La fiesta de la Epifanía del Señor, la fecha de la mostración del Hijo de Dios a los gentiles, representados en los tres enigmáticos magos, que acuden a la cueva de Belén, guiados por una estrella, es la estampa más bella que nunca ningún escritor ha podido mejorar en nada. Es la fecha en la que nos hacemos niños para reconocer que aquel Niño era el Mesías Salvador.
Veamos esta preciosa fiesta desde tres puntos de mirada:
1.- La estrella que guía a los magos es una prueba estelar de la universalidad de la salvación ofrecida por la presencia del Salvador del mundo entre los seres humanos. Su nacimiento ha sido para levantar la dignidad humana de ser hijos de nuestros padres a ser Hijos de Dios, gracias a la recepción del sacramento del bautismo.
La Gracia del Señor es nuestra permanente estrella que nos conduce por senderos de justicia, amor y paz. Es la señal por la que tenemos el semblante alegre. Es la prueba de la presencia divina en nuestro cuerpo. Es el ansía permanente a relacionarnos con nuestro Padre del Cielo, porque no podemos vivir vueltos de espaldas a Dios.
La estrella es la voz del Señor, pero muchos no desean escucharla.
2.- Los que sí la oyeron fueron los tres Reyes Magos de Oriente, quienes conocedores de que nacería el Mesías se pusieron en camino de Belén a adorar a aquel Niño que no era uno más, sino el Hijo de Dios hecho hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado.
Estos personajes misteriosos, aunque sabían muchas cosas, les faltaba ver el rostro inocente de un niño recién nacido en una cueva de pastores. Porque con esa visita su sabiduría encontraría la explicación a muchos misterios inexplicables. Los magos necesitaban la fe en sus vidas, para reconocer su humildad y la utilidad de su sabiduría para ponerla al servicio de todos.
¡Cuántos sabihondos tienen una soberbia que los hace aborrecibles¡
3.- Estos misteriosos personajes acuden a la cueva de Belén cargados con regalos convencidos, que el oro, el incienso y la mirra no son nada, ante el gran don de conocer al Niño Dios, Salvador del mundo.
Mientras escribo estas líneas he encendido un poco de incienso para comprender cuales eran los pensamientos de los Reyes Magos, antes de llegar hasta el portal de Belén. Es un olor que trasciende a cualquier otro, es un olor a la antesala celestial, pero no llega a satisfacer plenamente mi alma, porque deseo, como los magos, poder ver físicamente al Niño en el portalico de Belén.
En la fiesta de los Reyes Magos es para convertirse como niños que son los únicos que aceptan el mayor y gran regalo de suponer que los mismos magos son quienes nos traen los juguetes que hemos pedido en una carta entregada a sus pajes reales.
Cuando un hijo de mala madre nos quitó aquella ilusión diciéndonos que los reyes magos son los poderes del vil metal dentro del bolsillo de nuestros padres, aquel día fuimos violados en nuestra alegría, aquel día subimos grados de mala leche, que aún no hemos vomitado, porque somos excesivamente soberbios. Roguemos al Señor la gran humildad de creer en los Reyes Magos, porque ese día volveremos a ser niños como el Niño de Belén.
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El año que vivimos entre paréntesis
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