Hace ahora setenta años de la terminación de la II Guerra Mundial. Tras aquella locura universal los pueblos ganadores pasaron por el juicio de Nurenberg a todos los responsables del holocausto judio, algunos fueron condenados a la muerte, otros a la cadena perpetua. Todo el mundo sensato encontró aquello completamente normal y justo. Supongamos que el Papa Pío XII hubiera intercedido por la vida de aquellos asesinos nazis, y los hubiera recibido en Roma con todos los perdones en sus manos extendidas como hacía muy bien el Papa Pacelli, quien durante el conflicto bélico salvó a centenares de judios de morir en los campos de exterminio alemanes. Si aquellos asesinos del III Reich hubieran llegado ante Pio XII con caras de buenas personas sin haber roto un plato en su vida, y el mismo sucesor de Pedro, que había sido antes Nuncio en Berlín durante los años veinte del siglo pasado, les mirara con cariño y les entregara algún regalo, y ellos llenos de orgullo hablaran muy bien del Papa que los había audienciado, seguramente aquellos bárbaros asesinos estarían hoy en el retablo de la historia de los impostores más sangrientos que ha parido la tierra de los Nibelungos. Hace setenta años la diplomacia de la hipocresía no se estilaba, no era normal que los ejecutores de un genocidio fueran recibidos como héroes cuando tenían las manos manchadas de sangre de inocentes ciudadanos que huyeron de la barbarie de entonces, aunque muchos fueron tomados como animales escondidos y pasados por las balas del amanecer ante el pelotón de ejecución. !Hasta dónde puede conducir la diplomacia de la hipocresía¡ !Hasta dónde tendremos que tragar saliva por culpa de la diplomacia de la hipocresía¡ Cuando las pilas se agoten, cuando la razón ahuyente a la sinrazón, cuando la autoridad sea servicio y nunca populismo, cuando los aficionados a la fama y a las luces de los instantáneas fotográficas, dejen paso a la sensatez de la diplomacia más antigua del mundo. Entonces volveremos a reencontrarnos con algo tan elemental como el sentido común. Tomás de la Torre Lendínez
La diplomacia de la hipocresía
| 10 mayo, 2015
Padre De la Torre: es la primera vez en mi vida que me borran un comentario. Siempre he pensado que me expresaba con respeto. Si le he ofendido, le pido perdón, de verdad, porque Vd. siempre me ha parecido un hombre bueno.
Pero también le pediría humildemente que reflexionase ante un hecho que veo cada vez más a menudo, aunque es la primera vez que -creo- la observo en Vd.: cosas que ya hacía y decía Juan Pablo II, cuando ahora las hace el Papa Francisco, parece que son poco menos que herejías.
Sí,don Tomás: las palabras del asesino Castro diciendo que igual comienza a rezar me producen náuseas. No,no es el camino para mí y lo siento. No se puede olvidar aquello del Evangelio «la verdad os hará libres».
Quiero creer que el Papa ha actuado con buena voluntad pero no todo vale.
Yo también comparto con Vd., D. Tomás, mi estupor y mi indignación. Claro, como se trata de un dictador de izquierdas, todos ha reírle las gracias y a aplaudir el gesto. Me gustaría ver que dirían algunos si se hubiera reunido a puerta cerrada con un Pinochet, o un Franco.
Lo que han intentado el Obama y el Papa es lavarle la cara a esta asquerosa y sanguinaria tiranía que ya va para casi medio siglo. Qué dolor, qué indignidad.