Pregón del costalero en la Cofradía de la Clemencia de Jaén

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Ayer tarde, fuí invitado por la Cofradía del Cristo de la Clemencia, María del Santísimo del Mayor Dolor y María Magdalena, a leer el pregón dedicado a los costaleros que portan los pasos, donde van las sagradas imágenes, a lo largo del largo itinerario procesional cada Martes Santo.

Para que los lectores amigos conozcan cómo se vive la Semana Santa en estas tierras andaluzas, dejo aquí esta pequeña colaboración. Seguramente les servirá para conocer mejor a quien firma estas líneas.

Empiezo aquí en El Olivo y la segunda parte la colgaré en La Semilla.

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PREGON DEL COSTALERO DE LA CLEMENCIA

Introducción

Ha pasado un año desde que estuvimos aquí, en la capilla del venerable hospital de San Juan de Dios, presentando a la pregonera de entonces, doña Pilar Torres. Ahora en este mismo atril me dirijo a todos los presentes.

Sigue estando la junta directiva de la cofradía del Santísimo Cristo de la Clemencia, María Santísima del Mayor Dolor y María Magdalena. Pero ha cambiado el cura párroco. Ahora es un alumno mío que alterna su trabajo en el Seminario Menor de nuestra diócesis, preparando y educando las vocaciones de los niños y jóvenes que apuntan ser llamados por el Señor a ser curas de Jaén en el futuro.

Nos encontramos aquí, todos los costaleros y costaleras de la cofradía que en el Martes Santo jaenero procesiona desde la querida parroquia de Santa María Magdalena, cuando en la década de los años cuarenta un puñado de cristianos decidieran crear este ilustres hermandad de la Semana Santa jaenera.

El prior y la creación de la hermandad

El prior que entonces ocupaba la silla pastoral de esta feligresía era don Antonio López Cruz, nacido en Jaén en el año 1903, dentro de una familia cristiana grande, cuyo padre trabajaba dentro de este hospital. Don Antonio fue alumno del Seminario de Jaén. Llegando a ser ordenado sacerdote en el año 1926. Su primer destino estuvo en Arjona, desde donde vino a Jaén, donde le cogió la Guerra Civil, salvando la vida entre mil peripecias.

Terminada la contienda, en el año 1942 fue nombrado párroco de Santa María Magdalena. Aquí llegó. Al barrio lo conocían como el barrio más comunitas del Jaén de los años treinta, durante los cuales a la plaza de la Magdalena le cambiaron el nombre por plaza de Moscú.

Se creó la cofradía del Cristo de la Clemencia. Don Antonio apoyó la empresa desde el comienzo, pues estaba convencido que era una manera de cristianizar a la enorme masa humana que entonces habitaba esta zona de Jaén.

La Virgen del Mayor Dolor fue donada a la hermandad por doña Victoria López, hermana del párroco, en sustitución de una magnifica Dolorosa que había en la parroquia y que fue pasto de las llamas de la hoguera habilitada en la plaza de Moscú durante los días de la guerra, lo que mismo que la cabeza y las manos de la Magdalena, que le fueron reconstruidas cuando acabó el drama bélico.

La ayuda de don Antonio a la cofradía fue muy grande hasta su jubilación en el verano de 1962, en que pasó a ser beneficiado de la Catedral de Jaén. Murió en el año 1969, entonces otros aires corrían por esta parroquia y este barrio.

Costaleros magdaleneros

Desde el comienzo de la salida procesional del Cristo de la Clemencia, se hacía por la única puerta que entonces tenía la Iglesia parroquial. Para poder pasar los tronos se arrancaban los escalones en grandes bloques de piedra que entonces formaban la escalera. Toda la operación la dirigía un albañil vecino del barrio llamado Sebastián Medina, que hoy tiene a sus nietos dentro del elenco cofradiero magdalenero.

Los tronos eran llevados por costaleros, esencialmente vecinos de estas calles y plazas, con viviendas compartidas en los grandes caserones del callejón de San Benito, de la casa de la Virgen, en la Cuesta de San Miguel, o en la Casa de los Priores de la calle Hornos Mirez, haciendo esquina con la calle Hospitalico.

Eran personas que portaban los tronos por alguna promesa con el Cristo de la Clemencia, o con la Virgen del Mayor Dolor. El largo trayecto procesional precisaba varios turnos que religiosamente se cumplían a rajatabla. Se salía por la Puerta de Martos hasta tomar la carretera de Córdoba y enfilar la calle Millán de Priego.

Aquellos costaleros eran hombres, recios, fuertes, trabajadores con manos encallecidas, con una voz ronca, que se arrancaban debajo del trono con saetas que hacían llorar a los más fuertes y valerosos, que desde fuera contemplaban el paso procesional.

Aquellos costaleros convivían con las gentes del barrio, donde entonces los motes eran las formas de conocerse entre sí: los tostones, la gobernaora, el chori, los quiles, los talentos, el hueco, el rómulo, el lenteja, el madriles, el papa fuma, los bobos, el sacristán, el obispo, el monaguillo, los serios, la popa, roberto,……y tantos otros que me dejo para otra ocasión.

Cuando aquellos costaleros cambiaban de domicilio a otro barrio de Jaén, no cesaban de venir cada Martes Santo a procesionar a su Cristo de la Clemencia o au Virgen del Mayor Dolor. Lo hacían porque ser costalero de esta cofradía era un timbre de gloria, pues el adjetivo magdalenero imprimía carácter en ellos y en su familia.

Muchos de los que esta noche están aquí sois hijos o nietos de anteriores costaleros magdaleneros, porque lo habéis mamado en la familia, lo habéis vivido desde pequeños y os sentir orgullosos de serlo hasta el último suspiro de vuestra vida.

El orgullo respetuoso con el que los costaleros os presentáis el Martes Santo para meteros debajo de vuestro trono es digno de ser conocido como yo tuve la oportunidad de verlo en el Hospital Princesa delante de un costalero magdalenero que estaba en los últimos suspiros de su vida.

Aquel hombre había salido en la primera procesión de esta querida cofradía. En la habitación estaban los hijos y los nietos. En un momento, ante una estampa del Cristo de la Clemencia, el moribundo suspiró fuerte y dijo, dirigiéndose a sus hijos:

-Seguid, por favor siendo costaleros de la Magdalena. Algunos no podéis por la edad, pero estos nietos míos que están aquí si pueden y lo son algunos de ellos. Muero orgulloso de haber portado al Cristo de la Clemencia a quien tengo en esta estampa.

Tras un corto silencio, el hombre expiró, agarrado a la imagen del Cristo de la Clemencia.

Todos los presentes lloramos como magdalenas, porque todos sabemos lo que significa haber vivido en este barrio y la importancia social y religiosa que eso comporta para siempre en nuestras vidas.

Continúa en La Semilla en lagaceta.es

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