El aborto no es una cuestión religiosa sino antropológica, por Gabriel Ángel Rodríguez

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A muchos les resulta útil identificar a los opositores al aborto con los católicos y demás creyentes, los cuales se basarían en principios religiosos, como la sacralidad de la vida, principios que una sociedad laica, dicen, no está obligada a seguir. Sin embargo, es el laicísimo Juramento hipocrático el que proclama: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me lo soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna”; y en la versión moderna: “no realizaré nunca actos destinados a provocar deliberadamente la muerte de una persona”. Evidentemente, Hipócrates no era católico, como no lo son los miles de agnósticos y no creyentes contrarios al aborto y las asociaciones anti-abortistas formadas por no creyentes como la Secular pro life. Si se legalizara todo lo que prohíbe la Iglesia porque, de lo contrario, sería ingerencia y violación de la laicidad, entonces se debería legalizar el homicidio, el estupro, el robo, etc. No parece un argumento serio. La oposición al aborto es un tema antropológico. Lo ha recordado el Papa Francisco: “No es por un discurso de fe sino de razón, de ciencia. No existe una vida humana más sagrada que otra, como no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra. La credibilidad de un sistema sanitario no se mide sólo por la eficiencia sino sobre todo por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable”. Por esto, “la Iglesia llama siempre a la conciencia, a las conciencias de todos los profesionales y de los voluntarios de la sanidad, de forma especial de los ginecólogos, llamados a colaborar en el nacimiento de nuevas vidas humanas”. Uno de los intentos de los pro-abortistas es acusar a los católicos de concentrarse sólo en el embrión y no en la madre. Obviamente, es falso. En 2012 un comunicado de los obispos irlandeses recordó que la Iglesia Católica “no ha en señalado nunca que la vida de un niño en el seno materno deba ser preferida a la de la madre. En virtud de la común humanidad, una madre y su hijo no nacido son sagrados y con el mismo derecho a vivir”. En el texto se puntualiza que cuando una mujer embarazada gravemente enferma necesita cuidados médicos que pueden poner en riesgo la vida del niño, tales tratamientos “son éticamente admisibles si todos los intentos se dirigen a salvar la vida de los dos”. Cuando todavía era cardenal, el Papa Francisco explicó que “son necesarios la cercanía y la comprensión por nuestra parte para salvar las dos vidas humanas” y “para que se adopten medios positivos de promoción y protección de la madre y de su hijo en todos los casos, a favor siempre del derecho a la vida humana”. Es preciso recordar que nadie califica a estas mujeres de asesinas (como quisiera alguna vulgar simplificación). En la determinación de la gravedad de un comportamiento cuentan también muchos factores subjetivos: las presiones sicológicas sufridas, el ansia, el miedo, el grado de conciencia, que puede estar fuertemente reducida en un contexto cultural que se esfuerza en disminuir la gravedad del gesto, etc. Aunque no se pueda excluir, desgraciadamente, la existencia de casos de culpable superficialidad de algunas mujeres, sobretodo cuando recurren al aborto más de una vez. Mucho mayores son, en todo caso, las responsabilidades de aquellos que abandonan a la madre en aquellas circunstancias o la animan a buscar ese atajo a su “problema”. Gabriel-Ángel Rodríguez Vicario General de la diócesis de Osma-Soria  

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