PUBLICIDAD

Sin tren ni tranvía

|

Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29

La mesa por el tren en la tierra oriental andaluza se reunirá en Jaén, informa nuestro diario, para tratar de unificar esfuerzos, dineros, proyectos y conseguir trenes viables y rápidos para esta parte de la región sureña española. En esa mesa parece que nuestra provincia tiene poco relieve, aunque metida entre Granada y Almería, a lo mejor consigue silla para sentarse y motor para no ser dejada de cenicienta ferroviaria.

Así la dejaron nuestros bisabuelos, allá por los años ochenta del siglo XIX, cuando el ferrocarril era trazado por la geografía de Jaén. La ignominia de construir un ramal entre Jaén y Espeluy fue  y sigue siendo el enorme error que los antepasados nos dejaron cuando nos aislaron de la línea Madrid-Cádiz, dándonos como una migaja el conocido y aún usado ramalillo.

La escena de la multiplicación de los panes y los peces, que Jesús de Nazaret realizó a las orillas del lago de Galilea, en la cima del monte de las bienaventuranzas, fue el mejor milagro de la igualdad, la solidaridad, la fraternidad y el amor de Dios para con todos sus hijos allí presentes, quienes, según el evangelista, eran más de cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños. Comieron todos panes y peces hasta hartarse y sobraron doce cestos.  Dios nunca ha dejado a sus hijos sin el alimento del cuerpo y del alma, porque cuando vamos a la celebración de la Misa dominical todos los que están preparados en su conciencia acuden a comer el Cuerpo y la Sangre del Señor. Nadie se queda al margen.

La ciudad de Jaén, capital del Reino de igual nombre, guarda y defendimiento de los reinos castellanos, como reza el pendón real donado por los propios reyes a las autoridades locales, ha sido siempre la cenicienta a la hora del reparto de bondades y mercedes capaces de levantar el ánimo y el espíritu emprendedor de nuestros paisanos, lo que nos ha llevado a sentirnos una capital y provincia segundona, poco chillona y excesivamente adormilada en los laureles. La defensa de nuestros futuros la hemos dejado a otros de fuera para que nos sacaran las castañas del fuego. Así lo hicieron en la historia de los últimos años. Los emprendedores de Jaén han engañado a la ciudadanía con el oro y el moro, y han dejado esqueletos hechos de obra esparcidos por los polígonos industriales que bordean los pueblos y las ciudades. Nos ha faltado el espíritu de solidaridad desprendido del milagro evangélico de la multiplicación de los panes y los peces. Nos hemos pegado al monocultivo del olivar como la única panacea de nuestro sustento y riqueza, olvidando que no solamente se vive del aceite, sino también de las buenas comunicaciones como el ferrocarril y el resto de estructuras viarias. Hemos gritado en otras iniciativas de mesas por Jaén, en la segunda mitad del siglo pasado, hemos salido a la calle uniendo todas las  voluntades, incluida la eclesiástica, para señalar que nuestro presente y futuro no solamente pasa por el olivar, sino también por la inversión en otras industrias diversificadas en el amplio abanico que el mercado pueda demandar.

No ha servido para nada. Estamos solamente en el campo de los servicios y algo de turismo dentro de ese paraíso interior que exportamos para convencer que nos visiten cuantos más mejor. Pero de ahí no pasamos. La sangría emigratoria de jóvenes producida por la crisis económica que vivimos nos frena, nos anquilosa, una vez más, en el llanto sobre nuestros propios males, olvidando que solamente recuperando nuestra valentía guerrera medieval volveremos a ser guarda y defendimiento de nuestros valores universales, siempre a la sombra de la Cruz del castillo de Santa Catalina.

Tomás de la Torre Lendínez

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *