En el día de ayer, nos despertábamos con la noticia de la muerte del papa Francisco.
Fue elegido sumo pontífice de la Iglesia católica un 13 de marzo de 2013 y diez años después, el lunes de la octava de Pascua de 2025, fallece, dejando vacante el solio petrino.
Ha sido el Papa 266 de la Iglesia católica; Verdadero sucesor de San Pedro; Vicario de Nuestro Señor Jesucristo y Dulce Cristo en la tierra.
El hombre con mayor responsabilidad ante Dios en lo que al gobierno de la Iglesia respecta. El Obispo de Roma que tenía que elegir o confirmar a los obispos del mundo entero. El Pastor que debía alimentar al rebaño de Cristo con los verdes pastos de la doctrina y de los sacramentos. El Siervo de los siervos de Dios que debía ejercer la Caridad con todos de manera exquisita.
Por eso, en estos días donde comienzan a salir papólogos, franciscólogos y canonizadores profesionales, lo que toca es rezar por el Papa difunto para que Dios sea benévolo en su juicio por qué «a quién más se le dio, más se le exigirá» (cf. Lc 12,48).
Su pontificado deberá ser juzgado a las luz de sus frutos en los años siguientes. La historia dará cuenta de ello. Ha sido el Papa de Evangelii Gaudium y de Dilexit nos, pero también de Amoris Laetitia y de Fiducia Supplicans; de Desiderio Desideravi y de Traditionis Custodes. El Papa de la ecología versión 2030 y el de la oración, el ayuno y la lucha contra el demonio. Alabado por unos y vituperado por otros.
No este el momento de juzgar – ya se hará cuando corresponda -, sino de orar por él. Que Dios perdone sus pecados y le conceda el premio de sus buenas obras.