Castellani y la mala apologética

|

Ofrecemos hoy un texto del P. Castellani sobre la apologética. Si el autor hubiera vivido unas décadas más, se habría encontrado con la novedad de “apologetas” audiovisuales como Alejandro Bermúdez, el director de Aciprensa. Un sujeto al que no le basta con reincidir en las chapuzas de la apologética de antaño, sino que parece suponer que para construir una leyenda dorada sobre el papa Francisco resulta lícito deformar su pasado como cardenal. Y que llega al punto de decir -con enorme desparpajo- cosas groseramente falsas sobre el estatuto de la Misa Gregoriana en Buenos Aires.
A algunos argentinos alarma o fastidia este pesado hexasílabo griego: apologética; y no sin razón de todo, ¡vive el cielo!, porque existe considerable cantidad de mala apologética. Si se nos permite recordar cosas propias, el primer ensayo publicado en nuestra vida—hace hoy justo diez años, CRITERIO, 1928, Un libro cabal— versaba sobre un libro de buena apologética, el JESUS-CHRIST, de Léonce de Grandmaison, que estudia con rigor científico el otro hecho histórico-teológico fundamental, que es la existencia y la figura del Fundador divino de la Iglesia.
Es el otro tratado de la Introducción a la Teología, el tratado DE VERA RELIGIONE. En aquel ensayo juvenil aventuramos un chiste de dudoso gusto, al decir que en el idioma inglés apologética significa disculpa o excusa (to apologise); y que, en efecto, muchos de los libros que hoy día emplean o usurpan ese título, empezando por los sosos manuales que nos hicieron sudar en el colegio, medio justifican la sajona semántica. Y bien; hoy aún, después de diez años de experiencia y lectura, no nos atrevemos a retirar el chiste de mal gusto, mal visto de algunos. En el fondo del alma sentimos que M.N., T.T., R.H., R.A. —pon, lector, los nombres que te parezca— no son libros eficaces para dar fe, ni para conservar la fe, ni para ilustrar la fe, ni para defender la fe. Ella no crece en el ruido de las disputas, ni se defiende a batacazos.
Estos de que hablo —y no nombro, por si los conoces— son, lector amigo, libros hechos con retazos mal hilvanados de varias ciencias, como Historia, Filosofía, Teología, Biología, Psicología, etcétera, sin el método ni el rigor de ninguna, llenos de objeciones y respuestas, y que no pertenecen a género literario alguno —a no ser al famoso genre ennuyeux—, pues no son ni ciencia, ni arte, ni filosofía, ni teología, ni polémica, ni controversia, ni nada de cuantas cosas limpias y honestas puede crear la mente del hombre. Son excusas, son disculpas, son pidelástimas, son discusiones interminables, aunque siempre vencedoras, con contrincantes que no existen.
…fray Agustín Gemelli, rector de la Universidad Católica de Milán, [decía] a un grupo de estudiantes y profesores españoles [que] la verdadera apologética… o es la genuina ciencia sagrada, o es alguna de las ciencias profanas cultivada a fondo, que siendo mucha ciencia siempre llega a Dios, según la profunda palabra del canciller Bacón. La otra apologética, yo no creo mucho en ella, dijo Gemelli.
Y es que en la primera literatura cristiana, los apologéticos de Tertuliano, Lactancio y Orígenes eran verdaderas defensas, como lo pide la etimología (opologuéomai), contra adversarios verdaderos, a los cuales se rebatía a veces verdemente, al mismo tiempo que se les proporcionaba noción somera, maguer fuese aproximada o metafórica, de los misterios cristianos por ellos mal entendidos.
Esta suerte de apologética genuina y primitiva ha sido practicada en nuestros días durante casi todo el curso de su larga y fecunda vida por el magno periodista que fue G. K. Chesterton, por ejemplo, controversista genial, humoroso y amable, que se dio el quehacer de enseñar a sus paisanos el catecismo patas arriba, el catecismo en negativo, es decir, a través de las gansadas suavemente jocosas que él atrapaba alegremente en los que no saben el catecismo… «What they don’t know” como él decía. Esta es una de las dos grandes apologéticas genuinas que existen: la polémica acerada, cortés y mortal como un duelo, con adversarios existentes de igual categoría al apologeta. Su género es controversia.
Llamémosla apologética aplicada o artística.
El otro género de apologética genuina es la apologética pura o teológica. Ella está en los apologéticos primitivos arriba citados, en forma embrionaria. Ella es o debe sella exposición de todo el dogma cristiano, tal como puede ser visto desde afuera por el que está afuera, por el que carece del don de la Fe. Esta exposición no puede ser otra cosa que la teorización parcial o total del magno hecho histórico-teológico de la Iglesia Visible, como respuesta a la instintiva pregunta del Hombre en busca de la Verdad religiosa.
Son los dos grandes hechos, uno externo, otro interno, que al encontrarse, abrazarse, conjugarse, originan el fenómeno de la conversión. Sobre ellos, como sobre un eje, debe girar necesariamente toda tentativa de conducción hacia la fe. El Concilio Vaticano lo indicó, al definir, por una parte, la obligatoriedad de la búsqueda de la religión verdadera, y por otra, la capacidad del «milagro moral» de la Iglesia para sancionar y saciar esa búsqueda, lo cual es un fenómeno psicológico normal en este animal religiosum que es el hombre.
Tomado de:
Castellani, L.  Sobre buena y mala apologética.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *