PUBLICIDAD

Vivir con coraje en la Iglesia y ante el mundo

|

Carta del Administrador Diocesano Gabriel-Ángel Rodríguez Millán:

Ha de mirarse con desconfianza la connivencia del poder político con la religión, pues el poder político trata frecuentemente de sacar provecho de dicha connivencia, exigiendo a cambio de determinadas concesiones una adhesión servil de las jerarquías eclesiásticas. Otra cosa es la sana colaboración entre instituciones autónomas. Por lo demás, la experiencia demuestra una y mil veces que la hostilidad del poder político es el campo abonado que favorece el aquilatamiento de las convicciones religiosas: quizás el Cristianismo no se habría propagado con la fuerza que lo hizo si Roma no hubiese dictaminado su exterminio.

Es preciso huir de ese desaliento que parece haberse apoderado de muchos católicos españoles en los últimos tiempos, después de que ciertas instancias hayan multiplicado sus gestos de beligerancia hacia la Iglesia y su comprensión de la vida y de la sociedad. Por el contrario, hay que pensar que la situación no puede ser más estimulante, pues nos invita a alejar el aburrimiento y mediocridad con que muchas veces vivimos nuestra fe. Jesús ya nos anticipó que nos perseguirían en su nombre: “Os entregarán a los sanedrines, y en las sinagogas seréis azotados, y compareceréis ante los gobernadores y los reyes por amor de mí para dar testimonio ante ellos”. Y también dejó establecido cuál debía ser nuestra actitud cuando llegase ese día: “No les tengáis miedo. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; y lo que os digo al oído, predicadlo sobre las terrazas”.

De eso se trata, de predicar nuestra fe en las terrazas, sin miedo al insulto y al aborrecimiento de nuestro tiempo. A fin de cuentas, los gestos de beligerancia que nos dispensan algunos ni siquiera desean nuestro exterminio, sino más bien nuestra reclusión en catacumbas de tibieza; bastará con que nos neguemos a dar marcha atrás para que los hostigadores entiendan que la fuerza nos viene de Dios y que Él es la razón de nuestra esperanza.

La defensa de nuestra fe nos impone un deber de presencia en la escena pública. Aprovechemos, en primer lugar, los instrumentos que la ley pone a nuestro servicio: exijamos para nuestros hijos una educación religiosa en las escuelas; contribuyamos con nuestros impuestos al sostenimiento de la Iglesia. Aceptemos, en segundo lugar, que la fe no puede ser vivida en tiempos de tribulación como una rutina heredada sino como un signo de identidad orgullosa en el que nos jugamos la supervivencia de nuestra tradición cultural. Y, sobre todo, perseverancia, aunque la soledad nos incite a la claudicación: “Sólo el que persevere hasta el final se salvará”.

Gabriel-Ángel Rodríguez Millán

Administrador diocesano Sede Vacante

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *