La palabra padrino tiene un significado netamente cristiano y canónico, cuando se refiere a las personas que son responsables de la educación en la fe de un recién bautizado; cuando acompañan a una persona a recibir el sacramento de la Confirmación; y cuando están presentes en el enlace matrimonial de la pareja.
El término padrino, por aquí, en el Sur de España, tiene otro contenido social, amistoso y enchufista. A su vez, el padrino tiene dos variantes claves: la de servir de escalera para trepar y trepar; y la de servir de piedra al cuello para hundir y ahogar.
En la Iglesia, los padrinos, en estas dos vertientes, aparecen siempre en el curso vital de cualquiera. Lo mismo son curas que laicos. A veces son curas a solas. Otras ocasiones laicos solos. Y, también, se mezclan curas y laicos, componiendo un conjunto de padrinos que esculpen una novela epigráfica en todas las piedras posibles.
Estoy asistiendo a una cantidad de historias donde se entremezclan los padrinos de las dos caras. Son bifrontes. En unos casos han tocado y tirado de las levitas para alcanzar colgarse algo más al cuello para equilibrar los colores y las calores que levantan ante el público expectante. En otros han colgado alguna piedra para ahogar las ilusiones jóvenes de unos que han luchado por salir a la vida desde la muerte.
Los padrinos aparecen, a veces, como consejeros de la propia prestancia social ayudando a subir peldaños tantos y tantos, que, soto voce, buscan una colocación eclesial de máxima altura a los apadrinados. Unas veces aciertan, otras envían a sus adeptos a la hoguera de las vanidades eclesiales, que no para de quemar y arder a los que son trepas de oficio y beneficio.
Los otros padrinos, los que cavan la fosa a los propios apadrinados, tienen más culpa, porque a nadie se le ocurre poner al zorro a guardar el gallinero, ni al hipocondríaco al lado de los que se están muriendo a chorros. Esto solamente lo hacen los padrinos que detestan la luz de la lucha, del esfuerzo, de la brillantez y de la grandísima fuerza de voluntad.
En este cuadro, en la tabla de donde está colgado en la alcayata, nunca faltará una cruz de Cristo clavado en la cruz, rodeado del buen y del mal ladrón, que son contemplados por los padrinos de toda la calaña.
Ojala, los padrinos se den cuenta a tiempo y frenen. Porque ayudar a los trepas no está en el evangelio. Ni hundir a los inocentes luchadores en la soledad por la salud propia, tampoco.
Tomás de la Torre Lendínez
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Lean, si les parece:
El cardenal Rouco no blanquea dinero de nadie
Blog del padre Tomás
http://tomas-de.blogspot.com/2011/06/existe-un-llamado-foco-de-curas-de.html
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