Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29
He escuchado siempre el refrán castellano siguiente: “El traje le está grande, porque no estaba apto para el carguete”. Es muy cierto esta afirmación sacada de la experiencia vital de la historia española. Lo vemos en la política, en la empresa, en la enseñanza, en la medicina y en la misma Iglesia Católica. En las sociedades democráticas cualquier ciudadano puede llegar a presidir su nación gracias a los votos populares. Llegado el momento al ver al candidato dirigir su propio país es cuando comienza a renquear, a torpear, a soñar, a dispersar, y a mal gobernar, porque los votos no ungen al candidato en la perfección de sus funciones de gobierno.
Tanto o más, se nota en la vida eclesial, cuando vemos a un pastor perderse entre las brumas de la improvisación; o contemplamos a otro dejar el gobierno pastoral en manos de un valido, por muy válido que crea ser; o asistimos a las permanentes rectificaciones en los medios de comunicación afirmando que quiso decir digo, cuando en realidad dijo diego.
Es habitual, dentro de la comunidad cristiana, que cuando los fieles ven los bandazos del pastor ellos hagan su puchero a parte del resto, esperando que antes, más que después, llegue el final del servicio pastoral que se le encomendó en su día.
Es normal, igualmente, que las ovejas se hagan las sordas ante las peroratas del pastor. Con una disminución auditiva que es premeditadamente buscada y mantenida en el tiempo y en el espacio. Es cuando se escucha la frase: “Habla, dice, pero…nadie obedece ni sigue”.
El pastor cuando nota esos silencios estruendosos opta por una doble dimensión: el aislamiento, el vivir en una jaula de oro, esperando que pase su tiempo. O, el populismo buscando estar rodeado de gentes palmeras carentes de la más mínima convicción de sus aptitudes y actitudes en el seguimiento de Cristo, que es el punto central de la doctrina de la Iglesia Católica. En el año que ha terminado, la Fundación del español urgente ha votado el concepto “populismo” como el término más usado en todos los medios de comunicación y en los varios ámbitos de las sociedades actuales. Ciertamente que el populismo ha entrado como un zorro con la cola ardiendo en el interior de la Iglesia del Señor.
Las situaciones que conocemos consecuentes a esta realidad populista tienen unas connotaciones muy variadas. Algunas de ellas muy alejadas de la sensatez y de la centralidad que la Iglesia siempre ha practicado en el último siglo de su historia. Porque la institución eclesial no puede iluminarse con antorchas de aceite de palma, sino con la Luz que es Cristo, el Señor, quien ilumina todos los rincones de nuestros corazones y conciencias para que salgamos de la oscuridad del pecado y caminemos siempre al lado de la Luz, a la que no desean acudir ninguna especie de populismo, porque se les descubriría siempre la doble cara, las dos barajas, y el fariseísmo con el que engañan a unos cuantos indigentes intelectuales fáciles de llevar tomados de la mano de una palabrería cantinflera y hueca de razones de fe, esperanza y caridad.
Tenemos delante un año, donde los varios populismos saldrán a torear en una plaza donde el toro tiene los pitones astifinos cogiendo a muchos incautos. En el escalafón social las ventanas populistas tienen colgadas sus ofertas para inanes. La Iglesia ofrece la Luz que es Cristo, quien desee iluminarse es muy libre de hacerlo y seguirnos un año más, que deseamos sea un tiempo lleno de justicia, amor y paz para toda persona de buena voluntad.
Tomás de la Torre Lendínez
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El año que vivimos entre paréntesis
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Pareciera como que la Iglesia estuviera dejada de la mano de Dios y que cada obispo compitiera, con Bergoglio a la cabeza, a ver quien es el que dice el mayor número de tonterías complacientes con los mundanos y media anticatólicos. Que Dios les perdone, porque a mí me parece imperdonable el daño que están haciendo al común de los mortales.