| 13 octubre, 2012
Teníamos esta entrada en archivo. Pero el inefable Arráiz nos obliga a ponerla al día y publicarla cambiando algunos datos menores. El venezolano no ha podido resistirse la tentación de decir algo sobre el Vaticano II y el comunismo, aunque para ello recurra a un libro desactualizado y tenga que citarlo de manera sesgada. Porque la obra de Svidercoschi que cita el bolivariano (disponible aquí) da cuenta del pedido de algunos padres conciliares para una condena explícita y nominal del comunismo. En prieta síntesis, los argumentos para la condena fueron los siguientes:
Positivos,
1) el ateísmo, aun siendo uno de los errores fundamentales del comunismo, no es el único ni es propio y exclusivo del comunismo. Incluso en el caso de que el comunismo, por hipótesis, no fuera ateo, debería, sin embargo, ser rechazado por la negación de otras verdades fundamentales del orden natural.
1) el ateísmo, aun siendo uno de los errores fundamentales del comunismo, no es el único ni es propio y exclusivo del comunismo. Incluso en el caso de que el comunismo, por hipótesis, no fuera ateo, debería, sin embargo, ser rechazado por la negación de otras verdades fundamentales del orden natural.
2) Los Concilios deben, cada uno en su propio tiempo, desenmascarar los errores tal como en concreto y no en abstracto se difunden de una manera larvada. Ahora bien, hoy la forma más peligrosa y virulenta, bajo la que se encarna y actúa el ateísmo, es el comunismo.
3) Si el Vaticano II tiene un carácter eminentemente pastoral, ¿qué otro problema hay más pastoral que el de impedir que los fieles terminen haciéndose ateos a través del comunismo?
4) Puesto que el esquema XIII se ocupa de problemas mundiales, debe considerarse como mundial el fenómeno del comunismo que oprime a más de la mitad del mundo, un problema ya acuciante y que lo será aún más en el futuro.
5) El Concilio, que pretende promover el aggiornamento de la doctrina y de la praxis de la Iglesia , no puede menos de emitir solemnemente su juicio sobre este actualísimo problema.
6) Los fieles esperan que el Concilio hable con la mayor claridad y fuerza de este tema, a fin de que queden abolidas del seno de la Iglesia las dudas, las incertidumbres y los engaños sobre la posibilidad de un acuerdo entre comunismo y cristianismo.
7) Centenares de miles de aquellos que han sufrido y sufren persecución por parte del comunismo -católicos, ortodoxos, protestantes o fieles de cualquier religión- esperan del Concilio conforto y solidaridad. He aquí el valor ecuménico de la adición pedida.
Y negativos,
1) Si el Concilio guardara silencio sobre el comunismo, este silencio sería comparado en la mente de los fieles, como consecuencia injusta pero fatal, a una tácita abrogación de todo cuanto los últimos Sumos Pontífices han dicho y escrito contra el comunismo, y ciertamente también de las condenaciones hechas repetidas veces por el Santo Oficio.
2) Nadie puede dudar de que el comunismo interpretaría a su favor, mediante una gran labor propagandística, el silencio del Concilio, creando una deplorable confusión de ideas entre los fieles.
3) Como hoy, por ejemplo, algunos acusan injustamente a Pío XII, de venerada memoria, de silencio hacia las víctimas del nazismo, así, después del Concilio, el Colegio Episcopal podría ser acusado, con todo derecho y merecidamente, de silencio hacia las víctimas del comunismo. En conclusión no es superfluo tratar del comunismo, aunque se hayan ocupado ya de él los últimos Papas, porque el consenso solemne de todo el Concilio da mayor fuerza y eficacia a este tema, y no puede suceder que los cristianos de la Iglesia del silencio sufran más de lo que sufren hoy.
La petición, firmada por numerosos obispos, sufrió muy curiosas peripecias reglamentarias y al final, los textos aprobados no incluyeron la condena, sino que se remitieron a reprobaciones precedentes en una nota al pie. Cabe preguntarse, ¿por qué no intervino Pablo VI para remediar la omisión como lo hizo en materia de colegialidad?
Las razones positivas y negativas de la petición son discutibles en cuanto referidas a la oportunidad pastoral de reiterar una condena ya formulada en el pasado. Pero lo que no puede hacerse honestamente es adulterar los textos conciliares en su literalidad y sentido objetivo.
Además, decir que una condena implícita es diáfana resulta una burla grosera a las más elementales reglas de interpretación de las condenas magisteriales (v.odiosa restringenda, favorabilia amplianda). Y se da de patadas con lo dicho recientemente por Benedicto XVI sobre “…la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos…”.
Al ya problemático espíritu del Concilio, creador de un para-concilio que multiplica las dificultades de los textos conciliares en sí mismos, se une ahora el fantasma neoconservador, que pretende reescribir la historia silenciando datos relevantes y hacer las interpretaciones más arbitrarias, toda vez que los textos no encuadren en sus esquemas preconcebidos.
P.S.: De la lectura del post de Arráiz pareciera que al pacto de Metz es una invención conspirativa de tradicionalistas como De Mattei y Madiran. Recordemos que la reciente publicación de la biografía de Pablo VI, escrita por Andrea Tornielli -que no es un autor tradicionalista- aporta nuevos elementos de prueba sobre el acuerdo de Metz. Más información, aquí.