De aquellos barros, estos lodos (II)

|

Continuamos con la descripción del ambiente litúrgico que hiciera el cardenal Gomá.

3. LOS LIBROS DE PIEDAD. Hablando Huysmans de los prosistas piadosos del siglo XVI, los llama “tartajeadores de oraciones pálidas”: puede la metáfora correrse un par de siglos y aplicarse a la moderna mercadería del libro piadoso. No los condenamos en bloque, pero son raros los buenos. Adolecen casi siempre de dos capitales defectos: falta de pensamiento y sobra de sensiblería; ni nutren la fe, ni producen la expansión, noble y recta, del elemento emocional.

No bastan, para escribir libros piadosos, el celo y la buena intención, y sobran los cálculos de carácter editorial. Quien escribe de piedad debe fundarse en el saber teológico, claro, preciso; y debe tener el don, no concedido a toda pluma, de dar plasticidad y transparencia al estilo, que permitan ver el nervio del pensamiento que lo sostiene. Hay que dar a la prosa piadosa la cualidad característica de la literatura evangélica y litúrgica, que lo es asimismo de la piedad cristiana: la unción; y hay que hermanar, en forma natural y suave, pensamiento y corazón, hasta el punto de poder decirse que es la inteligencia amorosa, o el corazón iluminado, quien ha dictado la reflexión piadosa o la plegaria.

<

Habría que convencer a ciertos autores de libros piadosos de que resistan al prurito de la pluma; y a los editores católicos de que no publicaran manuscrito alguno, por razones extrañas a su valor, con tal que nada les cueste y tengan la seguridad de su venta…

4. LA POBREZA DEL CULTO. Alguien ha dicho que el dinero no «califica» a nadie; pero, no tenerlo, hasta cierto punto “descalifica”. Tiene la riqueza su prestigio, y cuando bien se la maneja, tiene fuerza de atracción irresistible; ella sabe vestirse, como de manto rozagante, de cuanto puede cautivarnos.

Acusan espíritus frívolos a la Iglesia por el fausto de su culto. Dejemos la parte moral de la respuesta a esta objeción de los “avaros con Dios”. Una Liturgia pobre, cuando abunda la riqueza, no es digna de un Dios magnífico. Así lo han entendido todas las religiones que han dedicado a sus dioses la flor del arte y de la riqueza de los pueblos. Ésta, siguiendo un curso natural, debe devolverse, en cierta medida, al Dios que la da.
Pero es que al dar la Iglesia pompa magnífica a su Liturgia, ha demostrado su profundo sentido humano. No podía ella adorar a Dios en casa pobre, con pobre menaje, con arte escuálido o grosero, sin renunciar a una razón de respeto y a un gran factor de apología y apostolado. Los hombres son así: admiran al pobre voluntario; ven una marca de divinidad en nuestra religión, en cuanto consagra el valor de la pobreza en el mundo; pero saben que sin oro y sin arte no hay culto digno de Dios. Porque las ideas y sentimientos sociales, cuando se viven con fuerza, tienen su natural expresión en el despliegue de todos los recursos que pueden darles un valor de representación social. Y esto no se logra sin la riqueza.

Por un fenómeno también natural, pero inverso, el esplendor y belleza del culto son fuertes estimulantes del sentimiento religioso social. Tal vez la reducción de las ceremonias y la casi aniquilación del elemento plástico del culto hayan sido, en los países protestantes, la causa más poderosa de la laicización racionalista.

Nuestra Liturgia sufre hoy gran penuria: el presupuesto de Culto no llega a cubrir los gastos normales de entretenimiento del ajuar de nuestros templos, relúcense más cada día las ofrendas de los fieles; los ministros son menos que pobres; desaparecieron fundaciones piadosas que eran pan y prestigio para la Parroquia, arte para nuestros templos, vida exuberante de las funciones litúrgicas. Es caro el culto, porque a Dios se le ofrenda lo mejor, y porque vivimos aún bajo un régimen de tradicional opulencia. ¿Cómo sustituir, sin caudal copioso, la orfebrería, tapices, ornamentos, retablos, imágenes, decorado, cuando apenas si hay para el sacrificio? Aun así, cabe a veces el caso de una administración menos sabia, del gusto pervertido, de “exacciones” que son abusos que malogran las generosas dádivas, de la tacañería vil que, a pretexto de recortar lo superfluo, cierra las manos que aun soltaban para lo necesario…


Nota: a pedido del P. Ernesto hemos modificado la imagen del post.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *