Niños llorando en el sermón, II parte

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Madre mía, pero qué pasiones ha suscitado mi post de ayer sobre los niños y los sermones. Según algunos, me he convertido en un ser más abominable que Hitler, en el Trump del clero español.
Otros comentaristas me han dado la razón en que el sentido común les ha indicado cuando debían salir, aunque el párroco no les dijera nada. (Cualquiera dice nada.)
Voy a contar una anécdota que me sucedió una vez. Tenía que bautizar a varios infantes. Uno de ellos se puso a llorar con una potencia de voz impresionante. No es que los padres, padrinos y familiares no oyeran nada, es que no me oía yo ni a mí mismo. No estoy exagerando: ¡no me oía yo!
¿Dije algo? Por supuesto que no. Feliz y tranquilo proseguí con todos los ritos a sabiendas de que nadie escuchaba nada. El niño no paró de llorar durante toda la ceremonia, de principio a fin. No les dije nada a los padres, porque ellos no podían hacer nada. Bien que intentaban ellos calmar al desconsolado niño, pero sin ningún éxito. Reitero que celebré toda la ceremonia con total tranquilidad, sin prisa. Al acabar el bautismo, en la sacristía, ellos se excusaron y pidieron disculpas. Les dije amablemente que no había de qué, era lógico que los niños berreen con todas sus fuerzas.
En ese caso, por supuesto, no se me pasó por la cabeza sugerir a los padres que salieran del templo.
Pongo otro ejemplo. En una iglesia, venía un ciego con su perro-guía. Durante la misa, el perro se sentaba a su lado y no se movía. Ahora imaginemos que un perro-guía concreto tuviera por costumbre ladrar sin parar durante buena parte de la misa y del sermón.
Por más que yo quisiera a ese ciego, le diría a solas y amablemente que teníamos que buscar una solución a la cuestión del perro. Por ejemplo, dejarlo en una dependencia de la parroquia, mientras alguien guiaba a su dueño al banco. Lo que no me parecería la mejor medida sería decir que hay que aguantar esta solución todos los domingos, durante treinta años.
No, de ninguna manera. Cuando hay un problema hay que ver si se puede buscar una solución. En el caso de los niños, agradezco que haya habido muchos padres que me han manifestado su apoyo.

¿Hay que sacrificar a todos por uno? Ya dije que la alternativa no es si debe acudir toda la familia a misa. Sí, que vaya hasta la suegra. Lo que expliqué es que se puede instaurar la costumbre de que los padres de niños frementes salgan en cuanto comienza la lectura del Evangelio y ser avisados cuando comienza el Credo.

Como me dijo un padre (de los que me apoyaban) es que no sólo hay niños frementes, sino que hay incluso niños muy frementes.


Vamos, no creo que yo sea Osama Bin Laden por sacar este tema frente a lo políticamente correcto.
Comentarios
4 comentarios en “Niños llorando en el sermón, II parte
  1. Padre, comparando los bebés a los perros no mejora usted la cosa… Lo siento. No hay amor en su tratamiento de las familias. Le sigo desde hace tiempo y las palabras dedicadas a los libros, a la escritura, a los tratados y demás producción intelectual son mucho más cálidas que su misericordia y comprensión hacia el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Está claro que es usted un erudito (dicho sea en el mejor de los sentidos), … y de ello, sin embargo no parece seguirse sino que está más cómodo en el mundo de las ideas que en la VIDA real, que late, ríe, canta y, claro, LLORA. ¡Qué falta de empatía y calor humano! Enrocarse en su postura ha empeorado su precedente post.

  2. Hace muchos años ya que recomendé a mi párroco que construyera una «pecera» en el templo, convenientemente acristalada, ventilada, sonorizada e insonorizada (de los llantos de los bebés), donde las familias pudiesen asistir a la misa con sus niños sin molestia para nadie. En mi parroquia era fácil y relativamente económico hacerlo, pero no se hizo y todos tenemos que seguir resignados con los naturales cánticos de los infantes. Tampoco entiendo por qué los arquitectos, ni los párrocos que promueven, no prevén esos recintos en los templos de nueva construcción. Sería muy sencillo integrarlos en el conjunto del diseño. ¡Ánimo!

  3. También hay niños que no dan la «lata» y son graciosos e inocentes. En esas ocasiones pienso que Dios estará más contento con sus gracias que con nuestra actitud en la misa, ausentes, pensando e nuestros problemas, etc.
    Y qué decir de los mayores hablantes! Son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan.

  4. En varias parroquias tienen un salón donde se escucha y hasta pantalla para que los padres escuchen la misa con sus niños; también depedendiendo de la edad, los llevan a catequesis o grupo de niños.
    La parroquia también debe buscar soluciones; no hacer sentir rechazados a los padres con sus niños.
    Y cuando tienen niños especiales, la grey y algunos sacerdotes son faltos de amor.
    Entonces ¿dónde predicamos el amor y la misericordia.

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