“…en medio de todo este tumulto ha brillado una luz que puede reducir a la nada los esfuerzos del mundo para terminar con la Iglesia de Cristo: el 30 de junio de 1968 el Santo Padre proclamó su profesión de fe. Éste es un acto que, desde el punto de vista dogmático, es más importante que todo el concilio. Ese Credo, redactado por el sucesor de Pedro para afirmar la fe dé Pedro, asumió una solemnidad absolutamente extraordinaria. Cuando el Papa se puso de pie para pronunciarlo, los cardenales también se levantaron y toda la multitud quiso imitarlos, pero el Papa hizo sentar a todo el mundo; quería estar sólo él de pie como vicario de Cristo; para proclamar su Credo, y lo hizo con las palabras más solemnes en nombre de la Santísima Trinidad, ante los santos ángeles, ante toda la Iglesia. Por consiguiente, el Papa llevó a cabo un acto que compromete la fe de la Iglesia.”
EL CUARTO ARTICULETE DE DON IRABURU (II)

| 30 marzo, 2011
La Redacción ha hecho un esfuerzo por no dormirse para terminar la glosa del articulete de D. Iarburu.
Credo in Ecclesiam. La Iglesia católica, la que permanece en plena comunión con sus Obispos y el Papa, guarda siempre la verdad y los medios de santificación. No es preciso distanciarse de la unidad de la Iglesia con actos cismáticos para reafirmar las verdades católicas y combatir los errores y abusos que en ella puedan darse, pues Ella misma tiene poder en el Espíritu Santo para vencerlos. Muy al contrario sucede fuera de la Iglesia católica: los errores monofisitas, por ejemplo, del abad Eutiques (+454) pueden perpetuarse durante siglos, hasta hoy, en confesiones cristianas separadas de Roma. Pero eso no puede suceder en la Iglesia católica, porque ella es «la Iglesia del Dios vivo, la columna y el fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). Podrá quizá tardar la Iglesia un tiempo largo o corto en vencer errores y abusos –el arrianismo, la simonía–, pero siempre, auxiliada por Cristo, su Esposo, acaba por vencerlos. Podrá guardar silencios alarmantemente prolongados –como hoy, por ejemplo, sobre la doctrina política católica (97-98, 100-105)–; pero ya el Señor de la historia le dará palabras cuando Él lo quiera. Oremos y esperemos con paciencia. La Iglesia enseña cuando habla, no cuando calla.
D. Iarburu vuelve a la carga con el tema del cisma. Ya nos ocupamos en glosas anteriores y nuestro vecino no ha contestado a nuestras objeciones.
Ahora introduce en su argumentación al Espíritu Santo. ¿Acaso Monseñor Lefebvre ha negado la asistencia del Paráclito a la Iglesia durante el post-concilio? Leemos en su Carta a los católicos perplejos: “Tenemos pues éste consuelo y esta confianza de sentir que el Espíritu Santo no nos ha abandonado. Se puede decir que el arca de la fe, apoyándose en el concilio Vaticano I, torna a encontrar un nuevo punto de apoyo en la profesión de fe de Pablo VI.”
Pero así como la gracia supone la naturaleza, el Espíritu Santo actúa en la Iglesia por medio de sus hombres: pontífices, obispos, doctores, etc. ¿Olvida Iraburu el papel de un Atanasio en el combate contra el arrianismo?
En el tiempo postconciliar los errores doctrinales y los abusos disciplinares, morales y litúrgicos han sido denunciados desde dentro de la Iglesia católica, aunque no tanto, ciertamente, como fuera de desear. Hacer una lista de nombres para demostrar lo que digo resulta prácticamente imposible; pero citaré solo algunos ejemplos, los primeros que me vienen a la mente. Autores laicos, como Von Hildebrand, Maritain al final de su vida, Francisco Canals, Messori, Weigel, Ricardo de la Cierva, Woods, han dado con gran fuerza testimonio de la verdad, frente a herejías y abusos: y nunca faltarán a la Iglesia hombres como ellos. También han hecho lo mismo Obispos y teólogos como Siri, Ottaviani, González Martín, Fabro, Mondin y tantos más: y nunca faltarán a la Iglesia hombres como ellos. Incluso teólogos católicos, que en algunas cuestiones se habían mostrado anteriormente próximos a tesis progresistas, como el P. Henry de Lubac, S. J., ya estaban dando voces de alarma dos años después del Vaticano II:
(…)
Dice D. Iraburu: “Ese vigor de Cristo, de los apóstoles y de los santos para proclamar la verdad, denunciar el error e impugnar a los maestros del error –y en general para gobernar la Iglesia–, aparece hoy sumamente debilitado.” ¡Ipsissima verba!
Pero han sido siempre los Papas del postconcilio los testigos más firmes de la verdad católica, y quienes han combatido con más fuerza los errores y males de la Iglesia presente. Podemos apreciarlo, por ejemplo, en algunas graves cuestiones.
–La verdad católica de la Eucaristía, (..)
–La santidad del matrimonio y la lucha contra la anticoncepción, tal como la enseñaron Pío XI (…)
–Las misiones de la Iglesia y la unicidad de Cristo como Salvador universal han sido también verdades de la fe que los Papas últimos han defendido con gran fuerza contra innumerables herejías difundidas dentro de la Iglesia (Evangelii nuntiandi, 1975; Redemptor hominis, 1979; Redemptoris missio, 1990; Dominus Iesus, 2000).
(…)
Monseñor Lefebvre no dudó en reconocer, por ejemplo, el valor de Pablo VI cuando realizó la solemne profesión de fe conocida como Credo del Pueblo de Dios:
Sin embargo…
La Iglesia católica, también después del Vaticano II, ha florecido en maravillas de gracia y de santidad. No solo ha conocido la proliferación de errores y horrores, en los que me he fijado especialmente para responder a los filolefebvrianos acusadores. Por el contrario, cuántos Obispos y párrocos, desbordados con frecuencia por situaciones de abrumadora descristianización, han seguido entregando sus vidas con amor incesante al servicio de Cristo y de su Iglesia, “gastándose y desgastándose por las almas hasta el agotamiento” (2Cor 12,15). Cuántas personas consagradas han vivido clausuradas en ofrenda permanente de alabanza y de súplica. Cuántas obras de heroica beneficencia multiforme han florecido en el árbol de la Iglesia. Cuántos institutos religiosos y movimientos de laicos se han renovado o han nacido en estos decenios… Cito solamente algunos, no los más grandes, que me son especialmente conocidos y queridos, Schola Cordis Iesu, Siervos del Hogar de la Madre, Instituto Mater Dei, Siervos de los Pobres del tercer mundo, Miles Christi, Schola Veritatis…
¿Y quién niega posibles frutos de santidad en medio de semejante crisis? ¿Es que no hubo un Atanasio en plena crisis arriana? ¿Qué quiere probar con este párrafo?
Es de agradecer que no mencione entre los buenos ejemplos a fundadores considerados “modelos de la juventud”, a superiores fabricantes de vocaciones inexistentes, a laicos primaverales que regalaron su vida con “generosidad” y “humildad”, a cofundadoras vitalicias que declaran que desde el Vaticano se persigue a sus movimientos, etc. Nos ahorra la tarea de hacerle ver el absurdo.
Cuántas personas y obras santas he conocido yo en medio siglo. Carmelitas descalzas… Se diría que, por una misteriosa correspondencia, a los abismos del mal que el Señor permite responde levantando montañas de gracia y santidad. ¿Quién podrá convencerme de que ésta no es ya la Iglesia católica? ¿Y que la Misa que celebramos cientos de miles de Obispos y sacerdotes, según el Novus Ordo promulgado por Pablo VI, es herética, o al menos conducente a la herejía, y ciertamente vitanda?… Dan ganas de llorar, de pena y de gratitud.
¿Y quién le ha dicho a Iraburu que para Lefebvre la Iglesia se ha extinguido? ¿Acaso no sabe que la Hermandad San Pío X no niega validez al Novus Ordo de Pablo VI?
Jamás debe contraponerse una «Roma eterna» y una «Roma temporal», la de hoy. Jamás debe condenarse a la Iglesia como «apóstata y adúltera». Jamás es lícito distanciarse de ella por actos cismáticos, como si éstos fueran imprescindibles para poder salvar «la continuidad de la Iglesia» en la verdad y la santidad. Jamás debemos contraponer a la Iglesia de Cristo –a esta Iglesia, no hay otra–, una «Roma eterna», que no tiene más realidad que la de un ectoplasma. Hacerlo es absolutamente contrario a la Tradición eclesial de los Padres y de los santos. Jamás debemos volver la espalda a nuestra madre la Iglesia, a pesar de sus heridas infectadas y las suciedades de su túnica. Ella es la fuente inagotable de la verdad y de la gracia. Jamás debemos avergonzarnos de la Iglesia existente, porque es el único Cuerpo de Cristo, integrado por santos y pecadores (LG 8c; GS 43f). Jesús nos dice, refiriéndose también a su propio Cuerpo: «¡bienaventurado aquel que no se escandalice de mí!» (Mt 11,6).
–Mons. Lefebvre, por el contrario, con ocasión de los errores y horrores postconciliares se fue escandalizando cada vez más del Concilio, de los Papas, de la Liturgia renovada. Y dijo cosas terribles, que sus seguidores siguen difundiendo en libros y sitios de internet: «la Roma eterna condena la Roma temporal. Por eso preferimos la eterna» en la FSSPX (Tissier 494)… «Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía» (577)… «No se puede seguir a esa gente, es la apostasía… Procedamos a la consagración» de Obispos (578). «La Chaire de Pierre et los postes d’autorité de Rome étant occupés par des antichrists, la destruction du Règne de Notre-Seigneur se poursuit rapidement» (578) [1]… «La situation de la papauté depuis Jean XXIII et ses successeurs pose des problèmes de plus en plus graves… Ils fondent une Église conciliaire nouvelle… Cette Église est-elle encore apostolique et encore catholique?… Devons-nous encore considérer ce pape comme catholique?» (569) [2].
Ha dicho Monseñor Fellay que la Hermandad San Pío X “…siempre ha estado y seguirá estando ligada a la Santa Sede, Roma Eterna.” ¿Para Iraburu la Santa Sede es un ectoplasma?
¿Si Benelli emplea la expresión “Iglesia conciliar” se puede salvar al personaje mediante la interpretación? ¿Pero si Lefebvre en un momento de oscuridad u ofuscación utiliza otra metáfora, Iraburu lo condena sin el menor esfuerzo hermenéutico? ¿Doble rasero?
Ya se ve que, con el favor de Dios, tendré que añadir otro artículo.