Muy estimado Monseñor, Me dirijo a usted con todo el respeto profundo que me merece en virtud del ministerio episcopal que ejerce, al que ha sido llamado por Cristo a través de la Iglesia. Me ha llamado mucho la atención en páginas web y blogs la lectura de la homilía que dirigió a jóvenes en la vigilia de oración del viernes pasado. Y sobre estas palabras que les dirigió quiero hacerle de forma personal unos comentarios, animado por la caridad que los fieles debemos a nuestros pastores. Como es más que dudoso que pueda llegar a tener tiempo de leer lo que suscribo en comentarios en la reseñas de dichos blogs y páginas web, prefiero hacerlo de forma más directa. Soy padre de cuatro hijos y pertenezco con todos ellos y mi esposa a un grupo de oración perteneciente a un grupo eclesial reconocido. Dios sabe que trato con todos los medios a mi alcance, con mi pobre inteligencia y mediocre dedicación, a que ellos experimenten la realidad de Cristo Salvador y Señor de sus vidas. Ello conlleva un esfuerzo sin descanso, oración e intercesión continuada, frecuencia abundante de sacramentos y una apertura desmedida a la Gracia Divina que el Señor nos concede en el Espíritu Santo. Con esta pobrísima colaboración el Señor se ha ido abriendo hueco en sus vidas, siendo alguien cotidiano para ellos, alguien normal, alguien que no puede faltar en sus vidas. Y por pura Gracia, siendo el amor expansivo, viven la necesidad del anuncio, del testimonio sencillo en sus escuelas, centros de trabajo o universidad. Es parte de la Vida, recibirla para darla y comunicarla bajo la dirección de nuestro Dulce Señor. Parte de este esfuerzo consiste en alertarles del peligro de perder al Señor, de alejarse de El. Son incontables las maneras sumamente accesibles con las que el demonio se cuela en nuestras vidas, internas y externas. Y todo para derrocar y estorbar este Señorío de Cristo en nosotros, clave para la santidad. Dicho todo esto, me desalientan mucho sus palabras por lo inapropiado. En concreto aquellas en las que dice de forma explícita que los jóvenes deben anunciar el evangelio incluso en las discotecas. Capto el sentido de lo que dice, pero la forma es una equivocación de bulto, según mi humilde parecer. Y me desalientan porque son ya muchas las veces que tengo que explicar a mis hijos que nuestros pastores se equivocan, y me duele en el alma decirlo, Dios bien lo sabe. Sinceramente no me imagino a San Pablo espetando a los cristianos de Corinto, o de Filipos, o de Roma, que fueran a los baños romanos a anunciar al Señor. Ni tampoco que entraran en el templo de Vesta a convencer a las vírgenes al respecto. Y de lo que no puedo dudar es que Pablo animó a todos los cristianos a anunciar la Salvación de Cristo arriesgando incluso su vida, pero salvaguardando celosamente el tesoro de Gracia que habían recibido. Acabo de releer una vez más la vida de San Juan Maria Vianney y esta ocasión me ha sorprendido de forma nueva la pelea feroz que mantuvo con el mal reinante en el entorno de Ars con respecto a la Santificación del Domingo y los frecuentes ‘bailes’ que terminó desmantelando con mucha penitencia y ayuda del Espíritu. Este es el mensaje. No creo que sea apropiado alentar a los jóvenes a arriesgar su Tesoro con una intención ‘buenista’ de anuncio, que no es bendecida por el riesgo que supone para ellos mismos. No creo que en una discoteca, hoy por hoy, se pueda avanzar en la virtud ni en el amor a Dios. Por ello me parece, según mi humilde y puede que equivocado parecer, que no se debe alentar a esta supuesta evangelización y sí se debe alentar el evitar asistir a espectáculos y lugares donde la disipación moral es más que evidente y los frutos consecuentes absolutamente nefastos. Yo, al menos con mis hijos y con los jóvenes que conozco, procedo y voy a seguir procediendo según lo expuesto, facilitando el encuentro de cada uno de ellos con Cristo que les ha salvado, que está por encima de todo mal, que es su Señor y animando a la evangelización en condiciones que no puedan suponer para ellos siquiera un riesgo remoto de alejarse del Señor. Todas estas acciones encaminadas a que se esfuercen en reavivar en ellos mismos el don del Espíritu Santo que recibieron el día que se les impusieron las manos (2 Tim, 1-3). Y esto, conscientemente en contra de lo que usted les recomendó a los jóvenes el viernes pasado. Y créame que siento mucho decirlo. Me encomiendo humildemente a su poderosa intercesión ante el Señor de todo. Su hijo Luis Fernandez Olmedo Guadalajara, 10 de Noviembre de 2014
Carta abierta a monseñor Cañizares, por Luis Fernández Olmedo

| 11 noviembre, 2014
Olé por el comentario, por la claridad de ideas y por el oportuno mensaje de no ceder al «buenismo» imperante, y también en nuestros pastores. Esperemos que estos lo tengan muy en cuenta.