| 20 noviembre, 2016
Los sacerdotes aconsejamos a la gente a la hora de tomar decisiones trascendentales si así nos lo piden. Siguiendo el post de ayer, hay que reconocer que no tiene mucho que ver un consejo sobre una herencia o sobre una cuestión matrimonial, frente a una cuestión en la que estaban en juego la muerte o la vida de 60 millones de personas. Por eso, considero que Neville Chamberlain hizo lo correcto al no iniciar una guerra paneuropea cuando Hiltler se hace con el control de toda Checoslovaquia.
¿Quién sabía que Hitler iba a seguir adelante en su idea de conquistar más países? Nadie. Ahora lo sabemos. Entonces, no. Lo lógico era pensar que iba a parar allí. Por más que hubiera escrito las cosas que escribió en Mein Kampf, ¿quién iba a imaginar que era tan insensato como para seguir fagocitando países?
Callar ante la invasión de toda Checoslovaquia (y no sólo de los Sudetes) era la opción más razonable. Cualquier precio era razonable antes que iniciar una carnicería de las proporciones que veían que iba a venir. Si evitaban la guerra, en tres años, en cinco años, en diez, el régimen nazi podía debilitarse, caer, fragmentar su fuerza por luchas de poder internas. Hitler se podía morir de una enfermedad, de un atentado anarquista. Podían pasar mil cosas. Checoslovaquia era el precio. No era un precio barato, pero la razón indicaba que valía la pena intentar la paz.
El que tomó la decisión fue Neville Chamberlain. ¿Dormiría bien los días previos a tomar la decisión? ¿Tendría dudas? Si Neville hubiera sido Carlos V, esta cuestión hubiera sido consultada con su confesor. Impresionante cuestión en manos de un fraile. Un pobre fraile que toma una decisión de millones de vidas. Callar ante la invasión de Checoslovaquia suponía callar ante torturas, interrogatorios, calabozos, fusilamientos y una inmensa cantidad de sufrimiento.
Hoy día la inmensa mayoría de los que conocen la existencia de Neville Chamberlain consideran que fue débil, que no tuvo poca visión del futuro, que cayó en el deshonor. Pero, realmente, él sí que supo ver el futuro y quiso evitarlo lo que mejor que fue posible en ese momento.
La gente olvida, además, que, mientras deseaba con todo su corazón mantener la paz, inició el más ambicioso que pudo programa de rearmamento de Gran Bretaña.
Coloco arriba una foto que ya puse en este blog hace años. Es una foto que me impresiona sobremanera. El momento justo en que Chamberlain el 3 de septiembre de 1939 declara la guerra a Alemania. Podéis escuchar la declaración aquí:
La voz lo dice todo. Su tono es un espejo de su alma. Justo después de la declaración de guerra (minuto 00:51) hay un momento de pausa… impresionante. Cinco segundos im-pre-sio-nan-tes.
Resulta interesante comparar la tristeza infinita de este buen hombre frente a los chillidos histéricos de Hitler. La comparación del hombre que habla con serenidad, frente a un espíritu lleno de odio como Hitler.
Lo tremendo es que, en ocasiones, los hombres serenos, los estadistas amantes de las libertades de las polis atenienses, tienen que elegir entre el régimen dictatorial de Franco o un régimen comunista, entre empezar una guerra europea en 1947 contra la ocupación soviética o dejar las cosas como estaban, entre seguir luchando en Vietnam o retirarse. Decisiones, decisiones, decisiones. Millones de vidas en esas decisiones.
A veces, entre dos terribles opciones hay una tercera. Pero no siempre. En ocasiones, sólo hay dos posibilidades y no hacer nada ya supone una decisión.
No estoy de acuerdo con este análisis. Si desde el inicio las potencias europeas, Gran Bretaña y Francia hubieran comunicado a Hitler las consecuencias graves que producirían sus acciones, igual no hubiera procedido. El pacifisimo es pésimo porque da alas a los que como Hitler están dispuestos a ir a la guerra porque perciben correctamente que sus contrincantes los dejarán hacer. Además, Chamerlain tenía que saber lo que podría pasar porque Churchill llevaba años proclámándolo en el mismo Parlamento Brítánico. Pasa algo similar ahora con el desafío del islam. Hasta ahora todos los políticos, medios y académicos andan repetiendo el mantra de que el «islam es una religiónd e paz2, una mentira pura y dura. Hay que decir, que el Papa Francisco y la mayor parte de la Iglesia conél anda repetiendo esta falsedad. Caulquiera que analice siquiera someramente los textos canónicos islámicos se da cuenta de que el islam, que no sólo es religión sino un sistema totalitaria política, económica y social que quiere dominar el mundo entero, es y siempre ha sido agresivo. De hecho, hay muchas semejanzas entre el Nazismo y el islam y no es de extrañar que el Gran Mufti de Jerusalén de la época era gran amigo de Hitler y colaboró con él en la masacre de los judíos. Si no se actúa ya con fuerza, y no sólo militarmente en contra del islam resurgido, pasará algo así como pasó con la Segunda Guerra Mundial. Es decir, unas catástrofes que se podría haber evitado.
No es así como piensan los historiadores. El deseo de Hitler de conquistar toda Europa se deducía con claridad de su discurso y, sobre todo, de la enorme velocidad con que se rearmó. Si la guerra se hubiera iniciado unos pocos años antes, Hitler habría sido aplastado en cuestión de meses. Fue la pusilanimidad de Chamberlain la que dio origen a una guerra de más de cinco años, con millones de victimas. En 1939, ya era tarde. Alemania se había rearmado aceleradamente y pasó a ser la mayor potencia militar europea. Chamberlain es el símbolo del fracaso trágico de la política de apaciguamiento. Es un nombre a olvidar