Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29
Nunca he encontrado tantos dimes y diretes a la hora de entrar un nuevo presidente de los Estados Unidos como ha ocurrido con el recién llegado a la Casa Blanca el pasado viernes. Esos coros de voces protestonas parecen no aceptar el veredicto de las urnas electorales en un país que nació siendo una democracia. Al final se ha impuesto la realidad legal sobre los caprichos de unos malos perdedores.
Tal empacho de zancadillas, ceremonias de la confusión, reuniones clandestinas, fueron las que urdieron los enemigos de Cristo, cuando descubrieron que su idea de quién y cómo sería el Mesías se les cayó al suelo haciéndose añicos como un espejismo nacido en el calor sofocante del desierto de Judea. Durante tres largos años Jesús de Nazaret sería policial y sistemáticamente perseguido por los escribas, fariseos, herodianos, saduceos y otros grupos insertos en la conjunción de persecución y muerte que le programaron con tiempo.
Ningún político que llegue al poder, mediante las urnas, tiene un sello de impecabilidad, ni está libre de inclinarse hacia la corrupción monetaria o moral, ni se le puede entregar un cheque en blanco para hacer caprichos de niño mimado por los ignorantes pelotilleros, criados a los pechos de los poderes públicos casi desde su venida al mundo.
Con la Doctrina Social de la Iglesia en la mano, todo político subido al poder debe buscar siempre la justicia social que le conduzca a conseguir el bien común de la sociedad que le ha votado, evitando pisar la legalidad escrita en la Constitución vigente en ese pueblo que le ha entregado la administración para un periodo de gobierno concreto.
La misma Doctrina eclesial recomienda conceder los famosos cien días de espera y confianza para ver por donde derrota el nuevo mandatario. Durante ese periodo es suficiente para constatar, igual que los taurinos tardan los primeros minutos para conocer por donde tira el toro recién salido de los corrales y ser toreado por el maestro de la lidia, si sus primeros pasos de gobierno son buscando ese bien común que todo dirigente debe perseguir para sus administrados.
A Jesús de Nazaret no le dieron ni los cien primeros días, porque a los pocos días de nacer tuvo la Sagrada Familia que salir huyendo hasta Egipto, porque el rey Herodes mandó matar a todos los niños menores de dos años con el exclusivo fin de matar a aquel infante, ya que los Reyes Magos le dijeron que había nacido el rey de los judíos.
Desde el viernes pasado, los augures del viejo imperio norteamericano predicen horas amargas y llantos jeremíacos por todos los rincones de aquel inmenso país formado por cincuenta estados federados bajo la bandera de las barras y estrellas. ¿Tendrán razón esos adivinos de las calamidades y vendrán días negros comenzando un nuevo orden mundial?.
Porque el orden mundial hasta el pasado viernes ha sido fabricado y apoyado en el pensamiento único, en el lenguaje políticamente correcto, en el puritanismo hipócrita, en la moralidad buenista, en el doble juego de poner una vela a Dios y otra al diablo, y en actuar con una manga muy ancha ante delitos flagrantes como el aborto, la eutanasia y otros delirios científicos alejados del bien común de la naturaleza humana y social, que es el objetivo único de toda acción de poder en manos de gobernantes sensatos y equilibrados, según la doctrina eclesial.
Tomás de la Torre Lendínez