La dulzura de la humildad

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Papa-Benedicto-XVI-4 Hay un pasaje de todos conocidos en las cartas de Pablo, ante una discusión sobre si somos de éste o de aquél, y que el apóstol resuelve de forma definitiva: “no somos ni seguimos a nombres, sean quienes sean, sino a Jesús, el Señor”.

En la charla que mantiene Benedicto XVI, con el profesor Marco Ferríni y con Mons. Luigi Negri, ambos amigos y colaboradores durante su mandato, el Papa Emérito deja caer dos perlas que estimo muy interesantes, por lo que dice y por quién lo dice: “cualquier dualismo es cristianamente negativo” una; la otra, “si no hay batalla, no hay cristianismo”.

Como hombre de fe, sabe que la Iglesia, comunidad de creyentes, esta en una batalla permanente contra “el Mundo”, entendiendo este como el terreno que “el malo” reclama como suyo. Pero también sabe, por experiencia propia, que a veces el enemigo está oculto dentro de la Iglesia, en tanto y en cuanto esta formada por hombres, con sus debilidades y miserias.

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Por eso luego advierte que cualquier dualismo es cristianamente negativo, en referencia a la posibilidad de comparar y enfrentar cualidades o caracteres humanos, cuando de lo que se trata, es de estar unidos en torno al Pastor.

San Pablo tenía sus preferencias, como todos las podemos tener, lo cual es lícito. Es cuestión de empatía, admiración o un trato más cercano, que nos permite descubrir una faceta de la persona que tal vez no conocíamos. Pero cuando imponemos nuestros elegidos a nuestra fidelidad, no a los hombres, sino al Maestro y nos enfrentamos por una cuestión de gusto, en lo personal, corremos el riesgo de perder de vista la razón de ser del cristiano, “el seguimiento de Cristo”.

“La humildad es la verdad” nos dicen desde siempre los Santos.

Benedicto, un hombre humilde, desde su retiro en el silencio y la oración, misión que él mismo define como la que le corresponde en estos momentos, ha sabido ver y hablar de la verdad que contempla, y lo hace con la sencillez y elegancia que sólo “la dulzura” sabe dar:

“no grita, no ofende, no provoca…” parecido al pasaje de Isaías, en referencia a Jesús, verdadero Señor y dueño de “la dulzura”.

Hoy, un año después de su renuncia, su suavidad, afabilidad y bondad aparece como un don del Señor, que agradecemos y a veces echamos de menos.

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