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AD PRAEFATIONEM

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  Cuentan –y yo me lo creo- que  cuando Inocencio X vió por fin el retrato que para él había pintado Velázquez exclamó:Troppo vero! Demasiado verdadero. No es que los que iniciamos este blog osemos igualar en genialidad al pintor español. Ni tampoco la campechana sinceridad de aquél Papa respecto a sí mismo. El cuadro era muy bueno, pero su expresión era demasiado semejante al original: melancólico, severo, malhumorado.
 En la Iglesia de nuestro tiempo carecemos de demasiados velázqueces e inocencios. Pero haberlos haylos, como las brujas, y aquí estamos (no las brujas, sino lo otro). De lo que sí que estamos sobrados es de voluntarismo, de devocionalismo, de movimentalismo y de corporativismo clerical (o eclesial como ahora se disfraza aquél término hodierno die). Una combinación realmente siniestra que funciona como el soma de los antiguos indoarios, que al ofrecerlo a la divinidad ellos mismos entraban en un estado de alteración psicotrópica que conducía al reino del optimismo, de la positividad y de la negación de lo real que está ante los propios ojos. El famoso gratissimus error mentis del que hablaban los escolásticos. Una enajenación que oculta en tantos casos el afecto al cargo y a la buena reputación social. Y que olvida el último mandato: ite et docete omnes gentes.  Y siempre con el mismo ritornello: todo está bien, nada malo pasa, hay que evitar “huídas adelante y maximalismos”. La droga de la tranquilidad para tener la silla –cathedra- bien clavada al suelo, y recibir al mismo tiempo –o intentarlo- el incienso –muy usado en los entierros- del mundo moderno.
 Contra facta non valent argumenta. Y a nadie vamos a  censurar, porque la verdad- igual que el bien- es diffusiva sui. En otros lugares oficialistas para dar más peso a las propias aseveraciones se indica el cargo eclesiástico, o civil, los grados académicos e incluso el número de hijos.  Los que aquí escribimos vamos a obviar todo eso a fin de que no se atienda a quién lo dice, sino a lo que dice, como rezaba la Imitación. Pero en todo lo anterior tampoco somos mancos.
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