La participación litúrgica (II)

Por P. Francisco Torres Ruiz
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Siguiendo con el tema de la participación litúrgica, hoy expondremos un texto del Concilio Vaticano II.

La mejor descripción sobre la esencia de lo que es la participación activa nos la ha legado el mismo Concilio que la abrazó:

La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48).

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Analicemos las afirmaciones que el texto ofrece:

  1. La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores”: esto exige intervenir en el desarrollo de las acciones litúrgicas, concordando las actitudes externas e internas. En palabras de Pío XII “concuerde el alma con la voz”. Dicha asistencia ha de ser física y real, pues la participación es una actividad humana que reclama la corporalidad presente del sujeto que se identifica con actitudes, gestos, palabras y las leyes propias del acto litúrgico. Su participación es parte integrante de la misma acción litúrgica, un derecho y un deber que tienen todos los bautizados en cuanto miembros de un pueblo sacerdotal. Por su propia esencia, la participación es un ejercicio de toda la comunidad.
  2. Sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones”: para la participación litúrgica es necesario comprender el significado de los signos litúrgicos. En este sentido, se hace apremiante la necesidad de una buena formación litúrgica a la que recientemente nos llamaba el papa Francisco en su carta apostólica Desiderio desideravi: “Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha hecho mucho en este sentido, con valiosas aportaciones de numerosos estudiosos e instituciones académicas. Sin embargo, es necesario difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia –esta es la cuestión decisiva y fundante de todo conocimiento y de toda práctica litúrgica–, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico” (35).

La formación, por tanto, debe orientarse a favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia, reforzando la instrucción sobre los ritos y su auténtica espiritualidad en aras de vivirla como mayor plenitud.

  1. Participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada”: La participación litúrgica tiene tres notas propias: ha de ser a) consciente: consiste en descubrir y vivir, guiados por la fe, lo que acontece en las acciones litúrgicas; b) piadosa: cuando en el transcurso de la celebración los fieles están en actitud de comunicación con Dios; c) activa: lleva a que los fieles se involucren en el diálogo, el canto, la oración y que escuchen la Palabra de Dios y reciban sacramentalmente el Cuerpo del Señor, participación más perfecta, aunque el no comulgar sacramentalmente no excluye de la participación activa.
  2. Sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios”: para ello, es necesario, pues, sintonizar los propios sentimientos con los de Cristo uniendo nuestra acción de gracias, adoración, petición, a la suya. El Espíritu Santo hace posible una comunión nupcial de Cristo-esposo con la esposa-Iglesia en cada uno de sus miembros; de tal modo que todo culto exterior siempre sea signo y fruto del culto interior.
  3. Aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él”: por eso, lo primero que se requiere es conversión y fe, entrega de sí mismo y comunión fraterna. Todo ello, llevará al apostolado y al testimonio cristiano. El funcionamiento de la misma estructura sacramental y litúrgica reclama sencillez y belleza en los símbolos litúrgicos para una mejor comunicación de las maravillas de Dios actualizadas en la celebración que hacen posible, a su vez, en los fieles, una transformación en ofrenda permanente bajo la acción del Espíritu Santo tal como dice el apóstol Pablo en Rom 12, 1 y expresa la actual Plegaria eucarística tercera “que él [Espíritu Santo] nos transforme en ofrenda permanente”.
  4. Se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”: la participación litúrgica conlleva una impronta misionera para la que es necesario conectar la vida ordinaria con la liturgia para que todas las actividades eclesiales estén ligadas a la liturgia, así como orientadas hacia ella. Solo así será posible prolongar en la vida lo experimentado en el rito, convirtiendo la propia vida en una acción cultual en que no se produzca un hiato entre culto externo y actitud interior, como se señaló anteriormente. En esto, los pastores tienen una responsabilidad fundamental de cara a hacer gustar a los fieles el don de la caridad celebrativa portadora de una vida nueva que brota del misterio de Cristo.

La participación litúrgica es, pues, un derecho y un deber de todos los bautizados. Por ello, todos los cristianos están llamados a participar de modo pleno, consciente y activo en las acciones litúrgicas. Pero todo depende de las condiciones de los fieles (edad, formación, sensibilidad, …). La participación exige una actitud comunitaria que haga salir a los fieles de su individualismo: lo eclesial y comunitario ha de estar por encima de los particularismos o localismos.

 

Participa el hombre,

el ángel lo festeja,

canta al excelso nombre,

el cielo, que no deja.

 

Afectivamente llega

un corazón amante

de un hijo de Dios triunfante,

altar, copiosa bodega.

 

Niño, anciano y joven

todos sacian su sed,

“la eterna mesa, ved”

Todos arriban y comen.

 

Conscientes y piadosos,

activos y formados;

por Cristo a sí asociados

en eternidad dichosos.

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