Afirmaba Chesterton que, al entrar en una iglesia, se nos pide que nos quitemos el sombrero, no la cabeza. Esta máxima es la que me ha animado, durante los últimos años, a discrepar en algún artículo de ciertas declaraciones, ‘gestos’ o poses del papa Francisco, al que sin embargo he aplaudido en otros artículos. Me ha llamado mucho la atención que, cada vez que he discrepado del Papa, mis artículos han sido difundidos interesadamente, mientras que los artículos en los que lo he defendido han sido concienzudamente silenciados. Además, he podido comprobar que muchos hipócritas que me felicitan privadamente por los artículos en los que (con el sombrero entre las manos, pero con la cabeza sobre los hombros) denuncio ciertas delicuescencias papales se afanan luego en utilizarlos para estigmatizarme en círculos oficialistas católicos. Pero todas estas vilezas las sobrellevo con paciencia, pues tengo bien identificada a la chusma que las promueve, formada por falsos y puritanos creyentes que necesitan demonizar al creyente sincero, pero pecador, para medrar y cuspidear en aquellos ámbitos eclesiásticos donde se mueven el dinero y las influencias. Y, además, ser estigmatizado por esta chusma constituye un timbre de gloria.
Tengo las espaldas anchas y he quemado todas las naves. Sin embargo, no soporto que mis críticas puntuales al Papa sean metidas en el mismo saco que los alevosos y torticeros ataques que el Papa recibe por oscuras razones ideológicas, o por sórdidos intereses económicos. Pues mis críticas son las de alguien que estaría dispuesto a derramar hasta la última gota de sangre en defensa de Francisco; mientras que estos ataques están urdidos por gentes que no solamente odian a Francisco, sino también y sobre todo a la institución de la que es cabeza visible, que -como nos enseñaba Chesterton- guarda en sus cimientos la única dinamita que puede cambiar el mundo. Y lo más triste es que muchos católicos chorlitos se están dejando pastorear por estos sembradores de cizaña, que odian al Papa por razones ideológicas y anhelan conducir a estos católicos chorlitos hasta su redil ideológico. Así, por ejemplo, en una entrevista reciente, Eugenio Scalfari afirmaba que el mandato evangélico de amor al prójimo «es el programa del comunismo»; a lo que el Papa respondía muy pertinentemente que en todo caso «son los comunistas los que piensan como cristianos» en este punto, precisando que «Cristo ha hablado de una sociedad donde los pobres, los débiles, los excluidos puedan decidir; no los demagogos ni los barrabases». Resulta evidente que el Papa pretendía distinguir entre el mandato evangélico y la ideología comunista (a cuyos propagadores llama implícitamente «demagogos» y «barrabases»); pero de inmediato los sembradores de cizaña propagaron que el Papa había afirmado que católicos y comunistas piensan lo mismo, para que los católicos chorlitos reaccionaran paulovianamente y juzgasen al Papa un peligroso comunista.
Pero lo cierto es que el papa Francisco, en las cuestiones sociales y económicas, es un ortodoxo defensor de la doctrina católica. Lo ha sido también, recientemente, en un discurso pronunciado en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, donde ha denunciado que el dinero gobierna «con el látigo del miedo, de la iniquidad, de la violencia económica, social, cultural y militar», imponiendo una «dictadura terrorista» y levantando «muros que encierran a unos y destierran a otros». Lo ha sido, desde luego, cuando ha lamentado que se destinen sumas escandalosas para evitar la bancarrota de los bancos y ni siquiera se destine una milésima parte para evitar la «bancarrota de la humanidad», que se encarna en tantos millones de personas que sufren guerras, éxodos y exclusión. Y, por rebelarse contra el ídolo del dinero, «que reina en lugar de servir, que tiraniza y aterroriza a la humanidad», por proclamar desde la más rigurosa ortodoxia católica estas verdades del barquero, el Papa escandaliza a los sembradores de cizaña, que lo tildan de «rojo», porque saben que en sus palabras se contiene la única dinamita que puede renovar el mundo, la única dinamita que puede arrojar al vacío cósmico toda la basura ideológica con la que estos moscones han envenenado a tantos católicos chorlitos.
Seguiremos entrando en una iglesia con el sombrero entre las manos y con la cabeza sobre los hombros. Y seguiremos, mientras nos dejen, señalando a los sembradores de cizaña que quieren descabezar a los católicos con una doble estrategia. denigrando burdamente al Papa y atiborrando nuestras cabezas de alfalfa ideológica.
Publicado ayer domingo en el XL Semanal de Vocento
El Juan Manuel de Prada que escribe en XL Semanal no afina ni poco ni nada. Sería mejor que no escribiera en este medio. Bergoglio escandaliza porque no ejerce de Vicario de Cristo, porque insulta al católico que se toma en serio su fe, porque en vez de confirmar en la fe a los hijos de la Iglesia, confirma a los alejados de la fe en sus prejuicios.
Con todo el respeto a Prada y, en otro nivel a Francisco I, estoy más de acuerdo con lo que dice «JMR». El discurso del papa es bastante populista, muy propio de la sudamerica que, no habiendo oido bien el menaje del Evangelio ya predicado durante 500 años, pretende hacer otro, de corte y filosofía marxista. Discurso en que lo más importante no es el primer mandamiento, sino sólo y exclusivamente los pobres. Pobres a los que se les predica una moral sesgada, no la de los diez Mandamientos, dejándoles en su pobreza por esta causa porque, el cumplimiento moral (expresado explícitamente en los Mandamientos) en la familia, en los negocios, en las relaciones sociales, en las empresas, en los gobiernos, es causa de prosperidad y, lo contrario, lleva a la larga a la pobreza. No es un invento, es la contastación de tantos paises que consiguieron la «independencia real o revolucionaria» y que están en peores circunstancias sociales y económicas que en sus origenes. Y están así porque el marxismo, masón o no en muchos casos, les ha ido conduciendo a esa realidad.
El Papa es fruto de muchas cosas pero, entre otras, de su familia, la Compañía de Jesús, y de su entorno social y religioso, el bebido en su Argentina. Pero para ser un buen gobernante, y más si se hace como Vicario de Cristo, hay que transcenderse a si mismo y empaparse de realidades más altas, sin dejar el suelo, pero más arriba, «volando tan alto tan alto que le dé a la caza alcance». Porque la Economía no es el motor del mundo, entodo caso caso lo sería para Marx (y hoy ya está muy contestado en esa idea), pero no puede serlo para un Papa, en que el motor es aquel nombrado como «Motor inmóvil», pero siempre actuante en la historia.
Las causas de la pobreza en el mundo son variadas, pero quien más contribuye a su erradicación son los países capitalistas con libertades políticas y económicas, regidas por un estado de drechos. El papa es un ortodoxo de la teología de la liberación, pues sólo ataca y ve el mal en el dinero y pone a la persona como víctima del capitalismo. La ortodoxia católica y Jesús Cristo reprende a ambos por igual. La pobreza del mundo se fundamenta en el pecado y éste es practicado por ricos y pobres.
Espero y deseo no confunda la cabeza con el sombrero. Aunque se le acabe el fondo de armario, siempre le quedarán más cabezas y sombreros.
La diferencia abismal entre un comunista y un cristiano, en dos palabras, es que, mientras el comunista dice ” lo tuyo mío “, de ahí la lucha de clases, que acaba con la riqueza y no reparte ni la pobreza, el cristiano dice y practica ” lo mío tuyo “, de ahí el ejercicio de la caridad personal, en los bienes económicos, culturales, sociales, espirituales y la proliferación de multitud de instituciones católicas al respecto. Por eso es un error de bulto, típico bergogliano, decir que son los comunistas quienes piensan como los cristianos, cuando son la antítesis, pues les mueve el materialismo ateo y el odio y no la caridad.. Esta vez creo que De Prada no afina del todo, con todo mi aprecio, que es mucho.