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El dilema de un Santo Oficio particular

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Uno de los dilemas difíciles de resolver para esta oficina del Santo Oficio es el de si intervenir o no en defensa de la fe católica cuando la herejía, la confusión o la imprecisión proceden no del último gañán de un pueblito perdido, sino de algún sacerdote, Monseñor, Obispo, Arzobispo, Cardenal o —para qué decirlo— del Santo Padre.   Por una parte, hablar del asunto puede extenderlo más, escandalizar a quien no sabía nada. Más valdría la pena dejarlo pasar como una noticia que pase casi inadvertida. Es la vieja regla moral de evitar el escándalo de los débiles y de los niños. Por otra parte, sin embargo, callar ante el error puede ser un pecado de omisión, que comete cualquier cristiano que esté en la posición de defender la verdad. La misión de propagar la verdad garantizada por la Iglesia y de defender a los más débiles del error no es exclusiva de la Jerarquía, sino que compete a todo fiel cristiano, en unión y sumisión al Magisterio de la Iglesia docente. Así lo enseña santo Tomás: «Enseñar a alguien […] para traerlo a la fe […] es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente (Santo Tomás de Aquino, S. Th.  3, q. 71, a.4, ad 3) (citado en el Catecismo, n. 904).   Sucede a veces que la noticia que uno creía que ya nadie iba a tocar sigue produciendo sus efectos. En un mundo globalizado, hasta el más pequeño comentario en Madrid, o en Filipinas, dependiendo de la importancia de quien lo profiere, llega a confundir a mis estudiantes en Santiago de Chile. El amor a la verdad mueve —entonces— a hacerse eco del asunto y a disolver el enredo. Si el protagonista es un periodista cualquiera, se le refuta con caridad, pero sin compasión. Mas, ¿qué pasa si es alguien a quien se le debe el respeto y la reverencia que la Santa Madre Iglesia siempre ha enseñado debemos tributar a la Jerarquía, que representa a Cristo?   La respuesta antigua al dilema era bastante sencilla y lineal: ante los errores de un miembro de la Jerarquía, desde un simple sacerdote para arriba, los fieles debíamos minimizar el escándalo. Se debía aclarar las cosas en privado, pero en público había que callar, rezar, desagraviar, y como máximo hacer ver nuestra opinión al sacerdote u Obispo por conductos privados. Ahora recuerdo que hace años deslicé una crítica contra un eclesiástico de alta investidura —crítica bastante suave para lo que suelo hacer con mis colegas laicos—, y no pasaron dos días sin que recibiera una carta manuscrita de un Obispo diciéndome que no hiciera eso públicamente, que le escribiera al personaje directamente. Fue un lío desde varios puntos de vista, hasta que fui a conversar con el ofendido para explicarle que yo seguía tributándole la debida reverencia a los vicarios de Cristo.   Las cosas han cambiado, desde los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia. Ahora tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han dicho que no quieren que nos callemos cuando algo vaya mal, ni en privado ni en público. La doctrina del Concilio Vaticano II, recogida en el Catecismo y en el Código de Derecho Canónico, debe tomarse en serio. Los fieles laicos «tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas» (CIC, can. 212, 3) (citado en el Catecismo, n. 907).   A mí me duelen las críticas contra el Papa Francisco, especialmente cuando vienen de los que cuelan el mosquito y se tragan el camello. Sin embargo, el mismo Papa ha dicho que prefiere a los que le dicen a la cara cuando no están de acuerdo. Él acepta la crítica, no la acalla. En el vuelo de retorno desde América afirmó: «Cada crítica debe ser recibida, estudiada y después hacer el diálogo. Usted me preguntaba qué pienso. Si yo no dialogué con los que critican, no tengo el derecho de hacer un pensamiento así, aislado del diálogo» (Entrevista 13 de julio de 2015). Estamos ante un Papa que resueltamente se opone a nuestra visión antigua sobre el modo de tratar con los asuntos pontificios. A propósito de si le molestaba un libro donde se defendía la posición más conservadora en el último Sínodo, respondió: «No -contesta-. Todos tienen algo que aportar. A mí me da hasta placer discutir con los obispos muy conservadores, pero bien formados intelectualmente» (Entrevista en La Nación). Incluso llamó a Mario Palmaro, uno de sus críticos, en trance de muerte, para consolarlo, y aceptó las críticas hechas con amor.   Todo esto viene como explicación preventiva de que, a petición de los lectores, cuando algún asunto romano menos recto llega de manera escandalosa a Chile, debamos tomarlo en serio. Si el Santo Padre recibe de buen grado las opiniones divergentes, incluso las críticas, nosotros, que no vamos a criticar al Santo Padre y que nos hacemos eco de sus enseñanzas sobre fe y costumbres, no podemos trepidar en decir la verdad sobre asuntos confusos por el solo hecho de que procedan de funcionarios menores de la Santa Sede.   Nuestra opinión no debe considerarse una crítica malévola a la Santa Sede, sino el cumplimiento del deber que el Santo Padre quiere que cumplamos. Este deber se extiende, incluso, si llega a ser necesario para ayudar a los fieles, a la exigencia de clarificar, interpretar o respetuosamente contrastar las palabras del Santo Padre en relación con el Magisterio de la Iglesia. El Papa Francisco ha pedido que lo hagamos, que interpretemos cualquier palabra suya menos feliz a la luz del Magisterio de la Iglesia de siempre.   La solución a nuestro dilema —entre evitar el escándalo y defender la verdad— es sencilla: si el escándalo ya se ha producido, porque todos los lectores de Infovaticana ya se han informado al respecto, más vale añadir al escándalo la clara afirmación de su antídoto, que es el Magisterio de la Iglesia.   Concretamente, en el próximo capítulo, este Santo Oficio emitirá un comunicado oficial sobre el documento reciente que parece negar la posición tradicional católica sobre el pueblo hebreo, explicada por San Pablo y asumida por todos los fieles hasta hace muy poco.    

Comentarios
0 comentarios en “El dilema de un Santo Oficio particular
  1. Totalmente de acuerdo; si un fiel no está de acuerdo/ tiene dudas/ tiene objeciones ante los gestos cotidianos del Santo Padre, tiene la OBLIGACIÓN de manifestarlos de manera respetuosa y razonada. Primero, por la responsabilidad que todo cristiano tiene sobre la Iglesia Universal; y segundo, por expreso pedido de Francisco, que ha dicho varias veces que no quiere una corte de aduladores. Si no le hacemos llegar nuestras críticas, estamos constituyendo esta corte que él no quiere en absoluto.

  2. Querido Cristóbal, esta nota en la que anuncia una proxima y contiene una exquisita reflexión merece, en mi modesta opinión, algunas consideraciones:

    1- San Pablo explica todo el procedimiento a seguir en lo que respecta a corrección fraterna, que es con el pecador, si no llega a buen término, con el pecador acompañado de otros hermanos, si tampoco corrige, con la comunidad, y luego sino modifica conductas se lo ha de considerar un extraño, supongo que al trato, porque lo que es rezar por el podemos y creo que por caridad debemos hacer así incluso si fuera un «enemigo» según enseña el Señor.
    Esto, dentro de la Iglesia, se ha de hacer siempre en línea institucional, es decir sin saltear superiores. Es decir, puedo hacer la crítica a alguien de mi parroquia, luego junto a otro hermano, pero antes de ir a la comunidad es mi deber ir al párroco y darle a este la posibilidad de convencer al pecador, o sacarme a mi de mi error si lo que veo no es algo grave que merezca la corrección para salvación de las almas. Si se hace así, el párroco, si fracasa en la corrección, debiera exponer el caso a la comunidad. Al menos es lo que se extrae de la lectura de la escritura.
    Y en el caso de que lo esté de acuerdo con el Párroco, fundadamente y luego de un cuidado discernimiento, acercar el tema al obispo.
    2- Sobre si el Papa es humilde para aceptar críticas o al menos eso ha expresado y sus consecuencias. Creo que en realidad todos los Papas debieran hacer sido especialmente humildes, porque Jesucristo especialmente lo fue. Y seguro que deben haber habido en todos los tiempos Papas así. Como otros orgullosos por los que tenemos que rezar.
    3- Ello no obsta a que para dirigir una corrección al Papa, esta debiera pasar por mi obispo y ser este el que la canalice en la conferencia episcopal y esta hacerla llegar al Papa. Si esto es difícil, es por los pecados de nosotros católicos de los que nacen la división en la Iglesia, o la falta de amor al prójimo para correr con la molestias de corregirlo, o el temor a sufrir represalias en caso de que el criticado sea orgulloso y vengativo.
    4- El comentar las declaraciones del Papa en un medio especializado, no es propiamente corrección fraterna. No produce escándalo en la medida que no se utilice el agravio, la desmesura o no contenga en el comentario tendenciosas opiniones contrarias a la salvación de las almas.
    5- A todos nos duele el pecado de nuestros padres. Pero la Biblia establece un límite claro en la historia de la borrachera de Noé.
    Es decir el comentario público debe ser hecho intracomunitas. Por ello, siendo este un medio especializado es correcto. Si se hiciera en el mercurio de Santiago, (diario de mayor circulación de Chile), sería incorrecto por escandaloso y contrario a la salvación de las almas.
    6- Es necesario el discernimiento del magisterio en general, en este caso del documento por usted citado, todo aporte esclarecedor es un canal de Gracia para quien lo recibe.
    7- El tema en cuestión ha sido objeto de errores en el pasado (ghettos, en italiano ex profeso, por ejemplo) y en el presente (falta de reciprocidad entre el laicismo que pide el respeto de las minorías encabezadas estas por la parte del pueblo hebreo que pide legítimamente el fin del antisemitismo, pero que se contradice a sí mismo cuando desde los mismos centros de poder, se quiere expulsar la expresión religiosa cristiana de la vida de las sociedades modernas, haciendo el estado de Israel, parte de gran peso en la ONU, y en los centro de poder, todo lo opuesto, en lo que refiere a la práctica pública de la religión judia.)

    Dios lo bendiga! Un saludo en Cristo y María

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