| 18 enero, 2017
Sobre el tema de Amoris Laetitia está la postura de los “opositores tradicionales”, piensan que el Papa morirá, otro le sucederá y las cosas volverán a su cauce. Piensan que como el Papa no ha dicho nada ex cathedra y en su magisterio no hay ninguna proposición insalvable, todo se podrá reconducir.
No soy muy crítico con estos opositores, pues su postura se basa en una verdadera lógica: verdadera pero no completa. Justo es reconocer que ellos no defienden esta postura por maldad, ni por terquedad, sino en la convicción de que no hay otra posibilidad para ser consecuentes con el magisterio precedente.
Pero defender esta postura tiene sus complicaciones teológicas. Pues supondría que hay encíclicas que aceptamos y otras que no las aceptamos. Supondría defender que hay un magisterio papal al que hay que estar abierto y otro magisterio papal al que hay que cerrarse. No admitiríamos un magisterio papal por razón de otro magisterio papal.
Realmente, en el devenir teológico es difícil hacer como que no hubiera existido Amoris Laetitia porque, nos guste o no nos guste, existe: existe en presente. El magisterio de todas las épocas existe en presente. La voz de Pedro como maestro una vez que ha sido proferida como el maestro que es no puede dejar de existir. Eso vale para la encíclica presente, pero también para las precedentes.
Por eso, la postura teológica más correcta es la compenetración de todos los magisterios papales, los cuales conforman un único magisterio, un único río que fluye y que se enriquece con nuevas aportaciones. Aportaciones que nunca serán contradictorias, aunque puedan parecerlo.
Soy muy consciente de las complejidades de compatibilizar ciertos fragmentos de Veritatis Splendor con Amoris Laetitia. No sería yo honesto si dijera que no hay ningún problema. Ahora bien, en el pasado se han compatibilizado enseñanzas que, a primera vista, parecerían no sólo divergentes, sino contradictorias: la defensa de la verdad de la fe con el ecumenismo, la confesionalidad del Estado con la defensa de la libertad de conciencia y los derechos humanos, incluso la Inquisición con todo un magisterio anti-inquisitorial, por sólo citar algunos puntos.
Hemos compatibilizado los textos de la Carta a los Romanos acerca de la predestinación con el magisterio acerca de la libertad humana. Hemos compatibilizado todos los versículos bíblicos acerca de las imágenes con la veneración cristiana de las imágenes. Podríamos aducir infinidad de textos bíblicos aparentemente contradictorios entre sí. Y todo esta labor se ha hecho de un modo gradual desde el respeto a la verdad, no traicionándola. Algunos de estos puntos citados, en el pasado, parecieron verdaderamente insalvables.
Ahora mismo parece imposible compatibilizar ciertos aspectos de la enseñanza de Juan Pablo II con algunos puntos de la enseñanza del Papa Francisco. Sin duda, el tiempo logrará la síntesis perfecta. Yo tengo mi opinión, que expresé en un opúsculo todavía inédito, porque no he encontrado obispo que conceda el imprimatur o revista teológica que se responsabilice de su publicación.
Yo tengo mi opinión acerca de cuál hubiera debido ser el iterideal para hacer lo que el Papa Francisco quiere hacer. Mi camino hubiera sido mucho más escolástico, mucho más tradicional. El Papa, en cambio, ha optado por abrir un tiempo eclesial de una cierta indeterminación. Veo claramente los riesgos de emprender ese camino.
En mi opinión, la maduración del mensaje papal conviene que se haga desde la teología, desde la gran teología. Mientras que el camino de abrir la puerta a una constelación de sucesivas tomas de postura por parte de grupos de obispos será casi imposible que no nos aboque a la confrontación.
Es preferible que la aplicación de Amoris Laetitia se lleve a cabo desde el discernimiento y el acompañamiento personal que no que se lleve a cabo a base de declaraciones episcopales normativas. Porque si hay errores teológicos en ese ámbito superior, las consecuencias serán mucho más graves.
Y esos errores fácilmente pueden aparecer, porque la norma parte de la teología: precisamente la norma es materialización de la teología. Y si la teología (coordinadora de ambos magisterios papales) ahora mismo se halla en gestación es difícil que pueda emanar una norma. Una theologia non consummata no puede emanar una norma consummata. Y ni los más optimistas pueden afirmar que se trata de una situación en la que todo está claro. Esto no es una opinión, sino la misma postura oficial de la encíclica. Pues la misma encíclica afirma que no ha querido dar respuesta a todo, porque según ella el magisterio no puede pretender cerrar todas las cuestiones abiertas.
Por eso, desde un punto de vista estrictamente lógico, resulta paradójico que un grupo de obispos afirme poder llegar a dar la norma en una quaestio disputata donde ni siquiera el entero sínodo se atrevió. No lo critico, porque precisamente ésta es una quaestio disputata y caben distintos puntos de vista. Pero, desde un punto de vista meramente lógico, lo repito, constituye una paradoja.
La resolución de los problemas suscitados, en mi opinión, debe hacerse desde la armonización de ambos magisterios papales y no desde la confrontación, con mucha oración por parte de los teólogos y pastores, con mucho diálogo, y con toda la humildad de la que seamos capaces. Ya en el pasado hemos sido capaces (con la ayuda del Cielo) de superar barreras que teológicamente parecían cerrar el paso a toda evolución.
Así que ésta es mi sincera opinión que dije que daría sobre el tema suscitado y acerca del que tantos me han preguntado. El Papa Francisco en la encíclica nos animaba a reflexionar teológicamente con libertad sobre estas cuestiones. Pues estos son mis pensamientos, que creo que he manifestado con cautela y comprensión hacia aquellos que en sus decisiones estoy seguro que no buscan otra cosa que el bien de los hijos de Dios.
Querido Padre, ¿y si nuestro Señor Jesús quiere que aumentemos nuestro amor hacia Él mediante esta defensa que muchos fieles estamos haciendo de Jesús Eucaristía ante la situación actual en la Iglesia? Quizás este pontificado, en los planes de Dios, esté siendo empleado para desencadenar un resurgimiento, un avivamiento del amor a la Eucaristía y una mayor conciencia de lo que implica la donación del Hijo de Dios que quita el pecado del mundo y nos devuelve al Padre. Si es así, no sólo sería humanamente comprensible sino también divinamente inspirada la resistencia y las voces de alarma que se vienen dando por parte de muchos fieles ante la ambigüedad en Amoris Laetitia y el rumbo por el que se está conduciendo la Iglesia de Cristo.
Siento que habrá consecuencias por parte del Cielo si la Iglesia no rectifica la «oficialización», aunque sea ésta implícita mediante ambigüedades y silencios, de colocar el Cuerpo de Cristo en templo de pecado (nuestra alma en estado de pecado mortal).
Un gran abrazo.
Creo que Francisco ha propiciado todo este lío, con palabras, gestos y silencios, para forzar a que la Iglesia dé una solución razonable al problema de los divorciados vueltos a casar; porque no parece que lo sea la que se ha dado hasta ahora.
Explico el porqué. Sabemos que quien SE DIVORCIA de su mujer, excepto en los casos que nombra Jesús en Mateo (5,32; 19,9), y SE CASA con otra, comete adulterio; también que lo comete quien se casa con la abandonada por el marido. Vale, pero una vez que se ha consumado ese adulterio, no queda más remedio que reconocer que, aunque hayan pecado casándose, ¡casados están!; no hay que olvidar que los ministros del matrimonio son los contrayentes. También sabemos que sería abominable a los ojos de Dios que alguien vuelva a casarse con la mujer de la que se divorció, si esta ha estado después casada con otro (Deut 24,1-4).
Así las cosas, en mi opinión, es un gran disparate que desde la Iglesia se les exija volverse a divorciar, o vivir en castidad, para poder reconciliarse con Dios. Lo que se les debería exigir, además de arrepentimiento por su pecado, ¡es el propósito de no volverse a divorciar! No seamos duros de mollera y de corazón.
Padre, con todo respeto, no nos podemos cerrar a la posibilidad que haya un Magisterio ordinario falible, porque de lo contrario no existirían los denominados requisitos para que sea infalible.
Ahora bien, usted insiste en hablar de una encíclica, no se bien si se refiere a Amoris Laetitia, que no es encíclica, sino una exhortación apostólica, denominación jurídica inferior en la pirámide jerárquica de los documentos eclesiales; y, dicho sea de paso, en la introducción de Amoris Laetitia el Papa llama a que el tema se siga discutiendo, luego no es un Magisterio con intención definitoria y definitiva, como sí lo pretendió ser la ENCÍCLICA Veritatis Splendor. Además, la «aparente» contradicción de AL con el Magisterio precedente surge como «conclusión» de los dos sínodos de los Obispos, donde pudimos observar que, respecto al tema de la comunión a las personas en adulterio objetivo, la mayoría de los padres sinodales se opuso.
Por otro lado, no se contrapone únicamente a la Veritatis Splendor si no que es una alternativa que relativiza lo perentoriamente dispuesto en la Familiaris Consortio….. todo en el corto lapso de 3 décadas.
Por más que lo intentes -y creo que lo haces reiteradamente y de total buena fe- para lograr una síntesis teológica que fundamente la norma no es como tu pretendes y dices «Sin duda, el tiempo logrará la síntesis perfecta», el tiempo no hará nada sino solamente pasar.
A diferencia de otros Sínodos o Concilios el de la Familia (un Sínodos en tres o cuatro partes, algunas sinodiales otras no) es uno solo. Tuvo en la realidad 4 partes, la mención a la okinomia (economía) oxtodoxa, la reformulación del proceso canónico de nulidad del matrimonio (que es técnicamente muy malo y incluye términos como «fracaso» y «etc.» que no son del derecho canónico sino de la sociología o de la gramática), las dos asambleas sinodiales que no lograron resolver el tema y un final que -frente a la «duda» del sínodo en resolver el tema- obligó al iniciador a resolverlo -intento- como quería. Para llegar a AL no hacía falta todo ese proceso. Con el tiempo no alcanza, es totalmente cierto que la solución es por la vía Teológica, pero además es la única, es la que se debía haber seguido en un tema como la naturaleza del Sacramento central y su aplicación. El camino elegido y usado es de una impericia absoluta, de una improvisación absoluta, demuestra ignorancia teológica e histórica muy graves, y lo peor es que no se consiguió un resultado, por ineficacia. En lugar de resolver un problema se generaron miles. ………Recemos
Una pregunta crucial ¿Puede una persona «casada por iglesia» abandonar a su cónyuge y convivir more uxorio con otra persona, por más que su «conciencia esté en paz con Dios» porque está convencida de que su matrimonio «es» nulo?
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Aquí es donde tenemos que dar una respuesta como nos lo pide Jesucristo: sí sí no no.
Y no hay vueltas que dar. Si la respuesta es «sí», contradecimos el Magisterio perenne de la Iglesia claramente expuesto en documentos bastante recientes.
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El camino que la Iglesia reconoce como válido, ante este caso de ejemplo es: abstenerse de las relaciones sexuales y solicitar el juicio de la Iglesia sobre la nulidad de su matrimonio. Si la Iglesia ratifica la nulidad, puede la nueva pareja «regularizar» su unión actual. En cambio, si la Iglesia ratifica la validez del matrimonio solo queda llevar una vida en continencia… o volver con el cónyuge legítimo si fuere posible.
No hay más.
¿Hay zonas «grises» que analizar y evaluar? Se podrá analizar todo lo que se quiera, pero la respuesta a mi pregunta inicial no podrá responderse nunca afirmativamente… O, por lo menos, esa es la conclusión lógica de la doctrina enseñada dentro de la Iglesia Católica por siglos y siglos.
Totalmente de acuerdo con los dos anteriores comentaristas.
(Esta es la opinión teológica del asunto de un servidor, casado, con tres hijos, y con una media de peloteras con su propia de una al mes, todas santamente superadas por la gracia del sacramento del matrimonio.)
En aquel tiempo Jesús se marchó a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» Él les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio»
Padre, con todo respeto: Lo que acaba de escribir es un lío más de los muchos que ya tenemos encima. En el evangelio tenemos escrito que nuestras respuestas sean sí o no. Parece que no hemos entendido nada.
Bla, bla, bla.