Han acudido a este Santo Oficio algunos fieles católicos de toda América, desde Estados Unidos a Chile, preocupados por el escrito “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm 11:29). Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50° aniversario de “Nostra Aetate” (n°. 4), publicado recientemente por la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo. En consideración de la tristeza y del escándalo producido, el Santo Oficio, tras madura consideración, para tranquilidad y consuelo de los dichos fieles y como muestra de caridad hacia los hijos del pueblo hebreo, del que nació Nuestro Señor Jesucristo según la carne, declara cuanto sigue: 1.º El Pueblo de Dios inculca en sus fieles los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, lleno de caridad y de compasión por las ovejas perdidas de la Casa de Israel, dirigió al pueblo hebreo en primer lugar la predicación del Evangelio y la llamada a la conversión. Juntamente con el Apóstol Pablo, quien, llegando hasta el extremo de su amor querría haber sido anatema de Cristo —por hipótesis imposible— a cambio de la conversión de los de su sangre, los cristianos rezamos y actuamos para atraerlos a la verdadera fe, que ellos han perdido desde el momento que rechazaron a Cristo su Mesías. Todo diálogo entre cristianos y judíos, basado en el mutuo respeto y, por nuestra parte, en la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, aspira a continuar el diálogo iniciado por el Señor mediante su predicación y su sacrificio cruento en la Cruz. 2.º El diálogo entre los verdaderos cristianos y los israelitas sinceros, en quienes no hay doblez ni engaño, exige que los judíos actuales afirmen claramente que los cristianos son herejes y blasfemos, porque hacen del hombre Jesús no solo el Mesías sino también Dios igual al Padre, y porque afirman todo lo que es inaceptable para un judío fiel a la Alianza del Sinaí, a la Ley y los Profetas, al Templo y al culto debido al Dios único. Por la misma razón, el verdadero cristiano ha de afirmar que los judíos actuales, en tanto no se incorporen a la Iglesia mediante la conversión y el Bautismo en nombre de Cristo, han perdido la verdadera fe y son en efecto las ramas del olivo desgajadas del gran Olivo que es el único Pueblo de Dios, en el cual Dios, mediante el Sacrificio de su Hijo, hizo de los dos pueblos —judíos y gentiles— un único pueblo santo de la Alianza Nueva y Eterna, el único y verdadero Israel de Dios donde ya no hay judíos ni gentiles, libres y esclavos, varón y mujer, sino que todos son una sola criatura nueva en Cristo por la gracia. En esta verdad fundamental no hay término medio y ningún cristiano ni judío puede ser sincero si la niega, a la vez que no pueden estar los dos en la verdad objetiva de las cosas acerca de la verdadera religión. Por eso, si la religión cristiana es la única verdadera, como afirmamos con fe divina y católica, el Judaísmo actual no es la verdadera religión según la cual Dios quiere que se le rinda un culto auténtico, mientras que el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento existió como la única verdadera religión hasta la venida del Mesías, que inauguró el Reino de Dios en su Iglesia. 3.º El escrito mencionado no constituye un acto del Magisterio de la Iglesia católica, sino una reflexión teológica que representa solo la opinión de quienes la firman. Esta opinión refleja el estado actual de penosa confusión a que se ha arribado en el intento de suavizar las diferencias infranqueables entre cristianos y judíos, diferencias que solo pueden tener fin mediante el cumplimiento de la profecía que anuncia la conversión de los judíos a Cristo antes del fin de los tiempos. En todo el tiempo intermedio, salvo el caso de ignorancia inculpable unida a una vida recta movida por la gracia, la salvación de los judíos —como la de todos los hombres— depende enteramente de que se incorporen a la Iglesia de Cristo mediante la conversión y el Bautismo para el perdón de los pecados, como ya oportunamente les explicó el Bienaventurado Pedro, primer Vicario de Cristo, en el día mismo de Pentecostés. Por consiguiente, los cristianos debemos considerar como una forma de antijudaísmo toda falta de sinceridad hacia ellos, cuando se omite proclamar a Jesús como Mesías; toda exclusión de los judíos del esfuerzo evangelizador, y especialmente la falta de amor y de caridad que implica dejar de seguir llamándolos a la conversión. Porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables: Jesús los sigue llamando a abandonar las tradiciones de los hombres que han deformado la Ley, a reconocerlo a Él como Mesías y a abrazar mediante el Bautismo la verdadera fe en el Dios Único, Padre, Hijo y Espíritu Santo. 4.º El documento contiene afirmaciones sobre hechos, las cuales, refiriéndose a circunstancias cambiantes, pueden ser verdaderas en la experiencia de algunos y no de otros. Por eso, el Santo Oficio no se pronuncia sobre ellas, aunque defiende la libertad de los fieles católicos para atenerse a su propia percepción de la realidad. Esto es especialmente importante en aquellos lugares donde los cristianos, como en los primeros tiempos, experimentan la hostilidad de quienes, tanto paganos como judíos, han rechazado la verdadera fe y han abrazado los falsos ídolos del dinero, del poder, del sexo, y promueven actitudes morales erradas y prácticas incompatibles con la fe católica. Respecto de estos infieles, sean paganos o judíos, la Iglesia siempre ha prevenido a sus fieles que deben evitar sus errores, defenderse de sus insidias y amarlos para trabajar por su conversión y salvación eterna. 5.º Las afirmaciones estrictamente doctrinales del escrito son, a veces, contradictorias entre sí, como, por ejemplo, cuando se afirma y niega la existencia de dos caminos paralelos de salvación o que los judíos tienen su camino de salvación aun sin reconocer al Mesías contra la tesis de la necesidad de Cristo para la salvación (cf. nn. 24 y 36 vs. nn. 25 y 35). Otras opiniones son tan ambiguas y confusas que admiten una interpretación católica, pero es de temer que los lectores, imbuidos de ese falso irenismo que hoy reina por doquier, les den un significado erróneo (v.gr., nn. 36 y 37). Aun hay afirmaciones simplemente falsas, como la negación de la teoría del reemplazo como una simple teología medieval, cuando en realidad cuenta con la unanimidad de los Padres de la Iglesia y es, por tanto, parte de la Tradición Apostólica: el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, la Iglesia católica, es actualmente el verdadero Israel y ha reemplazado al Israel según la carne. 6.º En cualquier caso, a la vista de la complejidad y la ambigüedad de este escrito, el Santo Oficio dictamina cuanto sigue: PRIMERO. Se implora a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que actualmente es la que posee la autoridad doctrinal que antes tuvo este Santo Oficio (¡convertido ahora en un blog!), que promulgue un documento doctrinal que aclare y rectifique estas reflexiones teológicas confusas y erróneas. SEGUNDO. El Santo Oficio califica el citado documento como antisemita —por obstaculizar la conversión de los judíos—, ofensivo de piadosos oídos, sospechoso de herejía, contradictorio, confuso, erróneo y favorecedor de los infieles. TERCERO. Se ordena quemar todas las copias del dicho documento, retirarlo del sitio web del Vaticano e inscribirlo en el Índice de Libros Prohibidos. El infrascrito Gran Inquisidor ha sido recibido en Audiencia por el Antipapa Pío XIII, quien ha confirmado en todos sus puntos esta declaración y ha ordenado publicarla en Infovaticana. El Santo Padre Francisco, enterado de nuestra intervención, ha enviado un papelito manuscrito con estas palabras: «Che, Cristóbal, ¡pará de decir leseras!».
Declaración del Santo Oficio sobre un escrito sobre los judíos
| 09 enero, 2016
Estimado Cristóbal,
Muchas gracias por tu post. Claro, sintético, sin perder el sentido el humor. Sin embargo, hace tiempo me asalta una duda. Me gustaría compartirla y conocer tu opinión.
Cuando se habla de la conversión de los judíos, normalmente, se trata el tema desde la perspectiva política o sociocultural. El pueblo judío debe convertirse “en cuanto nación”. ¿Cuándo se convertirá? ¿Cuando sus autoridades político-religiosas lo hagan? ¿Cuando los hagan todos, sin que falte ninguno? ¿Cuando el estado de Israel deje de tener por religión oficial el judaísmo? En definitiva, ¿cuándo podremos decir: “los judíos se han convertido”? Porque si tomamos en serio su conversión, al menos en los términos en que normalmente se trata el tema (repito), debemos tener una respuesta clara a esta pregunta, articulada desde la revelación, pero también desde la reflexión teológica. No basta aquí traer algunas citas de san Pablo o del magisterio anterior al Vaticano II. La instancia teológica es ineludible, si queremos ser algo más que “religión verdadera”. Si queremos dar razón de nuestra esperanza.
No deseo entrar en polémicas innecesarias. Pero me parece que aclarar este punto es fundamental. De lo contrario, estaremos discutiendo hasta la eternidad, sin tener claro desde antes, qué entendemos por conversión y, sobre todo, qué queremos decir cuando hablamos de la conversión de un pueblo.
Mi pregunta y, en cierta forma, también mi propuesta embrionaria es la siguiente. ¿Es injustificado o incorrecto afirmar que la conversión de Israel ya ha tenido lugar? ¿Acaso María, los apóstoles, discípulos, el mismo san Pablo no se han convertido? Más aun, ¿acaso Cristo mismo, cabeza de la humanidad, nuevo Adán, nacido “bajo la Ley” (Gal 4,4), rey de Israel, no ha operado la conversión definitiva de Israel? ¿Por qué seguir hablando de la conversión de Israel (en términos politicos o socioculturales) cuándo esa conversión ya ha tenido lugar? No se trata de reafirmar la “teoría del reemplazo”, sino de entender la noción misma de conversión en nuevos términos.
La idea bajo estas preguntas es: la conversión, ¿no debería ser interpretada en términos sociopoliticos, sino teológicos? Esto no significa renunciar a la misión. Pero implica hacerlo desde una perspectiva nueva: la conversión debe ser llevada a término. Pero no sólo respecto a los judíos, sino también entre los cristianos. La conversión ya se ha operada y debe realizarse en todos los hombres. ¿Acaso unos tienen más necesidad de conversión que otros? ¿Las palabras de san Pedro después de Pentecostés no son acaso coextensivas a todos los hombres? ¿Algún cristiano hoy podría desentenderse de ellas y decir: Pedro aquí les está hablando “a ellos”, pero no a mí (¡no hay que olvidarse de Hechos 2,39!)? La misión, el proselitismo, no deben perder su radicalidad, pero las interpretaciones sociopolíticas de la conversión, acaban por reducir su significado a otro concepto sociopolítico. Y de lo que se trata no es de pertenecer a una insititución porque unos líderes, oficialmente, han decidido la conversión del pueblo, sino aproximar al máximo la propia vida a la verdad del Dios único que se ha revelado en plenitud en Cristo.
Magnífico el artículo. Ya quisiéramos que Roma lo llamara como asesor de la SCDF. Personalmente espero ahora con impaciencia su dictamen sobre el vídeo de la primera intención mensual de oración del Papa. Por otra parte, entiendo, aunque me gusta menos, el toque de humor final del artículo. El sentido del humor es uno de los grandísimos regalos que Dios nos concedió para nuestra felicidad, pero hay una buena razón para que el Espíritu Santo no admitiera ni rastro de él en la enseñanza de Jesús ni, en general, en la Escritura. También debo decir, al mismo tiempo, que yo mismo no sabría cómo armonizar la gravedad del tema de hoy con el espíritu risueño del blog. En todo caso, enhorabuena por su labor.
Estimado Cristóbal,
Muchas gracias por tu post. Claro, sintético, sin perder el sentido el humor. Sin embargo, hace tiempo me asalta una duda. Me gustaría compartirla y conocer tu opinión.
Cuando se habla de la conversión de los judíos, normalmente, se trata el tema desde la perspectiva política o sociocultural. El pueblo judío debe convertirse “en cuanto nación”. ¿Cuándo se convertirá? ¿Cuando sus autoridades político-religiosas lo hagan? ¿Cuando los hagan todos, sin que falte ninguno? ¿Cuando el estado de Israel deje de tener por religión oficial el judaísmo? En definitiva, ¿cuándo podremos decir: “los judíos se han convertido”? Porque si tomamos en serio su conversión, al menos en los términos en que normalmente se trata el tema (repito), debemos tener una respuesta clara a esta pregunta, articulada desde la revelación, pero también desde la reflexión teológica. No basta aquí traer algunas citas de san Pablo o del magisterio anterior al Vaticano II. La instancia teológica es ineludible, si queremos ser algo más que “religión verdadera”. Si queremos dar razón de nuestra esperanza.
No deseo entrar en polémicas innecesarias. Pero me parece que aclarar este punto es fundamental. De lo contrario, estaremos discutiendo hasta la eternidad, sin tener claro desde antes, qué entendemos por conversión y, sobre todo, qué queremos decir cuando hablamos de la conversión de un pueblo.
Mi pregunta y, en cierta forma, también mi propuesta embrionaria es la siguiente. ¿Es injustificado o incorrecto afirmar que la conversión de Israel ya ha tenido lugar? ¿Acaso María, los apóstoles, discípulos, el mismo san Pablo no se han convertido? Más aun, ¿acaso Cristo mismo, cabeza de la humanidad, nuevo Adán, nacido “bajo la Ley” (Gal 4,4), rey de Israel, no ha operado la conversión definitiva de Israel? ¿Por qué seguir hablando de la conversión de Israel (en términos politicos o socioculturales) cuándo esa conversión ya ha tenido lugar? No se trata de reafirmar la “teoría del reemplazo”, sino de entender la noción misma de conversión en nuevos términos.
La idea bajo estas preguntas es: la conversión, ¿no debería ser interpretada en términos sociopoliticos, sino teológicos? Esto no significa renunciar a la misión. Pero implica hacerlo desde una perspectiva nueva: la conversión debe ser llevada a término. Pero no sólo respecto a los judíos, sino también entre los cristianos. La conversión ya se ha operada y debe realizarse en todos los hombres. ¿Acaso unos tienen más necesidad de conversión que otros? ¿Las palabras de san Pedro después de Pentecostés no son acaso coextensivas a todos los hombres? ¿Algún cristiano hoy podría desentenderse de ellas y decir: Pedro aquí les está hablando “a ellos”, pero no a mí (¡no hay que olvidarse de Hechos 2,39!)? La misión, el proselitismo, no deben perder su radicalidad, pero las interpretaciones sociopolíticas de la conversión, acaban por reducir su significado a otro concepto sociopolítico. Y de lo que se trata no es de pertenecer a una insititución porque unos líderes, oficialmente, han decidido la conversión del pueblo, sino aproximar al máximo la propia vida a la verdad del Dios único que se ha revelado en plenitud en Cristo.
Estimado Cristóbal,
Muchas gracias por tu post. Claro, sintético, sin perder el sentido el humor. Sin embargo, hace tiempo me asalta una duda. Me gustaría compartirla y conocer tu opinión.
Cuando se habla de la conversión de los judíos, normalmente, se trata el tema desde la perspectiva política o sociocultural. El pueblo judío debe convertirse “en cuanto nación”. ¿Cuándo se convertirá? ¿Cuando sus autoridades político-religiosas lo hagan? ¿Cuando los hagan todos, sin que falte ninguno? ¿Cuando el estado de Israel deje de tener por religión oficial el judaísmo? En definitiva, ¿cuándo podremos decir: “los judíos se han convertido”? Porque si tomamos en serio su conversión, al menos en los términos en que normalmente se trata el tema (repito), debemos tener una respuesta clara a esta pregunta, articulada desde la revelación, pero también desde la reflexión teológica. No basta aquí traer algunas citas de san Pablo o del magisterio anterior al Vaticano II. La instancia teológica es ineludible, si queremos ser algo más que “religión verdadera”. Si queremos dar razón de nuestra esperanza.
No deseo entrar en polémicas innecesarias. Pero me parece que aclarar este punto es fundamental. De lo contrario, estaremos discutiendo hasta la eternidad, sin tener claro desde antes, qué entendemos por conversión y, sobre todo, qué queremos decir cuando hablamos de la conversión de un pueblo.
Mi pregunta y, en cierta forma, también mi propuesta embrionaria es la siguiente. ¿Es injustificado o incorrecto afirmar que la conversión de Israel ya ha tenido lugar? ¿Acaso María, los apóstoles, discípulos, el mismo san Pablo no se han convertido? Más aun, ¿acaso Cristo mismo, cabeza de la humanidad, nuevo Adán, nacido “bajo la Ley” (Gal 4,4), rey de Israel, no ha operado la conversión definitiva de Israel? ¿Por qué seguir hablando de la conversión de Israel (en términos politicos o socioculturales) cuándo esa conversión ya ha tenido lugar? No se trata de reafirmar la “teoría del reemplazo”, sino de entender la noción misma de conversión en nuevos términos.
La idea bajo estas preguntas es: la conversión, ¿no debería ser interpretada en términos sociopoliticos, sino teológicos? Esto no significa renunciar a la misión. Pero implica hacerlo desde una perspectiva nueva: la conversión debe ser llevada a término. Pero no sólo respecto a los judíos, sino también entre los cristianos. La conversión ya se ha operada y debe realizarse en todos los hombres. ¿Acaso unos tienen más necesidad de conversión que otros? ¿Las palabras de san Pedro después de Pentecostés no son acaso coextensivas a todos los hombres? ¿Algún cristiano hoy podría desentenderse de ellas y decir: Pedro aquí les está hablando “a ellos”, pero no a mí (¡no hay que olvidarse de Hechos 2,39!)? La misión, el proselitismo, no deben perder su radicalidad, pero las interpretaciones sociopolíticas de la conversión, acaban por reducir su significado a otro concepto sociopolítico. Y de lo que se trata no es de pertenecer a una insititución porque unos líderes, oficialmente, han decidido la conversión del pueblo, sino aproximar al máximo la propia vida a la verdad del Dios único que se ha revelado en plenitud en Cristo.
Querido Cristóbal, lo felicito por el punto, claro y contundente. A la verdad, ni agregarle ni quitarle. Fuera del Sí o del No, lo demás es del demonio.
Que la Iglesia en su historia de relación con el judío ha errado? Si, la Iglesia ha errado, ha errado con guetos, a errado con las leyes discriminatorias, etc.
Que de esto no se siga ningún impedimento para la santidad de la Iglesia en la fidelidad ha Cristo, es lo que diferencia la postura a tomar desde un punto de vista sano, de la postura confusa y atolondrada que hoy vemos en los fanáticos del ecumenismo a toda costa.
Es como cuando en la casa, con un buen educativo, y con intención de corregir a un hijo, se nos va una palabra demás o a veces una mano. Luego podemos reconocer el error, e incluso pedir las disculpas del caso. Pero ese hijo sigue necesitando ser guiado con firmeza en el punto en cuestión. No sería sano que como el Padre se excediera al corregir, al otro día abriera todas las vayas y titubeara para decir esto es bueno, esto es malo.
Una cosa no quita la otra.
El pedido de disculpas de Juan Pablo II, muy muy bien.
El hacer de eso un motivo para retorcer nuestra fe en un panteísmo laberíntico, no tiene ningún sentido.
Y entorpece las sanas relaciones de Paz.
Lo felicito! Por lejos su mejor artículo en Infovaticana.
Saludos en Cristo y María.