Conocí a un fraile limosnero de una orden de honda raigambre. Un día acudió al superior a decirle que lo apartara del oficio de mendicante por la ciudad, pues tenía escrúpulos de conciencia por tocar el dinero que recibía, ya que el diablo, siempre maléfico, lo tentaba incitando a quedarse con algunos billetillos o monedillas que la gente generosamente le ponía en el zurrón.
El superior, hombre de gran oración, acudió ante el Sagrario a rogar al Señor alguna luz con la que iluminar al limosnero de la comunidad. De pronto, el superior recibió un aliento espiritual, y se dijo:
-Ya está, pondré un auxiliar al limosnero que lo acompañe en su mendicidad por las calles. Quien llevará el dinero y el lego oficial no tendrá tentaciones diabólicas con el vil metal.
Así ocurrió. Durante largos meses el mendicante recogía lo recibido generosamente por las buenas gentes, y lo pasaba a la buchaca que portaba su ayudante.
Entre ambos, un día, se entabló el siguiente diálogo:
El limosnero dijo:
-Me siento muy feliz de no tocar el maldito dinero que es principio de todos los males.
El auxiliar respondió:
-Pues, hermano, un servidor está entrando en pensar que peco contra el voto de pobreza por llevar el dinero en el interior de esta mochila. Usted se salva, pero yo me condeno.
Contaron al superior la conversación mantenida. Quien les dijo a ambos:
-Existe gente tan pulcra de conciencia que piensa que por no estar su efigie en las monedas es más santo que nadie, cuando el corazón está lleno de soberbia que le impide la conversión sincera ante Dios.
Desde aquel día los dos frailes limosneros aprendieron que tocar el dinero, en monedas o billetes, no rompe el voto de pobreza, sino que ayuda a la comunidad de hermanos pobres y enfermos que acudían al monasterio, que era hospital de peregrinos y transeúntes y gentes sin techo bajo el que cobijarse.
En la historia real, el fraile decidió anunciar a los cuatro vientos en una pancarta su disgusto con el vil dinero y sus novedosas medidas de precaución, para evitar ser confundido con los «poco humildes» hermanos que ocuparon antes su cargo y así destacar su novedoso espíritu de reforma virtuosa.