Vino y jabón

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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29 Cuando se cumplen 102 años, según nos cuenta Lorena Cádiz, en las páginas de nuestro periódico, siempre existe algún secreto, que ella le ha preguntado a doña Amparo Aranda, la homenajeada cumpleañera del pasado miércoles y la vecina más veterana de la ciudad de Jaén hasta el momento presente. Según doña Amparo para llegar a esa edad usa dos costumbres: beberse al día un vaso de vino con gaseosa de marca, y lavarse con jabón clásico en las casas jaeneras. ¡Cuanta razón tiene doña Amparo¡. El vino en todas las culturas ha sido usado como medicina para lavar heridas, como dormidera para ejecutar el corte de una pierna en un hospital de campaña, como bálsamo para las erupciones primaverales. Tanto es el valor del zumo de la uva, que Cristo, en la última Cena, en la tarde del Jueves Santo, tomó vino, delante de sus discípulos, pronunció las palabras conocidas y lo convirtió en su Sangre salvadora para todas las personas; después hizo lo mismo con el pan para convertirlo en su Cuerpo, invitando a que siempre hagamos lo mismo como memorial en el sacramento de la Eucaristía, donde comemos al mismo Cristo. El jabón es usado, igualmente, en las diversas culturas como signo de limpieza, pureza y desinfección de manchas, malos humores, olores y demás pestilencias humanas producto del sudor y del mal uso de la libertad humana. El jabón del sacramento de la Penitencia borra nuestros pecados cuando arrepentidos acudimos al confesor, quien representa al Señor, contamos nuestras faltas y errores, proponemos no repetirlos, y salimos limpios y perdonados de cuanto negativo tengamos en la propia conciencia. Esto mismo es lo que hacen los niños que en estas fechas acuden a recibir su primera Comunión, yendo previamente a confesar sus faltas y pecadillos. Centenares de miles de niños usan el mismo Camino para reencontrarse con el mismo Jesús, quien los recibió en la Iglesia cuando fueron bautizados en el agua pura que los convirtió en hijos de Dios marcándolos con un sello indeleble en el alma para toda la eternidad. La vecina más anciana de Jaén, doña Amparo sabe lo que dice, porque se hace como los niños para conseguir entrar en el Reino de los cielos, según prometió el mismo Cristo en su evangelio. Vino y jabón la han llevado a 102 años. La Eucaristía y la Penitencia nos conducen a nosotros, tengamos la edad que sea, hasta la felicidad plena de sabernos hijos salvados por el Señor del pecado y de la muerte, saltando todos los obstáculos que los pecados de los seres humanos ponen a los católicos en estos tiempos duros en que somos acosados, acusados, rechazados, olvidados, marginados, y matados por los viejos doctrinarios de una ideología demostradamente inútil en el deseo de derretir la Religión Católica dentro de un fuego, el mismo que los devora a ellos: el odio y la venganza. Tomás de la Torre Lendínez

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