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Es primavera

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¿Cuánto dinero necesita alguien para llevar una vida plena, placentera, agradable? Indudablemente, no mucho. E incluso si falta el dinero, los más grandes gozos de la vida no cuestan nada o son totalmente baratos: como la crema de arroz a las especias con caldo de mejillones que he tomado hoy en el almuerzo. Estaba deliciosa, digna de un gran restaurante. Y ni siquiera me ha costado casi nada de tiempo hacerla. Y encima ayer encontré en el supermercado crema de leche sin colesterol. Esta crema de arroz lleva entre sus ingredientes crema de leche. Le ha faltado el vino blanco.
Aprender a cocinar bien es una de las condiciones para llevar una vida feliz. La otra sería cultivar un huertecito pequeño. Visitar a otros romanos de las villas vecinas. Tomar el té un par de veces a la semana en casa de familias tipo C.S. Lewis (véase Tierras de Penumbra) cuya conversación sea un placer. En casas de señoras rollizas que te pasan una bandeja de galletas danesas de mantequilla. Paseos por el bosque. Una partida de ajedrez tras la cena. Una buena película los sábados por la noche con los amigos mientras oyes a tus hijos corretear por la casa. Aprender a cocinar es esencial para ser feliz; aprender a coser, no tanto.
El mundo que creó Dios es bellísimo. Y la felicidad natural no es tan difícil. A esto se añade lo sobrenatural. Pero cuando estás hablando de lo bella que es la vida, siempre hay alguna viejecita que con gesto agrio te recuerda con aire enfadado: ¡Aquí venimos a sufrir!

Yo siempre respondo: Por supuesto, por supuesto. 
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