Los juegos

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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 31

San Juan Bosco afirmó que los niños que no juegan están enfermos del cuerpo o del alma. Hoy afirmamos que la psicología así lo certifica, porque nuestro diario nos trae un reportaje sobre el juego infantil de última moda: la botella de plástico voladora, consistente en levantar varios recipientes con agua en su interior haciendo malabarismo con ellos hasta obtener que uno se quede de pie. El participante que lo consigue gana la competición.  Este modo de jugar está en competición con la fuerte adicción a los pasatiempos de la pantalla del móvil, que los niños actuales nacen con ellos debajo del brazo.
Si algo distingue a la actual sociedad es ser muy juguetona: quinielas varias, loterías a mansalva, tragaperras de colorines, casinos encubiertos…que llevan a obtener dineros y una manía enfermiza llamada ludopatía, verdadera enemiga de la convivencia familiar. 
Algunos son partidarios de jugar con Dios y con la Iglesia, al escondite, como hacíamos los niños de mi generación. Son, por ejemplo, los que no casan por lo eclesiástico, sino que se van a vivir juntos, de cuya conexión nacen criaturas, que no son bautizadas, pero cuando llegan al centro escolar y se enteran que los colegas de clase se van por la tarde a una cosa llamada catequesis parroquial  para la primera comunión, les entra la natural equiparación con sus amigos, y los padres unidos sin papeles civiles ni eclesiales, se plantean que hacer con sus retoños.
Entonces, los escondidos a la Iglesia, acuden al templo a exponer su situación angustiosa deseando que sus hijos se vistan de marineritos o de novias en tamaño pequeño para pasar a la posteridad como cristianos de toda la vida. Cuando se les dice que deben bautizar a sus hijos antes que nada, y que existen unos cursos de catequesis preparatoria tanto para recibir las aguas bautismales, como para comer el Cuerpo de Cristo, la pareja se miran con caras griegas, bajan los ojos y toman la puerta de la calle.  Los menos aceptan el reto y dan la cara responsablemente.
Con todo, los que siguen jugando al escondite con Dios y la Iglesia, deciden no hundir la ilusión de sus chavales y optan por una primera comunión por lo civil, traducida a una reunión familiar en un restaurante a comer, donde el niño vestido de carnaval blanco, recibe regalos a manos llenas, juega con sus compañeros y se siente el centro de la fiesta por un día. Para dar más énfasis al  acto aparece un grupejo de payasos contratados para la risa de menores y mayores.
Terminados los juegos organizados, cada quien se va a su casa contando cómo le  ha ido en la feria. Unos opinan que ha estado muy bien, otros que ha sido una estafa mental con la criatura protagonista. El hecho es que todos han jugado a escondite libremente.
Estos juegos no son necesarios en una sociedad agnóstica y atea. Es mejor vivir al margen de la utilización de lo sagrado para revestirlo de hipocresía social y engañar a un infante que no tiene culpa de la  conducta de sus progenitores.
Todos los niños tienen derecho a jugar sanamente en la calle o en la casa, tanto  para desarrollar su cuerpo, como su alma, según el pensamiento de Don Bosco. Esos juegos potencian sus huesos y músculos y, a la vez, les desarrollan su memoria, entendimiento y voluntad que son las tres potencias del alma humana, con la que nacemos ya que somos hijos de Dios creados a su imagen y semejanza. Así se evitaran enfermedades físicas o psíquicas tan habituales en los retoños de hoy en manos de coordinadores escolares y demás mecánicos mentales de los infantes actuales.

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Tomás de la Torre Lendínez

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