Terminamos con este tercer artículo los dedicados a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura. Quisiera centrarme ahora, tras ver el sentido eclesial de la Escritura y los sentidos de la misma en su interpretación, en la doctrina tradicional emanada del Concilio de Trento frente a las herejías de Lutero que amputaba unos libros sagrados y otros los rechazaba totalmente.
En su sesión IV del 8 de abril de 1546 dice: “El sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo y presidido de los mismos tres Legados de la Sede Apostólica, proponiéndose siempre por objeto, que exterminados los errores, se conserve en la Iglesia la misma pureza del Evangelio, que prometido antes en la divina Escritura por los Profetas, promulgó primeramente por su propia boca Jesucristo, hijo de Dios, y Señor nuestro, y mandó después a sus Apóstoles que lo predicasen a toda criatura, como fuente de toda verdad conducente a nuestra salvación, y regla de costumbres; considerando que esta verdad y disciplina están contenidas en los libros escritos, y en las tradiciones no escritas, que recibidas de boca del mismo Cristo por los Apóstoles, o enseñadas por los mismos Apóstoles inspirados por el Espíritu Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros; siguiendo los ejemplos de los Padres católicos, recibe y venera con igual afecto de piedad y reverencia, todos los libros del viejo y nuevo Testamento, pues Dios es el único autor de ambos, así como las mencionadas tradiciones pertenecientes a la fe y a las costumbres, como que fueron dictadas verbalmente por Jesucristo, o por el Espíritu Santo, y conservadas perpetuamente sin interrupción en la Iglesia católica. Resolvió además unir a este decreto el índice de los libros Canónicos, para que nadie pueda dudar cuales son los que reconoce este sagrado Concilio” Seguidamente hace el elenco de libros canónicos y lanza el anatema a quien los desprecie o rechace.
Y también en la misma sesión enseña el Concilio: “Considerando además de esto el mismo sacrosanto Concilio, que se podrá seguir mucha utilidad a la Iglesia de Dios, si se declara qué edición de la sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas las ediciones latinas que corren; establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas, disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el largo uso de tantos siglos; y que ninguno, por ningún pretexto, se atreva o presuma desecharla. Decreta además, con el fin de contener los ingenios insolentes, que ninguno fiado en su propia sabiduría, se atreva a interpretar la misma sagrada Escritura en cosas pertenecientes a la fe, y a las costumbres que miran a la propagación de la doctrina cristiana, violentando la sagrada Escritura para apoyar sus dictámenes, contra el sentido que le ha dado y da la santa madre Iglesia, a la que privativamente toca determinar el verdadero sentido, e interpretación de las sagradas letras; ni tampoco contra el unánime consentimiento de los santos Padres, aunque en ningún tiempo se hayan de dar a luz estas interpretaciones” A continuación se legisla sobre las ediciones impresas de la Biblia.
La doctrina emanada de esta sesión ha sido recibida en la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Revelación cuando afirma: “Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad” (DV 9).
En resumen:
1.La Palabra de Dios nos llega por dos cauces: Tradición y Escritura.
2.Dios es el único autor de su Palabra tanto la que ha sido transmitida oralmente por Jesucristo o sus Apóstoles, como la que ha sido consignada por Escrito mediante el ejercicio intelectual inspirado de autores humanos.
3.Cuando hablamos de Autor y autores hemos de distinguir al único y verdadero autor de la Escritura que es Dios, de los diversos autores materiales humanos que, inspirados por Él, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quiso para nuestra salvación.
4.El único interprete autorizado para extraer de la Revelación las enseñanzas oportunas que configuran la doctrina teológica y moral de la Iglesia es la Iglesia misma, en su Magisterio.
Palabra divina de salvación
que a Dios tienes por Autor,
a este mundo viniste te a plantar,
por escrito y por oral,
Escritura y Tradición.
Una Palabra dijiste,
oh palabra primordial,
y por apóstoles te transmitiste
oh Tradición, rico caudal.
Una Palabra dijiste,
y para que no se olvidase,
por escrito la mandaste,
oh Escritura, amenísimo valle.
Ayer la Iglesia te recibió.
Hoy la Iglesia te recibe.
Ayer la Iglesia te transmitió.
Hoy la Iglesia te transmite.
Naciste en ella y ella nació de ti,
¿quién resuelve este misterio
de la palabra eterna
venida en el tiempo?
No cese tu voz divina,
ni cesen las letras santas
pues venerada toda seas,
oh Palabra hoy revelada.