| 25 octubre, 2011
«Hace unos días leía en El Mundo, mi diario de referencia, una crónica en la que se informaba detalladamente de la supuesta censura de una película española sobre la guerra civil. ¡Otra, sí, otra! Y ¿cuál es, parece ser, el motivo? Pues no es otro que el hecho de que no ponen a caer de un burro a los del bando nacional. No se crean que es porque ensalza a los “nacionales”, no, es simplemente porque no los pone a parir, y de alguna manera no ejerce el repetitivo maniqueísmo al que nos tiene acostumbrada la cinematografía guerra civilista, en la que los republicanos son los buenos y los nacionales los malos.
Los perdedores de la guerra y sus jóvenes y no tan jóvenes ideólogos, y que conste que soy nieto de republicanos por ambas partes, sienten la obligación moral de aleccionarnos, eso sí, siempre mediante subvenciones públicas y películas tostón, sobre las bondades del rojerío español y las maldades del franquismo. Uno va llegando, con la edad y las lecturas, a la conclusión de que si Franco no era lo mejor que le podía pasar a España, el despiporre atolondrado de los republicanos hubiera convertido este país, de haber ganado ellos, en algo absolutamente ingobernable. O sea, que en aquella época, y solo en aquella –soy un demócrata convencido–, es probable que Franco fuera un mal menor. Y la prueba la tenemos en nuestros tiempos, donde los socialistas y la progresía subvencionada están llevando al traste a toda la nación. A los hechos me remito.»