La lujuria

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El libro del Eclesiástico habla: Dos clases de gente multiplican sus pecados, y una tercera provoca la ira divina. El sensual que arde como el fuego: no se apagará hasta consumirse; el lujurioso con su propio cuerpo: no cejará hasta que el fuego le abrase; para el lujurioso cualquier pan es dulce: no descansará hasta que haya muerto. El que es infiel a su esposa y dice para sí: «¿Quién me ve?”(Ec 23, 16-18). La lujuria se define como el apetito o el uso desordenado de lo venéreo. Consiste principalmente en el uso de la facultad generativa fuera del matrimonio, o dentro de él contra sus leyes (Teología moral, Royo Marín, OP). La lujuria es el ansia excesiva por la excitación sexual traída especialmente a través de la vista. Ya en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo estaba por todos lados. Por eso Él perfeccionó la Ley concerniente al adulterio para que incluyera las ansias por el placer sexual: Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mt 5, 28). Herodías nieta del infanticida Herodes, (cf. Mt 14, 3-12), abandonó a su marido y tío Filipo, con quien había engendrado una hija de nombre Salomé, y con objeto de satisfacer su ambición de riqueza y de poder se unió a su cuñado y también tío el Tetrarca Antipas. Bella, intrigante y sin escrúpulos, Herodías manejó a su antojo al abúlico marido y consiguió que Herodes encarcelara a Juan el Bautista, y cuyos deseos de liquidarlo se hicieron realidad en la orgía cumpleañera de su esposo, en la que la jovenzuela Salomé, ejecutó sensuales danzas ante su lascivo padrastro, el cual entrampado en la lujuriosa maniobra juró darle lo que pidiera, en este caso la cabeza del acusador Bautista. De esta forma Herodes con toda su pandilla de depravados invitados cayeron en las manos de las dos arpías sin escrúpulos. El capítulo 7 de San Lucas es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio, es la aventura de María de Magdala, la pecadora pública que desafía a la opinión pública para confesar con sus gestos los pecados de su vida extraviada, sin que le importe mucho ni poco su fama personal, esa fama, por cuya miserable defensa daríamos equivocadamente hasta la misma vida. Un fariseo había invitado a Jesús a comer, en ese pueblo había una mujer conocida por pecadora. Al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, compró un vaso de perfume, y entrando, se puso de pié detrás de Jesús, allá se puso a llorar, junto a sus pies, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume. Murmuraban en torno suyo aquellos mismos que quizá habían abusado de sus curvas. No es difícil suponer lo que hay en el corazón de una mujer prostituta. Al vender su cuerpo, dilapida su dignidad. Tira a la basura algo muy sagrado. Se convierte en puro objeto de uso y consumo. Es difícil imaginar una degradación mayor (Personajes bíblicos, Julio Alonso Ampuero). Qué hermoso es divagar sobre ese fragmento del Evangelio: Jesús defendió públicamente la decisión y el buen quehacer de la pecadora pública, y la mujer se puso a sus pies, como debiéramos estar siempre cuando comenzamos nuestras plegarias, somos tan indignos, y cómo se dio cuenta Magdalena de esta indignidad, cómo se avergüenza de sus manchas, siente hasta la muerte el haberse rebelado contra una autoridad infinita, el haber ultrajado un amor infinito, el haber herido con su vida culpable una pureza infinita que lo ha visto todo. Ella no puede consolarse, en cambio nosotros nos consolamos tan fácilmente. Un torrente de lágrimas profundas, de lágrimas del alma cae sobre los pies divinos que desde hace tiempo la vienen buscando, esta mujer es sincera, leal y noble. ¿Y yo? ¿He comprendido mis faltas? Y sobre todo, ¿ciertas faltas? La Sangre de Cristo ha pasado sobre ellas, pero esto mismo me debiera hacer sufrir más. ¿He sentido a fondo todo el drama de ingratitud que encierran estas palabras? He traicionado a mi Dios que dio su vida por mí. Lo he vendido por 30 dineros como Judas, a costa de conseguir un efímero placer. He olvidado mis pecados, de tal modo, que aún me atrevo a buscar la estima de los demás. Estoy demasiado lejos de la humildad de la Magdalena que confesaba su vida en público ante el desprecio de los fariseos que decían: Si supiera Jesús quién es esta mujer. Esta mujer, erró mucho con su vida pecadora, y al contrario de Salomé y Herodías y de los lujuriosos criticones, regresó a su camino, enfrentó la crítica perversa de todos, por conseguir su regeneración y venció la vergüenza de su pasado, por lograr la luminosidad de su futuro. Germán Mazuelo

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