más de los embustes necesarios para neutralizar e intoxicar a las fuerzas sanas del pueblo. Por lo demás, que Dios tenga piedad de su alma.