CINCO CUESTIONES CONTROVERTIDAS SOBRE EL «OPUS DEI» (II)

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En este segundo artículo, y enlazando con el artículo anterior, trataremos de seguir profundizando en los aspectos controvertidos del Opus Dei. Vamos a dar un paso más, yendo de lo canónico a lo teológico, más concretamente a lo eclesiológico en lo que se refiere al sacramento del orden. En román paladino, abordaremos de manera sumaria la cuestión del acceso al sacerdocio de los miembros numerarios (laicos) de la prelatura. En este caso el acercamiento afecta a la médula misma de lo que es el Opus Dei: el intento de inserción de su propio modelo espiritual en la Teología católica sobre el sacerdocio llegando, como veremos, a situaciones muy contradictorias; según lo que hemos visto en el artículo anterior, si apareciese en este momento otra Prelatura Personal conforme a lo establecido por la ley canónica, únicamente podría estar compuesta de clérigos y en consecuencia no constituiría en ningún caso una iglesia particular (en sentido canónico técnico) al estilo de una diócesis o un vicariato castrense . Esto es, lo contrario de lo que la Opus dice de sí misma que es.

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Siendo el tema canónico mucho más que interpretable rozando claramente la irregularidad (consentida, no cabe duda) hay aspectos más graves. Nos detendremos en uno de ellos, tal como es el de la ordenación sacerdotal de miembros laicos pertenecientes a la Prelatura (numerarios, agregados), en donde la discrepancia con respecto a la Teología del sacramento del Orden es sobrecogedora.

Sintetizando mucho todo lo que es la Teología y la Ascética referente al Sacerdocio católico, establezcamos que en la Iglesia hay clérigos y laicos. La distinción entre los que son sacerdotes y los que no lo son, aunque participan del sacerdocio común de Cristo, no sólo es de grado, sino de naturaleza. Esto es algo que hay que comprender bien; para acceder al sacerdocio es precisa la elección divina, la “vocación”, que debe ser manifestada por el candidato y corroborada por la Iglesia. La Iglesia lleva a cabo su juicio de discreción a través de instituciones establecidas para este fin (seminarios, noviciados) para discernir los signos externos e internos de la posible vocación del candidato.

Más concretamente, si alguien quisiese acceder al sacerdocio, porque considera que tiene vocación, pero carece de la ciencia divina, tiene desdén por lo relativo al culto, o ideas contrarias a la Iglesia, la Iglesia puede indicar que la vocación no es verdadera, porque ésta exige aquéllo. Dado que la vocación sacerdotal es específicamente y ontológicamente distinta a la vocación común de todo bautizado, la Iglesia siempre se ha esmerado en que los candidatos adquieran el “modo de ser sacerdotal”, a nivel interno y externo.

Teniendo en cuenta todas estas condiciones, la Iglesia reconoce la vocación el día de la ordenación sacerdotal. Hace falta, por así decirlo, la llamada de Dios y la de la Iglesia. Alguien se puede sentir llamado, pero concurrir circunstancias que establezcan dudas sobre la veracidad de tal vocación. Síntesis muy sintetizada.

Pasemos al caso del Opus. Aquí la irregularidad es completa, y no es algo derivado de crisis postconciliar alguna, sino que es algo que está en el “espíritu fundacional”. Por activa, pasiva y perifrástica, el fundador de La Cosa ha repetido hasta la saciedad que en el Opus Dei la vocación de sacerdotes y laicos es la misma”. Se podría aceptar que sacerdotes y laicos participaran de un mismo carisma, espiritualidad o costumbres si se quiere, pero equiparar la vocación sacerdotal y la vocación cristiana derivada del Bautismo es una carga de profundidad contra la especificidad de la vocación sacerdotal con respecto a la bautismal y su diferencia en grado y naturaleza.

Asimismo, antes de unas ordenaciones sacerdotales de miembros laicos del marquesado, mons. Escrivá afirmaba: “estos hermanos vuestros se hacen sacerdotes porque les da la gana, que es la razón más sobrenatural”. Sin embargo esta razón parece la razón más estúpida; nadie se hace sacerdote porque le dé la gana, sino porque siente la llamada de Dios, la Iglesia lo ha discernido y lo ha considerado apto para la vida sacerdotal. Si alguien efectivamente tiene vocación sacerdotal, y es verdadera a juicio de la Iglesia, ha de llegar necesariamente a la convicción de su elección divina en el estado sacerdotal, en caso contrario, no ha de ordenarse por mucho “que le dé la gana”.

Las mismas experiencias vertidas por el Fundador son harto ambiguas. Él dice que se hizo sacerdote “porque creí que así sería más fácil cumplir la voluntad de Dios, que no conocía. Desde unos ocho años antes de la ordenación la barruntaba, pero no sabía lo que era, y no lo supe hasta 1928 (en referencia a la fundación del Opus). Por eso me hice sacerdote”. Jamás hemos oído esta expresión por parte de ningún escritor ascético sobre la vida sacerdotal, ni a ningún cura ni fraile que hable sobre estas cuestiones, sin hacer referencia a la vocación sacerdotal y a su importancia para el propio llamado y para la Iglesia. Incluye una cierta frivolidad y desdén hacia el estado sacerdotal. En el caso de monseñor Escrivá, el sacerdocio fue un medio de estar disponible para cumplir la voluntad de Dios, y el sacerdocio no es para eso. Precisamente porque Cristo instituyó el sacerdocio con unos fines muy distintos que los de estar disponible para un “discernimiento” de ulteriores mociones divinas.

Si pasamos al procedimiento seguido para que un laico del Opus llegue a sacerdote, la perplejidad es completa y la arbitrariedad manifiesta.

Cuando se inscribe uno en el Opus –según lo establecido en el fundador, ya analizaremos la pertinencia de la expresión “vocación a la Obra”- es por tener vocación al Opus, excluyendo explícitamente la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. Los estudios teológicos que se realizan durante los veranos en convivencias y similares carecen de una finalidad referente a la ordenación, sino según el Opus, a la formación doctrinal-religiosa. Unos cursos que por lo que he sabido dejan mucho que desear, y en donde hasta algunos copian en los exámenes ( y en lugares muy poco decorosos). Para aprobarlos hay que sacar como mínimo un nueve, y es la nota que todos suelen llevar. Así después se escucha lo que se escucha.

Remarcamos, los laicos no plantean su posible vocación sacerdotal, sino que son designados por “cooptación” por parte del Prelado que los “invita” (¿¿??) a acceder al Sacerdocio. Es una broma. Por una parte estos que acceden al sacerdocio no han manifestado jamás ninguna orientación por la vida religiosa; en segundo lugar el Prelado designa a gente que no conoce de nada; tercero, éstos pueden decir que sí o que no. Es decir lo importante no es tener vocación sacerdotal o no tenerla, sino estar disponible al Prelado o no estarlo.

La mayoría de los casos suele responder afirmativamente, con lo que nos encontramos: profesionales que jamás han tenido inclinación alguna por la vida sacerdotal, de un día para otro aparecen ordenados sacerdotes. Es realmente singular lo que dice el Fundador al respecto en un grupo de obras de uso interno llamado “Meditaciones”: “Para nosotros el sacerdocio es una circunstancia, un accidente, porque la vocación de sacerdotes y laicos es la misma” (Meditaciones, V, p. 479). ¿Es el sacerdocio algo ocasional, circunstancial, funcional? ¿No es lo mismo que decía Lutero?

¿Cómo se explica todo esto? Pues del mismo modo que muchas más incongruencias teológicas y eclesiales de este estilo. El razonamiento es extremadamente sencillo pero sutil y ladino:

1. La Obra ha sido fundada por inspiración divina;

2. El Espíritu Santo ha inspirado al Fundador todas las normas, prácticas, costumbres;

3. El Padre tiene gracia de estado para cumplir su misión;

4. Si el Padre invita a alguien a ordenarse y éste acepta es que Dios quiere que sea así.

Se mezclan toda una serie de conceptos tomados de la Teología católica clásica (gracia de estado, gracias actuales, inspiración) mezclados con apriorismos infundamentados que el Opus Dei expone como si fueran tan claros como el sol del verano (como decir que el Fundador “vio” como tenía que ser el Opus Dei, incurriendo en una falacia, que bien podría resumirse así: Dado que Dios le hizo ver al fundador como tenía que ser el Opus Dei, luego el Opus Dei es como Dios quiere; se trata de un razonamiento en “círculo”, curiosa coincidencia léxica por otra parte)

Es un planteamiento peligroso. Es una presunción de una revelación privada “al dictado” traducida con efectos institucionales, que trata de comprometer el juicio magisterial de la Iglesia. Y con el fin de impedir que se perciba el solapamiento entre esos dos aspectos, en la Opus funciona muy bien el doble lenguaje, según se hable para miembros o para gente “de fuera”.

Y para aquéllos que piensen que esto que decimos no fantasías o delirios de ex – miembros renegados ofrecemos un juicio de verificación: preguntarle a un sacerdote numerario por su vocación. Nunca hablará de su “vocación sacerdotal”, sino de su “vocación al Opus Dei”, lo cual es harto sospechoso. Para ver más en claro, debemos conectar lo dicho con otro tema, más peliagudo si cabe, de la “vocación al Opus Dei”, pero lo dejamos para otro momento.

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