Exhortación Apostólica: ¿punto final sobre el Sínodo de la Familia?

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Se anuncia un punto final a tanto sufrimiento con la mala doctrina sobre la familia. ¿Será tan feliz el futuro?   De ninguna manera.   Los asuntos más controvertidos sobre la familia ya habían sido zanjados por Juan Pablo II y Benedicto XVI: condiciones para comulgar sin cometer sacrilegio, asuntos ecuménicos, homosexualidad e ideología de género, etc.   La disidencia eclesiástica no les hizo caso. En mi país, además, los laicos formados por los disidentes afirman que incluso el Catecismo de la Iglesia católica no está vigente en estas materias, porque todo debe replantearse.   Cuando me preguntaban sobre la Exhortación Evangelii gaudium, de amplias pretensiones de cambio en la Iglesia (v.gr., ese tan difícil: que el mundo clerical reforme sus modos caducos de obrar, casi todos influidos por el complejo de inferioridad neoclerical de los 60), respondía con otra pregunta: ¿me puede Ud. indicar los cambios operados por Familiaris consortio, o antes por Humanae vitae? ¿Y por Christifideles laici o por Verbum Domini? ¿Qué tiene de especial el Papa Francisco, que le van a hacer caso los que hacen lo que quieren y usan las citas pontificias que les vienen bien?   Mas ahora tenemos un problema adicional. El Santo Padre ha conseguido alienarse a una proporción importante de los católicos que constituían el núcleo duro de apoyo a la Santa Sede en todos los temas difíciles. No me refiero solamente a los tradicionalistas, que consideraron modernista incluso a Juan Pablo II, porque de hecho el Santo Papa de feliz memoria jugó en los límites de lo compatible con la fe en episodios como el de Asís o en sus relaciones con el Islam, y fue tan tolerante del liberalismo y de la disidencia teológica que pocas veces pasó más allá de condenar las malas doctrinas. Lo que sucede ahora, en cambio, es peor: los católicos que estaban felices con Benedicto XVI y que darían su vida por la fe están desconcertados un día sí y el otro también por diversas expresiones, gestos, confusiones y desaciertos del Papa Francisco, que hasta en Chile han llevado a que algunos defiendan lo bueno que es que muestre una sensibilidad de izquierda (los mismos católicos que hasta antes de ayer decían que lo bueno, en cualquier sacerdote, era estar por encima de izquierdas y derechas). Son hechos, no opiniones: asuntos que no pueden esconderse, so pena de incurrir en hipocresía.   Entonces sucede que estos católicos —los que vivimos amando al Papa, rezando por él, pero siempre nerviosos y al filo de un ataque de nervios— tampoco quedarán contentos con una Exhortación voluminosa y llena de metáforas, pero que deje estar las ambigüedades y aliente la teología de rodillas del Cardenal Kasper y otras doctrinas y prácticas análogas.   Pues bien, si la Exhortación Apostólica no zanja de manera inequívoca las cuestiones difíciles, si queda abierta a la interpretación o a la lectura liberal, los católicos nos contentaremos con hacer la lectura católica, que es el mínimo de respeto que le debemos al Santo Padre: leer en sentido católico lo que un Papa publica, en continuidad con toda la Tradición Apostólica, única regla de la fe. Sin embargo, los herejes harán la lectura abierta, y seguirá el disenso, seguirán las familias destruidas por malos confesores y cobardes pastores.   Les pongo un solo ejemplo que ya aconteció. En Evangelii gaudium, n. 47, se afirma:  

«Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».

  La nota 51 dice así:  

«Cf. San Ambrosio, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: «Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio»; ibíd., IV, 5, 24: PL 16, 463: «El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados»; San Cirilo de Alejandría, In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: «Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos? ¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden acercaros y si nunca vais a dejar de caer —¿quién conoce sus delitos?, dice el salmo—, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la eternidad?».  

La interpretación de esta doctrina católica, desde nuestras lecciones de Catecismo hasta Benedicto XVI, era a la vez una advertencia contra el rigorismo jansenista (los fieles en estado de gracia no se atrevían a comulgar con frecuencia), una invitación a comulgar a pesar de los pecados veniales —la Comunión los perdona— y una aclaración perentoria: en caso de pecados mortales, había que confesarse antes. Me ahorro las citas, desde Trento hasta Benedicto XVI pasando por el Catecismo.   La lectura más plausible, sin embargo, para cualquier católico con la formación actual corriente en la Iglesia, casi en todas partes del mundo occidental, es la lectura liberal: quienes recuerdan que hay que confesarse antes, quienes señalan condiciones para comulgar con fruto y sin sacrilegios, son rigoristas, aduaneros, etc. Da lo mismo que los católicos rindamos el debido homenaje al Papa Francisco, interpretando sus palabras como él quiere que las interpretemos, él que se confiesa cada 15 o 20 días e invita a todos a confesarse, él que es hijo de la Santa Iglesia Jerárquica: como una reiteración de la enseñanza tradicional. Da lo mismo, porque la presión de los herejes tiene a su favor tanto la ignorancia extendida en el Pueblo de Dios como la ambigüedad del mismo texto y de la praxis pastoral en la mayoría de las parroquias.   ¿Punto final? Para eso necesitaríamos otro Concilio de Trento y otro San Pío V.

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Comentarios
0 comentarios en “Exhortación Apostólica: ¿punto final sobre el Sínodo de la Familia?
  1. La Iglesia es indefectible. Pero que se la puede dañar mucho, sin duda. Es como dice el Blogger: lo que diga un Papa sólo se puede interpretar católicamente. Si es ambiguo, siempre va a dar pie para esa interpretación. El hecho es que el daño sería, de todos modos, grave. Hagamos penitencia y oremos. «Esta raza sólo se expulsa con oración y ayuno.»

  2. El temor ya está instalado. Creo que se espera que el Papa admita a la Sagrada Comunión a los adúlteros. Esto como primer medida, y en nombre de la misericordia.
    Luego, vendrán otros «actos de misericordia», contrarios a las enseñanzas morales , como la aceptación de las uniones homosexuales.
    Antes, se atacará el celibato sacerdotal, poniendo como justificativo los abusos de los clérigos y religiosos,
    No soy adivina, pero todo conduce a la pérdida de la identidad de Nuestra Santa Iglesia.

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