A petición de algunos lectores y comentaristas de los artículos colgados en este Olivo, deseo desarrollar el asunto de la presente pastoral juvenil. Siempre he tenido claro que el mejor núcleo para que nuestros jóvenes crezcan derechos y nunca torcidos es la familia. Esto es innegable.
La historia de la Iglesia, una vez más, nos muestra a la familia como la primera Iglesia. Un ejemplo: Santa Mónica, madre de San Agustín, con su ejemplo, sus palabras, sus oraciones y hasta sus lágrimas, logró la conversión de un hombre que andaba por malos caminos buscando la verdad.
Tengo delante la carta de don Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, que ha abierto su Seminario diocesano con cerca de veinte alumnos. La epístola es breve, pero valiente y orientadora. En uno de sus párrafos leo: ‘Entre los miles de jóvenes que pueblan nuestra diócesis, Dios está llamando a algunos para ser sacerdotes. Apoyemos su vocación. En primer lugar, para que la escuchen claramente. Y además, para que puedan responderla generosamente. Vale la pena entregar la vida a un ideal tan bonito, tan generoso, que tanto bien hace a los demás. Vale la pena cosagrar la vida a Dios. El nunca defrauda. Por eso, es necesario crear un clima de acogida de este magnífico don en las familias, en los colegios, en las parroquias, en los grupos apostólicos.’
Aquí está la clave de la pastoral juvenil: en la familia. Cuando ésta es un hogar de paz, de diálogo, de esfuerzo, de virtudes cristianas, entonces es un terreno abonado para que Dios llame a la vida sacerdotal y religiosa.
Esto supone que los primeros educadores de los niños y jóvenes sean los padres. A diario trato con más setecientos alumnos en un instituto de secundaria. Cuando llegan a primero se nota de la familia de la que proceden, y, a pesar de los males de la actual educación, pasan los cursos y los jóvenes crecen sanos y derechos. Por el contrario, cuando aparecen hechos unos cafres, con malos modos, palabras obscenas, actitudes egoistas….uno se da cuenta de la familia de origen.
Por lo tanto, termino invitando a la oración en la familia, algo que hace el obispo de Tarazona. El lo dice así:‘Si para el mundo es algo chocante que uno se meta a cura, para los cristianos debe ser algo anhelado, pedido a Dios con insistencia, apoyado: Señor, llama a alguno de mi familia para esta preciosa vocación. Señor, bendícenos con el don de alguna vocación sacerdotal entre los nuestros’.
Esta diócesis no tenia Seminario abierto. Hoy son casi veinte futuros curas. Otros obispos no llenan sus Seminarios, ¿por qué será?. Seguro que falla la oración y la pastoral juvenil en las familias.
Tomás de la Torre Lendínez