Se preguntarán ustedes cómo ha llegado a escribir en un periódico de tanta altura un hombre tan bajo y ruin, y cómo es que el título del espacio ha podido ser tan despreciable como El Santo Oficio. La respuesta, fácil de adivinar, es que todo se debió a la presión democrática, que encumbra a los que no lo merecen y enaltece los errores.
Sin embargo, vamos a arreglar el entuerto, después de explicarlo por etapas.
Primero, sobre el autor. Un amigo chileno —que me vio por última vez hace unos treinta años y quizás cree que sigo siendo igual de inocente—, lector de Infovaticana, le insistió al Director para que me invitara. Insistió como condenado, como malo de la cabeza, como fanático, como sediento de errores deleznables, y finalmente lo convenció. Leyó un poco de mi blog secreto (Bajo la Lupa) y con eso se convenció de que soy católico.
Eso es lo que llamamos «presión de las bases», un elemento fundamental de toda democracia. Ahora deben rezar para que no me echen, como me han echado de casi todas partes cuando ven las tonterías que escribo. Espero decirles, poco a poco, qué clase de monstruo moral soy. Por ahora, basta con que sepan que soy profesor de Derecho Natural en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y que he fundado una sociedad secreta a la que pertenecen ya decenas de personas nefastas, aunque ellas no lo saben, porque mis sociedades secretas son así: nadie sabe que está dentro hasta que lo queman en la hoguera por conspirar.
Y eso de la hoguera me da pie para explicar lo del título de estas columnas. El resumen es que cada vez que me dicen algo para insultarme —lo hacen mis alumnos, mis amigos, mis colegas— me suena tan halagador que no puedo evitar quedarme como contento. Así, por ejemplo, a un grupo de profesores de Derecho Natural (¡¡¡Derecho Natural!!!) de la UC los comenzaron a llamar «los metafísicos», y uno me lo dijo un poco quejumbroso cuando regresé a esa Universidad hace algunos años. «¡Qué maravilla!», le respondí. «¡Nunca mejor dicho!» Y otros me llaman «medieval» y, por cierto, «inquisidor». De manera que, cuando les dije a mis discípulos que debía elegir un nombre para el blog, casi todos, tras darles vueltas en sus pobres cabecitas a varias posibilidades, eligieron El Santo Oficio. Y ganó con argumentos como este, de un historiador: «es el mejor, por lejos. Tiene contenido histórico, genera polémica, es políticamente incorrecto, desmitifica». El único defecto del título es que no es medieval, sino algo modernillo, y el olor a modernismo lo ha acompañado siempre; pero, en fin, la intención es excelente, aunque no me gusta la moderna quema de herejes.
El Santo Oficio es el oficio santo de «difundir la sólida doctrina y defender aquellos puntos de la tradición cristiana que parecen estar en peligro, como consecuencia de doctrinas nuevas no aceptables». Todo cristiano puede y debe colaborar en tan noble misión, sometiendo su juicio a la ulterior corrección de la Santa Romana Iglesia. Nuestra intención, por tanto, es ofrecer a los lectores algunos intentos personales de reflexión sobre la «sana doctrina» (¡cómo berrean los modernistas con esta expresión!) y sugerir, de vez en cuando, candidatos meritorios para la hoguera virtual.
No quisiera, sin embargo, dejar de decirles los títulos que obtuvieron menos votos y que, quizás siendo mejores, fueron excluidos por este método democrático que suelo usar en asuntos no dogmáticos. Las propuestas votadas por mis discípulos fueron El Santo Oficio (la referencia es obvia y sin complejos), que ganó por goleada, El tonto del pueblo (¡cría cuervos!, por suerte salió segunda), Si yo fuera Papa (es lo mismo que El Santo Oficio, pero más irónico), El Papista Hispanoamericano (hay un American Papist, Thomas Peters, pero mis amigos dicen que no soy suficientemente papista aunque para tonto del pueblo sí califico), Christophorus (demasiado serio), Quo vadis, Domine? (idea de un estudiante nervioso, que no entiende para dónde va el Señor, hasta que le explico que, desde el siglo I, va a Roma para ser crucificado otra vez).
Y como introducción, con esto basta.
El nombre es inspirador, sin duda. Hoy más que nunca es necesario el santo oficio. Y también el Santo Oficio. Así sea.
Gracias por la bienvenida. Procuraré ser más breve, si me da el tiempo, como suele decirse.
Bienvenido profesor, hoy la épica se escribe con narrativa metafísica, si no haber como defendemos a los embriones antes drre implantarse. Abusamos de una épica neorromántica que adolece de emotivismo moral, el cual se supone que, al menos en sus consecuencias, decimos combatir. Así que es bienvenido un guerrero metafísico y más si lleva bien afilada su espada de buen humor y fina ironía.
Me he reido mucho con este primer post! Bienvenido!