Me siento incómodo cuando, al decirles a mis amigos que he leído algún documento del Papa, me preguntan: ¿y qué tal? Da la impresión de que a uno lo ponen a juzgar a aquel de quien debe aprender. El dilema es si decir toda la verdad, tal cual uno la ve, con riesgo de escandalizar a los pequeños en aquellos puntos donde el documento de marras nos parece, quizás, menos feliz, o si, mejor, alabar selectivamente aquello que más confirma la doctrina de siempre de la Iglesia católica, saltándose los pasajes que corresponden a opiniones transitorias de tal o cual Papa, influido por la fuerza del ambiente que respira. Es fácil adoptar la primera aproximación en el caso de los Romanos Pontífices ya fallecidos, porque no se da la apariencia de desafiar a la autoridad presente. Pienso, por ejemplo, que la magnífica doctrina de Pablo VI sobre la procreación es independiente del hecho de que él se haya creído la tesis catastrofista de la explosión demográfica. Así afirmó en 1967: “el volumen de la población crece con más rapidez que los recursos disponibles y nos encontramos aparentemente encerrados en un callejón sin salida” (PP 37, también HV 2). Supo resistir, no obstante, las conclusiones neomaltusianas que muchos falazmente proponían. Josef Ratzinger, por su parte, advirtió el carácter marcadamente optimista, casi pelagiano, de la Constitución Gaudium et spes (Concilio Vaticano II), y Benedicto XVI, poco antes de terminar su pontificado, reconoció el carácter unilateralmente optimista de Nostra aetate sobre las religiones no cristianas. La segunda ruta es la que mejor sirve a la misión de la Iglesia, que es instaurar el Reino de Jesucristo y salvar a las almas, mediante la doctrina salvadora de siempre y la gracia del Redentor, y no promover las preferencias unilaterales de una época determinada, ni detenerse en la crítica malévola de una u otra imprecisión o ambigüedad en un texto pontificio. Exploraré las dos vías con “Laudato si’”. El Papa Francisco así lo quiere. Cristóbal Orrego es Profesor en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Acepta sugerencias de temas, preguntas y problemas para abordar, a su correo: [email protected]
“¡Alabado seas, mi Señor!” por Cristóbal Orrego
| 23 junio, 2015
Le deso suerte en su labor y paciente sufrimiento. Cuando uno -como vd. dice- tiene que echar mano de papas anteriores para reforzar doctrinas y expurgar doctrinas actuales, algo está pasando.
Y cuando -siguiendo el consejo de San Ignacio- uno tiene que estar practicando casi permanentemente «salvar la opinión del prójimo -de un prójimo-, antes que condenarla», también significa que algo está pasando con el prójimo. Y lo conveniente es adevertirle al prójimo por si se quiere corregir, o apartarse de él. Lo otro es una lucha para pocos pero, además, con pocas posiblidades de éxito.