Los defensores del aborto en general juegan frecuentemente con los supuestos resultados catastrofistas que se producirían en el caso de que el aborto no fuera liberalizado; por ejemplo, se habla del fantasma de los abortos clandestinos. Sin embargo, no existe ninguna correlación demostrada entre aborto ilegal y aumento de abortos clandestinos. En realidad, si una práctica se legaliza lo que ocurre es que se difunde más y aumenta; si se prohíbe, disminuye. En caso contrario, el derecho penal no tendría ningún sentido y, por poner un ejemplo, se debería permitir la venta de bebidas alcohólicas a menores para evitar el alcoholismo entre los jóvenes, lo cual es contradictorio. En nuestro país, las cifras hablan por sí solas: el hecho de que desde 1985 se haya superado el millón ochocientos mil niños que han dejado de nacer por el aborto, y que en este 2014 se superarán los dos millones de abortos acumulados, lo constatan. La segunda tesis catastrofista está ligada a la primera: el aborto serviría para proteger la salud de la madre. Esta afirmación se desmonta fácilmente teniendo presente que en los países en los que está prohibido el aborto o está fuertemente restringida su práctica la mortalidad de las mujeres relacionada con el embarazo y el parto es más baja respecto a aquellos otros países en los que el aborto es legal. Más en concreto, existe un estudio publicado el año pasado en el Journal of American Physicians and Surgeons de Estados Unidos en el que se confrontan los datos sanitarios nacionales entre Irlanda y el Reino Unido durante los últimos cuarenta años, concluyéndose mejores resultados en la salud materna y en los neonatos en Irlanda, donde el aborto está restringido, que en el Reino Unido donde el aborto es legal desde 1968. Otro estudio realizado por el londinense Pensions and Population Research Institute ha evidenciado que, debido a la baja tasa de abortos en Irlanda, es igualmente baja la tasa de enfermedades materno-infantiles conocidas por estar ligadas a la práctica del aborto: niños muertos al nacer, peso deficiente, nacimientos prematuros, infecciones en el útero, etc. En realidad, es preciso poner en evidencia que el principal motivo por el que se aborta no es el relacionado con los problemas de salud sino el que tiene que ver con cuestiones económicas, fácilmente solucionables con una política social orientada a las familias. En efecto, sería preciso llevar a cabo una verdadera política preventiva que ayude a las madres embarazadas a tener a sus hijos, eliminando los obstáculos de diversa índole que lo impidan. Seguir insistiendo, como ocurre en nuestro país, en políticas anticonceptivas o realizar pequeños retoques en las leyes no es la solución. En su libro “¿En qué cree quien no cree?” de 1996, el Cardenal Martini escribía: “Desde que se produce la concepción surge un nuevo ser, un ser que tiene desde el primer momento una continuidad en su identidad. Un ser al que Dios llama por su nombre es digno desde el comienzo de un gran respeto. Toda violación de esta exigencia de afecto y cuidado suponen un grave conflicto, un profundo sufrimiento y una dolorosa laceración”. Gabriel-Ángel Rodríguez Vicario General de Osma-Soria
Reflexiones sobre el aborto (III). Tesis catastrofistas
| 01 septiembre, 2014