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Carta abierta a Monseñor Novell

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Francisco C. López

Con profunda tristeza y aflicción he leído su nota sobre el referéndum ilegal convocado por la Generalidad de Cataluña para el 1 de octubre pasado. Sus palabras me han provocado mucho desasosiego.

Creo sinceramente que no es legítimo que un sucesor de los Apóstoles utilice su autoridad episcopal para defender causas partidistas, que no tienen relación alguna con su sagrada misión. Los juicios que Su Ilustrísima realiza sobre Cataluña como una realidad nacional son, como mínimo, discutibles desde un punto de vista histórico y también desde una perspectiva moral. Que un obispo comprometa su credibilidad pastoral abrazando causas de naturaleza subjetiva es una irresponsabilidad que erosiona severamente su ministerio episcopal.

Su Ilustrísima ha apoyado una causa ilegal. Un auténtico golpe de Estado. No le reprochamos que incumpla una ley cuando es injusta (1). Le reprochamos que su vulneración de la ley sea selectiva, que no haya encabezado ningún golpe de Estado contra leyes objetivamente injustas que han emanado del Parlamento español y del Parlamento catalán, que atentan gravemente contra la dignidad humana, la justicia o los derechos de Dios y de la Iglesia. Ninguna de las leyes profundamente anticristianas que emanan del orden jurídico sin Dios que padecemos, ha merecido para Su Ilustrísima ni siquiera la condena del orden político vigente. Al contrario, ha elogiado usted a la clase política catalana, que se distingue mayoritariamente, hoy como ayer, por la hostilidad a los valores del Evangelio. Algunas de las siglas que han apoyado esta ilegalidad antiespañola se distinguieron hace 80 años en el asesinato de 10.000 catalanes, muchos de los cuales fueron mártires cristianos.

Los obispos de Cataluña, incomprensiblemente, han hablado de la «realidad nacional de Cataluña», y de una «singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura» (2). Pero las naciones no se improvisan en virtud de la voluntad de una generación, ni se definen de manera romántica por sus características nativas, físicas o materiales. Las naciones son proyectos históricos que un día salieron de la prehistoria, de una vida hacia dentro, individualista y sin más horizonte que sobrevivir, para embarcarse en una tarea colectiva que se proyecta sobre otros pueblos. Cataluña no ha conocido en la historia otra empresa común que la unidad con el resto de los pueblos de España, desde la unidad religiosa de Recaredo en 589 (3), para servicio del Mensaje Universal de Salvación.

Cataluña no es su lengua, ni su folklore, ni su paisaje. La esencia de Cataluña es su trayectoria y vocación históricas que ha configurado la historia del mundo. Unidos en la historia, pese a sus diferencias y a las limitaciones humanas, las Españas han servido como nadie durante siglos a la Justicia y la Verdad por todo el orbe (4). ¿Cómo es posible que quienes dicen amar a Cristo quieran romper esta dinámica histórica de una Patria que nació consagrada al mandato evangélico de extender el Evangelio?

Mienten, Su Ilustrísima, quienes invocan la cultura catalana como signo de identidad frente al resto de pueblos de España. La cultura catalana no se define principalmente por sus rasgos étnicos, idiomáticos o geográficos. Ninguno de estos valores tiene fuerza suficiente para convertirse en identidad nacional. La cultura catalana es mucho más que eso. Es su tradición milenaria, profundamente cristiana y profundamente identificada con el quehacer colectivo de todos los pueblos de España. Juntos reconquistamos España de la tiranía musulmana. Juntos evangelizamos América y Filipinas, en el mayor acontecimiento de la historia después de la Encarnación del Verbo de Dios, como diría López de Gómara. Juntos salvamos a Europa de islam en Viena o en Lepanto. Juntos combatimos la herejía luterana en Flandes. Juntos vencimos a los ingleses en Cartagena de Indias. Juntos derrotamos al impío Napoleón. Y juntos también fuimos derrotados en la Armada Invencible, en Rocroi, en Trafalgar, en Baler, en la guerra contra los Estados Unidos en 1898 o en Annual.

La cultura catalana no se puede invocar para justificar la distancia con el resto de de España, porque la Cataluña que conoce la historia no es esta Cataluña nueva, triste, pagana, que ha dado la espalda a Cristo y a sus tradiciones. La única Cataluña que conoce la historia es la Cataluña cristiana desde hace más de 1.500 años, cofundadora de España en torno a la verdad del Evangelio de Cristo.

Por eso el nacionalismo catalán es el peor enemigo de Cataluña. El nacionalismo catalán paradójicamente odia a Cataluña. Odia la Cataluña grande que pasó a la historia hermanada con todas las Españas en homenaje a un ideal superior que vale más que la vida de los hombres y de los pueblos.

Si amamos el mensaje, como no enamorarse del mensajero cuando ha sido fiel a su misión. Su Ilustrísima ama el sabor de las fuentes y el color de los montes catalanes, en un amor sensible, inconsistente y caduco. Yo amo la eterna metafísica de España, que cantaron Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, o catalanes universales como Jacinto Verdaguer, Sardá y Salvany, Jaime Balmes, los cardenales Isidro Gomá y Pla y Deniel o Eugenio D’ors. No amamos los rasgos físicos, varios y plurales, de España, porque en este sentido seguro que hay mejores cunas dónde nacer. Tampoco amamos la ruina espiritual de la España que nos ha visto nacer. Amamos lo que España representa en la historia. Amamos lo que justificó su nacimiento. Amamos los valores que sirvió y cómo los sirvió, hasta la extenuación de sí misma. Amamos su vocación, su destino, su misión. La misma vocación, misión y destino que millones de catalanes han suscrito con entusiasmo de generación en generación, contribuyendo con sus vidas y con sus muertes, tantas veces gloriosa, a defender una concepción cristiana de la vida y de la historia (5).

En su nombre, en el nombre de muchas generaciones de catalanes, identificados con rumbo histórico de Cataluña en el seno madre de España, quieren reivindicar su derecho al voto. España no pertenece a los catalanes, y ni siquiera, pese a todo cuanto dicen quienes aman la ruina de esta España pero detestan en el fondo su alma, pertenece tampoco a esta generación de españoles. Si de votar se trata, como decía Víctor Pradera, los muertos también votan. Los muertos catalanes en la historia que nos legaron una Cataluña española, orgullosa de su contribución al esfuerzo conjunto de servicio a la Cruz de Cristo, también tienen derecho al voto. Y con ellos, somos mayoría aplastante para siempre.

Como es posible que diga Su Ilustrísima a los catalanes en su nota pastoral que tienen la «oportunidad de vivir y participar en el día más importante de nuestra historia como pueblo». ¿Más importante que la participación catalana en las Navas de Tolosa, más importante que los catalanes que acompañaron a don Luis de Requesens en la batalla contra el turco, más importante que la participación de los más de mil voluntarios catalanes en la batalla de Bailén? ¿Ha pensado Su Ilustrísima bien lo que dice? (6).

Sin pretender parafrasear a Lenin, ¿libertad como pueblo? ¿Para qué? ¿Para ser más y mejor cristianos?, ¿para convertir a Cataluña en una nueva nación al servicio del Evangelio? ¿O para exaltación ciega y ebria de una libertad sin límites opuesta a las tradiciones catalanas? Sólo hay en este delirio popular un triple denominador común: la idolatría y absolutización de la democracia, el culto paganizante a los elementos menos sustantivos de la cultura de un pueblo, y el padrinazgo del comunismo ateo y anticlerical y sus compañeros de viaje.

Yo le ruego, Su Ilustrísima, que no invoque el derecho falso del pueblo catalán a decidir su futuro. Queriendo decidir su futuro, los separatistas catalanes, y también Su Ilustrísima, quieren decidir mi propio futuro. Porque si Cataluña se separase de España (7), España desparecería. España sin uno de sus cofundadores ya no sería España. Que una parte de los catalanes quiera separar a Cataluña del resto de España, implica la destrucción de España, que es mi Patria. Como seguro que comprenderá Su Ilustrísima, muchos españoles no vamos a permitir impasibles en ningún caso que España desaparezca. No queremos sobrevivir a nuestra Patria.

Por eso, cuando Su Ilustrísima apoyó esta iniquidad que estamos viviendo, estaba apoyando, tal vez sin quererlo, una posible guerra civil. A eso nos encaminamos con la deriva secesionista. Los unos para destruir la vieja España misionera, los otros para mantener vivo, aunque agonizante, un instrumento histórico siempre vigente (8) porque la inercia de los siglos está arraigada en el alma de los pueblos.

Tenga cuidado, Sr, obispo, porque los compañeros de viaje que ha escogido Su Ilustrísima para esta aventura sin precedentes históricos, no son san Antonio María Claret, ni san Raimundo de Peñafort o san Pedro Claver. Sus compañeros de viaje son la peor Cataluña y la peor España, esa que reniega de cuanto importante les legaron sus antepasados, esa que abraza todas las novedades contra las Leyes de Dios, esa que vive empecatada en la complacencia y que pretende imponer el materialismo en nombre del progreso y la libertad. Si vencen, que no vencerán, porque Dios no puede abandonar a España, como decía don Miguel de Unamuno, pronto se volverán contra esa Cataluña acomplejada de compartir el tuétano con España. Se volverán hacia la Iglesia catalana, viéndoles como el último resabio importante de lo español en Cataluña. Ya intentaron exterminar a la Iglesia en 1936. Ahora buscarán rematar aquella intentona fallida.

Yo le pido disculpas por esta larga carta. Estoy convencido que la leerá, porque sé que Su Ilustrísima es de los pocos obispos que contesta a las misivas incómodas, cosa que le honra, frente a silencio de tantos pastores mudos (9).

Pero yo le quería escribir para puntualizar las apelaciones que su nota pastoral realiza sobre algunos textos de san Juan Pablo II. Estas palabras no tienen cita a pie de página. Yo no dudo de que sean citas verdaderas, pero contradicen radicalmente otras que yo voy a someter a su consideración. Y ya sabe Su Ilustrísima que el Romano Pontífice no puede contradecirse.

En el punto 157 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), el derecho de autoderminación de los pueblos no es declarado ni absoluto ni ilimitado. El punto 157 se refiere al Discurso del Papa san Juan Pablo II en la sede de la ONU de 5 de octubre de 1995, y que dice textualmente: «El presupuesto de los demás derechos de una nación es ciertamente su derecho a la existencia: nadie, pues, -un Estado, otra nación, o una organización internacional- puede pensar legítimamente que una nación no sea digna de existir. Este derecho fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal, siendo posibles diversas formas de agregación jurídica entre diferentes naciones, como sucede por ejemplo en los Estados federales, en las Confederaciones, o en Estados caracterizados por amplias autonomías regionales. Puede haber circunstancias históricas en las que agregaciones distintas de una soberanía estatal sean incluso aconsejables, pero con la condición de que eso suceda en un clima de verdadera libertad, garantizada por el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos. El derecho a la existencia implica naturalmente para cada nación, también el derecho a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve lo que llamaría su originaria «soberanía» espiritual».

Ni siquiera presuponiendo que Cataluña fuese una nación, el Papa enseña que no necesariamente tienen los pueblos y hasta las naciones derecho a la independencia.

Para entender un Compendio plenamente hay que irse a las fuentes, porque todo compendio, aún sin mala fe, puede sacar algunas frases de contexto, o modificar ligera o sustancialmente su significado, con un resumen imperfecto. La autodeterminación de la que nos habla el punto 157 no es el derecho a la independencia de los pueblos sin matices.

El Papa añade que a veces por «circunstancias históricas», y es el caso de España, cuya circunstancias históricas en nada son parecidas a los pueblos de África o de Asia, es aconsejable una fórmula jurídica distinta de la soberanía. Es efectivamente el caso de España con el autogobierno regional, el foralismo, tradición histórica española interrumpida progresivamente con la llegada de la dinastía de los Borbones.

El Compendio reúne enseñanzas del Papa. Y tenemos dos citas de autoridad solemne en el Compendio de la DSI, que son Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus. El resto de las citas son discursos. Y son discursos a la llegada a un aeropuerto en el que se dirige a un pueblo concreto. Como sabe Su Ilustrisima, la importancia magisterial de estas palabras es menor. No es Magisterio extraordinario y para algunos teólogos ni siquiera ordinario. Dicho lo cual, vamos a analizarlos también.

Sollicitudo Rei Socialis no dice nada del derecho de autoderminación (10). Habla del pleno respeto a la identidad de cada pueblo con sus características históricas y culturales. Apelando a las características históricas de los pueblos de España no hay derecho de autoderterminación, porque los elementos que integran la Patria española son elementos fundacionales. Y si respetamos su historia, como pide el Papa, no tienen derecho a destruir lo que construyeron en la Historia generaciones anteriores, menos aún si se trata de fines sobrenaturales.

Centesimus Annus (11) dice que ha crecido la conciencia del derecho de los individuos y de las naciones en el orden social, esto es, a participar del destino universal de los bienes, pero no habla nada sobre la autodeterminación. Sí habla sin embargo de la responsabilidad del nacionalismo exasperado en la I y II Guerra Mundial (12). También distingue san Juan Pablo II entre legítimas exigencias de liberación nacional y otras formas de nacionalismo nacidas al calor de las ideologías (13).

Para completar el panorama de la nación versus la Patria, conviene recoger otras citas del Papa, que no cita el Compendio y que no por ello son menos magisterio:

Redemptoris Missio (14) nos habla de la superación del nacionalismo como termómetro de acercamiento a los ideales del Evangelio.

Redemptor Hominis (15) lamenta que crezcan los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados, frente al auténtico amor de Patria.

Ut Unum Sint (16) alaba la perfecta comunión en el amor que preserva a la Iglesia de «cualquier forma de particularismo o de exclusivismo ético o de prejuicio racial, así como de cualquier orgullo nacionalista».

Su Ilustrísima, yo tengo una Patria. Y yo invoco el derecho de mi Patria a existir. Me ampara para ello la Doctrina Social de la Iglesia. Se trata de determinar qué tiene más fuerza en la enseñanza de la Iglesia, si el derecho de un pueblo sin historia fuera de su Patria a romper esa Patria, o la propia Patria a sobrevivir.

Dice el Catecismo que «el amor y el servicio de la Patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad» (17). Añade que «los poderes públicos tienen el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional» (18). Si alguien invoca el derecho de autodeterminación de los muchos pueblos de España para romper la unidad milenaria de mi Patria, podré coger estos párrafos del Catecismo, y arrear con ellos en la testa a quienes amenacen la vida de España. Y no estaré pecando.

El 4º Mandamiento de la Ley de Dios, se extiende a los «deberes de los ciudadanos respecto a su Patria» (19). ¿Cómo compaginar el deber hacia mi Patria según el 4º Mandamiento de la Ley de Dios con el respecto al derecho de autodeterminación de los pueblos que forman mi Patria?

Respeto a las citas que hace el punto 157 del Compendio de la DSI de los discursos del Papa Juan Pablo II, conviene leerlos enteros:

En el discurso al Cuerpo Diplomático el 11 de enero de 1982, en cuanto a la soberanía de los pueblos, habla de aspiraciones legítimas (20) y en consecuencia se constata que hay aspiraciones ilegítimas.

En el Mensaje al Pueblo de Albania el 25 de abril de 1993 distingue el sentido de la Patria de la degeneración de este amor en un nacionalismo intolerante y agresivo, que enciende odios feroces. ¿Le resulta familiar esto a Su Ilustrísima en la Cataluña nacionalista?

En el Mensaje a los intelectuales de Estonia el 9 de septiembre de 1993 dice que una nación vive de los valores y las tradiciones enraizadas en el alma del pueblo (¿Cuáles serán los valores y tradiciones en el caso de Cataluña?). La lengua debe ser instrumento de identidad, no barrera de separación (la lengua catalana ha expresado durante siglos la manera española de vivir en aquellas tierras). Añade el Papa que la historia y la cultura unen a los pueblos en el esfuerzo continuo e inagotable por descifrar su misterio (pareciera que está hablando de la historia de España).

En el discurso al Cuerpo Diplomático el 15 de enero de 1994 condena los nacionalismos exacerbados. Describe al nacionalismo como un amor no legítimo a la propia Patria o a la estima de su identidad. Define al nacionalismo como rechazo del otro en su diferencia (el supuesto derecho de autodeterminación en el caso de las regiones de España es el odio y el desprecio, como es de dominio público, al resto de los pueblos de España, renegando de la propia historia común, que es la Patria). Condena la identificación entre nación y etnia, y acusa al nacionalismo de constituir un nuevo paganismo que consiste en la divinización de la nación. El papa santo afirma que la historia ha demostrado que el nacionalismo acaba con facilidad en totalitarismo. Y concluye enseñando que el nacionalismo anula la solidaridad natural entre los pueblos, pervierte el sentido de las proporciones y desprecia el principio de la unidad del género humano.

El Papa Pío XI en 1937, en la encíclica que condena al nazismo, Mit Brennender Sorge, ya había rechazado la divinización, con culto idolátrico, de una raza, un pueblo o un Estado porque pervierten y falsifican el orden creado e impuesto por Dios.

En el discurso al presidente de Eslovenia de 19 de febrero de 1993 insiste en que la autonomía nacional es un valor importante, pero no absoluto. El Papa condena el sentimiento nacional que degenera en nacionalismos cerrados y agresivos.

En el discurso en Trieste el 1 de mayo de 1992, el Papa recuerda que hay una sutil tentación de transformar el amor a la Patria en un nacionalismo exagerado. En el amor a la Patria no se reivindica ninguna particularidad propia.

En el discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio «Justicia y Paz» de 29 de septiembre de 1994, el Papa rechaza la idea de nación como factor natural de competición y oposición.

El punto 157 del Compendio de la DSI obliga a profundizar en las fuentes so pena de extraer conclusiones precipitadas y simplificadas que contradicen lo que la Iglesia quiere enseñar. El derecho de autodeterminación que la Iglesia invoca no es el mismo derecho que invoca el nacionalismo catalán.

Al igual que ocurre con otros conceptos como la democracia, la violencia o la propiedad, se olvida con facilidad su verdadero sentido, alcance y límites, tal y como los quiere la Iglesia, sin duda por el influjo mundano y magnético de los partidos políticos y la prensa. Por eso es importante la buena fe en la interpretación de los textos oficiales de la Iglesia, si queremos sustraernos a la dictadura del pensamiento dominante, si queremos evitar caer en la trampa de la demagogia y la manipulación.

El punto 157 del Compendio de la DSI añade que los pueblos y las naciones tienen derecho a modelar su vida según las propias tradiciones. Las regiones de España no han conocido en la historia otra tradición esencial que la tradición común de los pueblos de España. Salvo que coloquemos al mismo nivel de importancia en las tradiciones de los pueblos a los bailes y a los santos que veneran.

Añade este punto la necesidad de un equilibrio entre universalidad y particularidad, una constante precisamente en los pueblos de España.

La categorías de pueblo, nación y Patria no pueden ser arbitrarias, sino que están condicionadas por la historia. Los pueblos, cuando abandonan su vida primitiva y se embarcan en empresas colectivas, dejan de ser pueblos y se convierten en Patrias, esto es, en comunidades históricas con vínculos más fuertes que los vínculos del idioma o de la raza.

El supuesto derecho sin límites al autogobierno lo podría invocar el pueblo catalán, pero también el pueblo con rasgos culturales propios que habita en el Valle de Arán. Lo puede invocar Álava porque está poco vasconizada. Lo pueden invocar las comarcas. Lo puede invocar cualquiera que sienta o crea tener rasgos propios distintos y colectivos.

Si no tenemos en cuenta la historia, ignorando nuestras tradiciones, cada pueblo europeo podría, contra su propia historia, invocar el derecho de romper las unidades superiores que los propios pueblos han forjado a lo largo del tiempo. Además, dentro de cada pueblo, como no encontraremos homogeneidad perfecta, habrá facciones de ese pueblo que, invocando cualquier atributo distintivo cultural, invoquen ese derecho. Mañana Guipúzcoa perfectamente podría invocar la falta de vínculos históricos y jurídicos con otras provincias vascas para erigirse en nación propia. Llegaríamos a la atomización absurda de pueblos identificados con clanes familiares.

Todo esto nos devuelve a la prehistoria. Pero en el caso de España, además, nos lleva a renegar de la maravillosa historia común de servicio de todos los pueblos de España que, desde la convicción profunda en el Evangelio, unieron su destino, no firmando un contrato rescindible por la voluntad de las partes, sino configurando una Patria en torno a la unidad religiosa en Cristo.

No estamos hablando en España de pueblos irredentos, de pueblos invadidos, de pueblos que han sido sometidos contra su voluntad en la historia a participar en un destino ajeno. Estamos hablando de una Patria que han cofundado los catalanes, de una España donde tantas veces los almirantes de Castilla eran vascos, y los gobernadores (21) y virreyes (22) de la monarquía hispánica eran catalanes.

Estoy convencido, Su Ilustrísima, que Dios castigará severamente a los pueblos que pretenden frívolamente romper bellas unidades que han demostrado en la historia una fecundidad evangelizadora singular (23). Y les castigará a caminar errantes por la historia, ignorantes de su dignidad y de su alta vocación, sometidos a los vaivenes arbitrarios y totalitarios de mayorías caprichosas y manipuladas.

¡Viva la Cataluña de siempre, española y cristiana! Laus Deo, Virginique Matri.

Pide su bendición y besa su anillo pastoral,

Francisco C. López

Toledo, 7 de octubre de 2017. Fiesta de Nuestra Señora del Rosario

 

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(1) Dice el Catecismo que la desobediencia a la ley sólo se justifica en un caso: «El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio» (Catechismus Catholicæ Ecclesiæ (CCE), 2242). El referéndum ilegal no tiene relación alguna con la Ley Natural.

(2) Nota de los obispos de Cataluña, Tarragona, 11 de mayo de 2017. La Conferencia Episcopal Española (CEE), en una jornada negra para la historia de la Iglesia española, ha bendecido implícitamente la nota de los obispos catalanes: «queremos (…) hacer nuestros los deseos y sentimientos manifestados recientemente de forma conjunta por los obispos con sede en el territorio de Cataluña». En una grave contradicción el texto de la CEE pide que se salvaguarden «los bienes comunes de siglos y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado» y el «respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución» (Comisión Permanente de la CEE, 27 de septiembre de 2017). Afortunadamente, con descalificación –aunque haya sido suave– de esta nota, el arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, y el Sr. obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, han salvado la dignidad del Episcopado español.

(3) San Isidoro de Sevilla habla en el siglo VII de la «sacra España» en el prólogo de su libro Historia gothorum (Historia de los godos), con su De laude Spaniae (Sobre la alabanza a España).

(4) «En nombre de toda la Iglesia, he querido venir personalmente para agradecer a la Iglesia en España la ingente labor de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo, y muy especialmente en el continente americano y Filipinas» (…). «Me urgía reconocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un acto de justicia cristiana e histórica» (San JUAN PABLO II, Homilía, Zaragoza, 10 de octubre de 1984).

(5) Qué valor tiene el separatismo que se dice cristiano, Su Ilustrísima, de buscar la destrucción de una nación citada tantas veces en la Sagrada Escritura, cosa que no le sucede ni una sola vez a la hija primogénita de la Iglesia, Francia, o a Inglaterra. Trece veces al menos aparece en el Antiguo Testamento, doce como Tarsis (Gn. 10, 2-4; 1Re. 10, 21-22; 1Re. 22, 48; 2 Cr. 20, 35-36; Jr. 10, 7-9; Ez. 27, 12; Is. 2, 12-16; Is. 60, 9; Salmos 48 y 72; Cant. 5, 10-14; y Jonás 1, 1-4), y una como Sefarad (Abd. 1, 20). Y dos veces más como España en las cartas de san Pablo (Rom. 15, 23-28). Hasta el Papa Benedicto XVI vincula a Tarsis-Tartessos en España con los Magos de Oriente, cuya procedencia extiende hasta el extremo de Occidente (Cf. Joseph RATZINGER, La infancia de Jesús, Barcelona: Planeta, 2012, p. 102).

(6) Yo pensaba, tal vez ingenuamente, que un Sucesor de los Apóstoles como Su Ilustrísima tal vez podría encontrar más adecuado como día más importantes de Cataluña por ejemplo aquel día en que el padre Bernat acompañó a Colón en su segundo viaje a las Américas, junto a doce monjes del monasterio de Montserrat.Boïl fue nombrado Vicario Apostólico de las Indias Occidentales. Por eso las tres primeras iglesias fundadas en América por los españoles fueron dedicadas a Montserrat, y a las patronas de Tarragona y Barcelona, Santa Tecla y Santa Eulalia. Esto sí que es importante, mucho más importante que los abortistas de la antigua CiU, los masones de ERC, y los proetarras de la CUP voten, decidan y gestionen el futuro de Cataluña…

(7) Esto sabe Su Ilustrísima que no ocurrirá, porque se lo prometió Dios nuestro Señor al beato padre jesuita Bernardo de Hoyos: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes».

(8) «¡No se ha extinguido en la Iglesia en España el aliento misionero! ¡No habéis dejado de cumplir el “id y enseñad a todos los pueblos”! Cerca de diez y ocho mil misioneros españoles perpetúan hoy en aquellas tierras, tan hermanas vuestras, la tradición misionera que yo deseo se acreciente, como una de las glorias más altas de esta Iglesia. ¡Que el Señor bendiga los pasos y las manos de los españoles que en todo el mundo, y especialmente en América, evangelizan y bautizan en su nombre!» (San JUAN PABLO II, Homilía, Zaragoza, 10 de octubre de 1984).

(9) Cf. Is. 56,10.

(10) San JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, 33g.

(11) San JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 21.
(12) Ibídem, 17b.
(13) Ibídem, 20b,

(14) San JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, 86a.
(15) San JUAN PABLO II, Redemptor Hominis, 15e.
(16) San JUAN PABLO II, Ut Unum Sint, 19.

(17) Catechismus Catholicæ Ecclesiæ (CCE), 2239.
(18) Ibídem, 2310.

(19) Ibídem, 2199.

(20) Ibídem en la Carta a los Obispos Croatas, 10 de octubre de 1991.

(21) Pere Fages y Gaspar de Portolà (California), Esteve Miró (Tucumán), Ignasi Sala (Cartagena de Indias), Pere Carbonell (Venezuela), Joaquim d’Alòs (Paraguay).

(22) Gabriel Avilés (Reino de la Plata y del Perú), Antoni Oleguer (Río de la Plata), Francesc Romà (Yucatán) o el famoso Manuel Amat, virrey del Perú y descubridor de Tahití.

(23) La España que contribuyó a forjar el pueblo catalán durante siglos es la nación del mundo con mayor número de santos, a gran diferencia con el segundo puesto después de las canonizaciones de la persecución religiosa entre 1931-1939.

Comentarios
6 comentarios en “Carta abierta a Monseñor Novell
  1. Formidable e inapelable alegato, pero estamos en los actuales tiempos de la premisa bolchevique de que todo Pueblo tiene derecho a su libre autodeterminación para la independencia falseando el principio de que tiene derecho al autogobierno de sus naturales o autonomía como comunidad que es, no a la independencia.
    Y en ELQuijote se escribe que unas milicias municipales que venían de servir al rey eran «de nación vizcaína», naturales de la tierra hispánica en la que se hablaba «el vizcaíno» o vascuence, no que que fueran mercenarios de una Nación extranjera no española.
    Cataluña como tal denominación del conjunto de condados carolingios de la Marca Hispánica o marquesado implantado en España como su nombre indica liberado de la morisma por los francos, aparece tardíamente y siempre formando parte integrante del Reino de Aragón, no Reino de Cataluña ni República catalana. Y no desde 1.500 años con esa denominación de Cataluña. En el reinado de Alfonso II de Aragón, hijo del conde de Barcelona Ramón Berenger IV, rey consorte desposado con la reina Doña Petronila,
    no existe siquiera, por desconocida, tal designación territorial de Cataluña al designar su jurisdicción territorial real desde el ultrapirenaico Salses en el Languedoc hasta Lérida y Tortosa. Reino de Aragón del Rey Alfonso II de Aragon.
    Muy posiblemente el inicio de la nomenclatura Cataluña parta del periodo tardío del reinado del hijo de Alfonso II que fue Pedro II que estuvo en la Navas de Tolosa y que murió en la batalla de Muret defendiendo a sus vasallos cátaros, un reinado que había comenzado por su coronación por el propio Papa y había conseguido que los sucesivos reyes de Aragón fueran coronados en La Seo de Zaragoza por el arzobispo de Tarragona. Sin aparecer para nada Cataluña, como tal inexistente.
    Es llamativo que también a partir de la subida al trono del sobrino de Sancho el Fuerte de Pamplona el reino comenzara a designarse Reino de Navarra y que tanto Pedro II como Sancho el Fuerte fueran enterrados fiera de campo sagrado; Pedro II en Sijena y el gigantón Sancho VII el Fuerte en Roncesvalles aunque durante un par de años estuvo sepultado en San Nicolás de Tudela, ciudad en cuyo castillo murió.
    Cataluña, sea derivado el nombre de catlans o de las gentes de ultrapuertos descendientes de los francos escapados de la gran matanza de cristianos en la zona aquitana de Burdeos por los musulmanes que luego serían vencidos entre Tours y Poitiers el 10 de 0ctubre del año 732. En cualquier caso cristianos defendiendo su FE Católica contra musulmanes que en la Cataluña de hoy ya superan el medio millón.
    La venganza sera terrible ganada a pulso de apostasías.
    Tremedas historias que se dieron en las Españas y la forjaron en la fragua de los héroes.

  2. De nacionalista somos todos, cada uno de su nación. Cada persona ama su lugar donde nació y su pais. De aquí en adelante nada que decir ni criticar. Catalunya es una nación pese a quien pese, y un pueblo unido y pacifico.

  3. Es inútil, el separatista es el autor cuando decide que hay diversos pueblos» en España ( En Francia por lo visto no) o cuando cuela que la » cultura catalana» es nada manos que «milenaria» …. Milenaria la de una lengua solo sistematizada después del 98 a y a la par que el nacionalismo , Y que nunca fue la lengua única en Cataluña. MAs antigua es la lengua española derivada del latin como el catalán pero sistematizada en el renacimiento y escrita en toda España Cataluña incluida desde entonces, mucho antes que esa lengua el catalan que hoy no es mas que un uniforme nacionalista como la barretina o la estelada.
    Es inútil cuando este señor cuela todas las mentiras del nacionalismo supuestamente para reprender a un obispo nazionalista

  4. La única singularidad en Cataluña es el trinque, el victimismo, el racismo, la mentira y, sobre todo, la SOBERBIA. Este señor de la foto, que decís que es obispo, es obispo de la oligarquía rastrera catalana, yo no lo reconozco pastor de Cristo.

  5. Para qué tantas palabras. Es una pura pérdida de tiempo. El nacionalismo es un virus mental del que muy pocos salen indemnes. Es como el esoterismo o la pseudo-ciencia. Hasta que no has conocido a uno a fondo, puedes tomarte su obsesiva tema (tema en femenino: «la tema», ver DRAE) en serio. Pero cuando los conoces, lo comprendes todo.

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