6. DILETANTISMO LITÚRGICO.- Es un formidable adversario del espíritu de la Liturgia católica. Con dificultad se le define, y aun cuesta más a veces darse de él cuenta; pero le señalamos como un escollo, no tanto del pueblo, como de ciertos espíritus selectos que llegan a sentir el encanto de la Liturgia, mas no quieren doblegarse a sus fundamentales exigencias. Huysmans nos habla de los «morfinómanos de la Liturgia», de los que han bebido el «regalado veneno» de sus funciones, delatando con estos motes gráficos el peligro del diletantismo cultual.
Para el diletante la religión es cosa de imaginación y de ensueño, no exigencia entrañable del espíritu; nada impone de normativo en orden al pensamiento o a la vida, y sí sólo es campo donde halle delicado placer la fantasía, pábulo abundante la emoción. El diletante es capaz de sentir el estremecimiento de lo sublime ante las magnificencias de una Catedral o la pompa de nuestras ceremonias; pero no penetrará en el misterio del simbolismo o de las funciones litúrgicas para aprender, y menos practicar, las lecciones de vida cristiana que encierran.
Deriva de aquí un mal grave: ya no es la Liturgia verdad, ley, ascesis, forma social obligatoria del culto a Dios, medio poderoso de perfección personal y colectiva; es espectáculo, fin, goce, pasatiempo, estímulo de la vida emocional; vendrá la fatiga o la hartura, que no tardan en hartarse y sentir cansancio los humanos instintos, aunque no sean los menos nobles, y se abandonarán unas prácticas que no han podido adentrarse en la región serena del espíritu.
Son variadas sus formas, desde la beata fruición del lugareño pretencioso, para quien, con mal acuerdo, se organizan fiestas religiosas con números de moda, predicador “grandilocuente”, música “clásica”, teatralismo antilitúrgico, etc.; hasta los éxtasis de los espíritus refinados, si alguno hay, para quienes la Liturgia, legítimamente ejercida, es el opio que les introduce en la región de los sueños seudoespirituales y seudomísticos. No es sueño la religión, ni suave ponzoña el culto; aquélla es espíritu y verdad, luz y fuerza, atadura con Dios, centro de gravedad del alma; y el culto no es más que la práctica de la religión, con las exigencias, a veces bien duras, que nos impone. Es la manducatio ad Deum, un vasto sistema de orden externo en que, si halla pábulo delicioso el sentido estético, es para llevarnos a la total aceptación de la verdad y de la ley. Lo demás no es religión, sino religiosidad; ni sentimiento, sino sentimentalismo; ni Liturgia, sino estetismo y blanduchería cultual.
7. LA RUTINA RITUAL. – Podríamos llamarla «hábito desdoblado», en cuanto es hija del mismo, pero vacía de su elemento espiritual. El hábito del rito importa la repetición de los actos de atención, voluntad y sentimiento, al tiempo que se repite el acto externo que es como la floración del estado íntimo del alma. Para la plenitud del acto litúrgico se requiere la fusión de ambos elementos, que son como la materia y forma del culto.
En cuestión de Liturgia es funestísima la rutina; aquélla es esencialmente externa, en cuanto es culto social, pero no puede llamarse Liturgia si no arranca del espíritu, porque en este caso no es “servicio de Dios” prestado por el hombre entero, sino por un mecanismo extrínseco, especie de psitacismo en que no hay vibración de alma humana.
Gran parte del descrédito e ineficacia de la Liturgia viene de este divorcio de alma y cuerpo que produce la rutina. (…) La rutina dispersa la atención y deja la fantasía suelta, al tiempo que afloja su tensión la voluntad, se seca la fuente de los apuros afectos e invade cuerpo y alma el tedio y el cansancio.
Entonces es cuando el cuerpo, emancipado del poder del espíritu cae, por propia inercia, en todos los vicios que son característicos de la rutina: gestos litúrgicos rudimentarios, desdibujados, maquinales; canturreo soñoliento en que se masculla, no se pronuncia, el texto; y en que no aparece esfuerzo en dar relieve, ajuste y arte a palabras y frases según las personales condiciones del ejecutante; desgarbadas actitudes e indolentes poses; movimientos atropellados; la falta, en fin, de esa aureola semidivina que circunda al ministro de Dios cuando alma y cuerpo se agitan, solidariamente según el ritmo de las cosas divinas que los informan.
Lo mismo cabe decir, en la proporción debida, del pueblo que asiste a la Liturgia. iQué impresión de “religión”, es decir, de espiritual comercio con Dios, se sacaría si fuese inteligente, no rutinaria, la celebración de la santa Liturgia!…