PUBLICIDAD

Una voz profética y justa

|

El Santo Padre, en su Catequesis del miércoles 24, ha hecho oír una voz profética y justa. Así es como debe entenderse la Misericordia de Dios: como el poder más alto para reconvenir al pecador, especialmente al poderoso abusador —el rey Ajab y sus equivalentes—, y para defender a los débiles, a la vez que se abre la puerta al perdón para quien se arrepiente. Nada de Misericordia como aliciente para seguir donde uno estaba, sin reconocer el mal que hemos cometido. Eso sería complicidad con el mal. El Papa Francisco nos recuerda que el reproche profético contra Ajab lo llevó, al menos momentáneamente, al arrepentimiento. La Misericordia de Dios se manifestó:  «Cuando Ajab oyó aquellas palabras, rasgó sus vestiduras, se puso un sayal sobre su carne, y ayunó. Se acostaba con el sayal y andaba taciturno. Entonces la palabra del Señor llegó a Elías, el tisbita, en estos términos: «¿Has visto cómo Ajab se ha humillado delante de mí, no atraeré la desgracia mientras él viva, sino que la haré venir sobre su casa en tiempos de su hijo»»(1 Reyes 27-29). Es difícil de comprender la Misericordia de Dios. Porque el hijo fue tan perverso como el padre. Y Ajab finalmente terminó mal. Porque el mayor castigo de Dios es dejar a los hombres abandonados a su propia mala voluntad. Para no decir nada del castigo sobre la mujer perversa, Jezabel, que al parecer no era fea. El rey siguió siendo malo. No quería escuchar más que a los falsos profetas, que le decían cosas agradables. A Miqueas lo mandó encerrar por decirle que le iría mal en la batalla, en esa batalla en la que murió atravesado por una flecha loca. Y los perros lamieron su sangre (en otras versiones, también los cerdos). En fin, que es muy difícil que un hombre poderoso y rico, si es injusto, se convierta de verdad. Es, en realidad, imposible, salvo intervención especial de Dios. Nadie puede convertirse de su pecado sin una gracia especial, pero el caso de los ricos y poderosos es casi desesperado. Y lo que más odia ese hombre —el perverso que está en la cumbre del poder o del dinero— es a quien le dice la verdad en su cara. La verdad desagradable, la profecía de desgracias, la mirada de frente al mal: eso detesta el hombre perverso, que quiere que halaguen sus oídos. «El rey de Israel reunió a los profetas [los falsos profetas], unos cuatrocientos hombres, y les preguntó: «¿Puedo ir a combatir contra Ramot de Galaad, o debo desistir?». Ellos respondieron: «Sube, y el Señor la entregará en manos del rey». Pero Josafat insistió: «¿No queda por ahí algún profeta del Señor para consultar por medio de él?». El rey de Israel dijo a Josafat: «Sí, queda todavía un hombre por cuyo intermedio se podría consultar al Señor. Pero yo lo detesto, porque no me vaticina nada bueno, sino sólo desgracias: es Miqueas, hijo de Imlá»» (1 Reyes 22, 6-8). Finalmente lo consultó, pero no le hizo caso. Por eso me gusta esta homilía del Papa Francisco. Ahora querría yo que el Santo Padre fuera delante de esos hombre inicuos, con nombre y apellido, y les dijera la verdad en su cara en nombre de Dios, a ver si algún poderoso —alguno de los que ahora abusan de su poder sobre los más débiles e indefensos— se convierte antes de que los perros vengan a lamer su sangre y las prostitutas a bañarse en ella (1 Reyes 22, 38). La Misericordia de Dios no tiene límites. El Antiguo Testamento la muestra por todas partes. Pero nunca es al gusto de los sentimentales ni de los que querrían que Dios y su Iglesia los confirmaran en su miseria. El Santo Padre recomienda la lectura de este libro de San Ambrosio: Nabot. Es fácil seguir su consejo.    

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *