Las monjas que esperan la muerte

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Hace unos años impartí una tanda de ejercicios espirituales a un grupo grande de religiosas, que están bajo la tutela de la fiesta de la Presentación de María en el templo de Jerusalén, que se celebra cada 21 de noviembre. He seguido manteniendo contacto con muchas de ellas.

Una me llama para informarme que ya ha llegado ‘al matadero’, así es como llaman a una casa donde solamente están las más mayores y las enfermas sin retorno. Mi comunicante acaba de cumplir ochenta años y le falla un montón de cuestiones de la salud corporal. Siempre ha tenido un buen humor y como la cabeza le rige perfectamente, sabe sacar risas de situaciones a que otras personas las pondrían al borde de la depresión o del suicidio.

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Durante un buen rato me cuenta cual es la vida de esa casa: cada religiosa se levanta cuando le pide el cuerpo; desayuna en la cocina preparándose todo la persona que pueda, la que no, disponen de una cocinera seglar que las atiende; más tarde, hace sus oraciones en una pequeña capilla; a media mañana sale al jardín, si el tiempo lo permite, a pasear y tomar el aire; a las 13 horas llega un capellán a oficiar la Eucaristía; a las 14 tienen el almuerzo; a continuación disponen de un tiempo para descansar en la habitación o ver la televisión en el salón comunitario; sobre media tarde pasan a merendar; y a las 20 horas tienen una hora de adoración al Santísimo en la capilla; a las 21 cenan y se retiran a descansar.

La monja que puede lee algo; las que no pasan el rato mirando el reloj del tiempo que le resta para que el Señor las llame a la casa del Padre. Cuando fallece alguna todas acuden al velatorio en la capilla, asisten al entierro, y piensan en lo poco que les queda para estar un día en el mismo sitio.

Esta es la triste realidad de estas religiosas. Algunas veces acude por allí una auxiliar de clínica que les hace trabajos manuales y juegos comunes para estimular sus miembros y acordarse que siempre han vivido en comunidad.

Desde el gobierno de la congregación se hace todo lo que se puede para mejorar la calidad de vida de esas personas consagradas, pero poco más. Así se espera a la hermana muerte, que ronda por todas partes. Los familiares acuden cuando pueden a recordarles a estas religiosas que también tienen familia de sangre, pero los problemas hogareños que les cuentan las ponen peor aún.

Estas monjas, como me dice mi comunicante, son la generación que ingresó en los años cuarenta y llenó los noviciados. Son las que estuvieron en la reforma del Concilio Vaticano II. Y son las que han visto pasar de unos hábitos excesivos a vestir con ropa de calle e ir a las peluquerías de señoras.

Y son las que están viendo cómo las congregaciones se están quedando sin vocaciones, a no ser que vengan de otros países. Mi intelocutora termina: Aquí estamos, hasta que el Señor quiera, estamos en la fila de irnos a la otra orilla.

Desde este Olivo invito a rezar por estas hermanas, que son muchas en varios sitios de España. Ellas, me consta, rezan por los demás.

Tomás de la Torre Lendínez

Comentarios
0 comentarios en “Las monjas que esperan la muerte
  1. Le voy a contar lo mismo pero de otra manera. En mi caso es así:
    Como en cualquier familia, que se precie de tal, las hermanas enfermas o mayores que necesiten cuidados especiales nos trasladamos a una comunidad que está en el centro, en un lugar de paso de casi todas las hermanas (tenemos dos comunidades asi). De forma que, fácilmente, se puedan visitar. En estas comunidades se cuida muy esmeradamente que las hermanas no estén solas y no tengan que renunciar a lo específico de la vida consagrada y de nuestro carisma. Por supuesto que horarios, rítmos y actividades están marcados por su situación de salud o edad concreta.
    Nuestro Fundador, allá en el siglo XIX nos pedía fidelidad a Dios, a la Iglesia y a las «circunstancias de tiempos y lugares» por eso, nuestras hermanas ancianas y enfermas «que necesitan cuidados especiales», no van -en modo alguno- al matadero. Van -como a lo largo de nuestra vida- a comunidades vivas, buscadoras de Dios y testimonios del gran amor y ternura de Dios Padre, en fidelidad a Dios, a la Iglesia y según las circunstancias de tiempos y lugares.
    A estas comunidades las atendemos cualquier hermana (una comunidad fija durante el periodo escolar, y hermanas voluntarias durante las vacaciones) personal sanitario especializado, jóvenes voluntarios que hacen experiencias de misión entre nuestras ancianas y que normalmente reciben mucho más de lo que dan, pues una vida enamorada de Dios es un gran regalo a la humanidad…familiares y amigos,…
    Su misión es la escucha, el acompañamiento, labores manuales en beneficio de los más pobres, la oración,…
    Podría seguir contándole muchas cosas…seguro que me olvido algo fundamental, pero que sirvan estas pinceladas para que entienda por qué me molestan cansinamente estas entradas de personas que «entienden tanto» de vida religiosa y que nos califican la vida de triste y vacía. Pues duerma tranquilo esta noche, que la mayoría, ni es triste, ni vacía, ni inutil, sino todo lo contrario. Paz

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