La leyenda del “Quo Vadis?” es verdadera, como todas las historias bellas. La recoge la novela del premio Nobel Henryk Sienkiewicz. Me ha impactado desde cuando yo era casi un niño, porque la historia de amor, que es el centro dramático de la narración, se parece a muchas otras historias de amor, pero el martirio innecesario e imprudente de san Pedro desafiaba mi inteligencia. ¿Por qué volver a Roma, a una muerte cierta, si se podía evitar sin mayores complicaciones? Pedro le pregunta a Jesús, que se le aparece en su camino de huida: “¿A dónde vas, Señor?”. Y el Maestro le responde: “Voy a ser crucificado en Roma por segunda vez, porque mis propios discípulos me abandonan”. ¿Y qué tiene de poco razonable huir de la persecución, ponerse a salvo? Sin embargo, Pedro, que fue Papa y cobarde hasta su muerte, comprendió la lógica de Dios. La muerte es la suprema garantía de la verdad. Jesús está siendo crucificado en Roma porque la Roma de los mártires ha olvidado que para eso vino Él al mundo: para dar testimonio de la verdad. El Papa Francisco se ha dado cuenta. Por eso, en su visita a Turín, les ha dicho a los jóvenes que, como Papa, debe decir cosas que no son aceptadas por la sociedad, y los ha llamado a ser castos. Antes, en una de sus entrevistas, ha dicho que el mundo se ha hecho de él unas expectativas desmesuradas. Y nos ha enviado una Encíclica donde condena todo lo que el mundo contemporáneo alaba: el ecologismo extremo —que odia al hombre y a Dios—, la cultura relativista y hedonista, la tiranía de los sistemas financieros globales, los estilos de vida contrarios al Evangelio, las ideologías antropocéntricas y tecnocráticas, derivadas de la Ilustración, que explotan la tierra como parte de un programa de explotación del hombre. El Papa Francisco se ha encontrado con Jesús y va camino del martirio. El Crucificado no está solo. Quo vadis, Domine?
Roma: el martirio, por Cristóbal Orrego
| 29 junio, 2015
Me parece incorrecto decir que el episodio del Quo vadis es una leyenda, está narrado en los Hechos apócrifos de San Pedro, editados por la BAC.
Este episodio del escrito apócrifo enseña lo mismo que la vocación de San Pablo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres? Yo soy Jesús, a quien tú persigues»: Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia sabe que en los mártires se renueva la Pasión de Cristo: «Quo vadis, Domine? Romam vado iterum crucifigi» (¿A dónde vas, Señor? Voy a Roma a ser crucificado de nuevo).
Don Caracol:
El respeto al Papa no depende de un acierto por aquí o una precipitación por acá (cosa que él mismo ha reconocido), sino de que es el Vicario de Cristo en la tierra. Todo lo demás palidece al lado de este dato de fe.
Por lo demás, el respeto y el afecto son compatibles con la sana opinión pública en la Iglesia, que puede referirse al Papa, y que estoy seguro de que él mismo agradece también cuando no coincide totalmente con sus propias apreciaciones sobre asuntos contingentes.
Espero que, en futuras entradas como firma invitada a Infovaticana, pueda desarrollar serenamente estas ideas.
Cordialmente.
C
Don Cristobal,
Una golondrina no hace primavera… y esto que
usted viene a señalarnos está muy bien, pero es bien poquito.
………
El papa jesuita ha tenido palabras desafortunadas
y gestos y acciones premeditadas
que han acarreado heridas muy fuertes dentro de la Iglesia.
…………
Hace falta tiempo y continuidad coherente en
la plena comunión con la tradición eclesial
para que el Papa Francisco recupere
la credibilidad y el respeto que se han perdido.