El pintor del obispo

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Obispo Romero Mengíbar acompañado por don José Luis Carabias
Obispo Romero Mengíbar acompañado por don José Luis Carabias

Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29

Nuestro diario nos informa que la familia del pintor José María Tamayo Serrano (Úbeda 1888-Jaén 1975), ha donado una colección de seis pinturas al fondo del consistorio de la ciudad de Jaén, quien ha pensado colocarlos en el teatro Infanta Leonor. Digna de alabar es esta donación de los herederos del pintor a quien conocí cuando era un rapazuelo jugando en la calle, donde el pintor tenía su estudio instalado.

Por aquellos años infantiles, siendo monaguillo de la cercana parroquia de San Juan, poseedora de la torre del Concejo y el reloj que atronaba a un Jaén sin ruidos de motores ni humos de escapes libres, vi a un obispo, quien acudía a posar, para ser  retratado por el pintor ubetense. Fue don Félix Romero Mengíbar (1954-1970), nacido en Priego de Córdoba, y nombrado obispo de la silla de San Eufrasio en la primavera de aquel  año santo mariano. Elegido como arzobispo de Valladolid don Félix nos dejó en el otoño de 1970 camino de la capital castellana.
Sin embargo, entre los retratos del episcopologio quedó  para siempre el lienzo salido de la paleta del pintor Tamayo, quien representó al obispo con su aire de pose renacentista, aunque el paso por el Concilio Vaticano II le recortó los humos, que por entonces estilaban los mitrados,   aunque la timidez se los comía por los pies.
Andando los años, aquel monaguillo llegó al sacerdocio, ocupando la coadjutoría de la parroquia de Santa María Magdalena, donde asistí al sepelio del gran pintor José María Tamayo, y presidí las diversas Eucaristías que la familia, en especial su hijo, le rindieron al finado por el eterno descanso de su alma.

Ahora, al conocer la noticia de la donación pictórica de la familia al ayuntamiento capitalino, me alegro mucho, porque siempre encontré en aquel  hombre de ojos vivaces, con andares ayudados de bastón, y con un abrigo gris oscuro, a un artista grande, a un pintor observador de sus retratos y sus paisajes, y a un enamorado de las costumbres de los años que vivió a lo largo del siglo pasado.

No tuvo el mismo destino monseñor Romero Mengíbar, quien en tierras pucelanas a los cuatro años de llegar entregó su alma a Dios, tras pasar por un calvario de incomprensiones a un prelado andaluz de cuna y cultura, en mitad de aquellos tormentosos años eclesiales tan pródigos en tantos problemas como situaciones absurdas, que no condujeron a nada.

Bajo una alfombra dura y pesada yace monseñor Romero Mengíbar tapado con una lápida marmórea esperando la resurrección final  de los muertos en una capilla de la catedral de la ciudad bañada por el Pisuerga. Solamente un año le sobrevivió su pintor José María Tamayo, quien pasó a la posteridad de las firmas de los pintores del episcopologio del obispado. Un timbre de gloria por  haber sido retratista de uno de los sucesores de los apóstoles del Señor.

Estos retazos de una historia sencilla de la relación entre un obispo y su pintor, queden para perpetua memoria de quienes aún lo saben, o para alumbrar a los cristianos actuales cómo un obispo y su pintor pasan largas horas de comunicación mientras posan para un retrato histórico como lo son todos los existentes en el episcopologio de una diócesis que se precie como ha sido y es Jaén, capital del Santo Reino. Feliz Navidad y Año Nuevo a nuestros queridos lectores.

Tomás de la Torre Lendínez

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