Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Por tierras de Jaén se ha convocado el premio internacional de piano a celebrar en la próxima primavera; se acaba de abrir al público un museo sobre la influencia de la mística en la villa de Beas de Segura, donde Santa Teresa fundó uno de sus “palomarcicos”; se organizan visitas nocturnas al castillo que corona la ciudad jaenera cuyas luminarias serán candiles y velas. Todos son esfuerzos municipales para atraer turistas a esta tierra de olivares.
En otros lugares de España, ahítos de turismo playero, gastronómico y cultural, se legisla contra los pisos alquilados a los visitantes extranjeros, y en una parte del norte español se acaba haciendo un expurgo musical, recomendando las canciones que deben oírse en las ferias locales, y enviando a otras a la cárcel simbólica por los esclavos del pensamiento único.
En esa zona española, manda el nacionalismo que es una religión laicista que pone a la nación regionalista en el lugar de Dios, con la ayuda histórica de los viejos católicos, que abominaban de los bailes agarrados que los maquetos practicaban, cuando ellos eran más “puros y limpios” manteniendo sus danzas entre parejas separadas.
En un momento, le preguntaron a Jesús de Nazaret, algunos fariseos, sobre los motivos por los que sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer, como era norma en el pueblo israelita, y el Divino Maestro contestó que las impurezas nacen dentro del corazón de los hombres, que es donde se incuban los asesinatos, los robos, las mentiras, los odios, las venganzas y todo lo que perjudica a los hermanos más pobres y desamparados.
En esa zona de España, donde persiguen ahora les letras de las canciones veraniegas, no hacen igual con los textos de las coplas de los grupos musicales de aquellas tierras, que llevan largos años ofendiendo a las víctimas del terrorismo rebajándolas al nivel de los animales más fétidos. Estos artistas gozan hasta de dinero público para el ejercicio de su faena musical.
En el País Vasco han matado vilmente a cerca de mil personas inocentes, dentro de los años de plomo, cuando por ser juez, policía, guardia civil, o político local, saltaban por los aires con bombas lapas en los bajos de los coches, y los autores brindaban con champán y gambas su gran heroicidad vertiendo sangre limpia ante ídolo del nacionalismo para algún día ser un país independiente de la vieja España. Para demostrar sus aficiones exclusivistas y xenófobas, ahora, arrinconan una larga lista de canciones que están en las listas de éxito y que oímos en todas las emisoras de radio tras las cuales no están las zarpas de gentes cortas de mentes y caladas con una boina negra hasta las orejas tapándoles los ojos para no ver más que el suelo que pisan.
No existen alimentos prohibidos para los católicos, porque así lo declaró el Señor, sin embargo, en los corazones sí que llevamos todos la semilla del pecado contra el amor a Dios y a los hermanos. Prohibir las canciones por el contenido de las letras es un brindis al sol, porque la libertad personal de cada individuo de la sociedad actual nunca puede enjaularse en ningún dispositivo en un tiempo histórico, donde la universalidad de la digitalización traspasa todos los filtros y las paredes por muy gruesas que sean. Recomiendo a los mentores de la música prohibida a que dediquen su tiempo a esclarecer los más de trescientos asesinatos terroristas sin resolver en este momento. Harán mejor bien a la convivencia en una sociedad donde el miedo y el odio tienen casa desde hace largos años.